Ver, juzgar y actuar, hoy.

 

Chico Whitaker,
Brasil.

Ver, juzgar y actuar: tres palabras que, juntas, conmovieron muchos corazones, en la Iglesia católica, ante lo inaceptable. Quien las vinculó, a principios del siglo XX, fue el sacerdote belga Joseph Cardjin. Siendo aún estudiante, decidió dedicarse a la lucha contra las precarias condiciones de vida y trabajo de los jóvenes de su tiempo. Para hacerlos salir de su aislamiento, a través de un cambio de esas condiciones, se unió a la Acción Católica, movimiento de participación de los laicos en la misión de la Iglesia que partía del principio de que sólo los que pertenecían a ella podían cambiar su entorno social: “la forma más segura de salvar a los jóvenes es enseñarles a salvarse a sí mismos”.
Posteriormente retomó el método de “revisión de vida”, para “articular el principio de interacción entre fe y vida y despertar la conciencia de las personas sobre las injusticias causadas por los sistemas sociales de la época”, utilizado desde 1912 en los Círculos de Estudio de Laeken, en el noroeste de Bruselas, donde fue párroco. Y poco a poco Cardjin fue impulsando, primero en Bélgica y luego en el resto del mundo, una de las ramas de la Acción Católica, que fundó en 1920: la Juventud Obrera Cristiana – JOC. En 1935 se consolidó su método en un Congreso de la JOC y, a la par, el proceso del Ver-Juzgar-Actuar que “parte de las realidades concretas y sus dificultades, pasando por su iluminación a través del Evangelio, para llegar a las acciones concretas de transformación”.
De este proceso se apropiaron rápidamente las demás ramas de la Acción Católica, sobre todo cuando sucedió algo que seguramente Cardjin nunca imaginó: 26 años después, ese proceso fue recomendado en los documentos oficiales de más alto nivel de la Iglesia Católica, las encíclicas papales. Juan XXIII, en su encíclica Mater et Magistra, de 1961, lo aconsejó para la acción social de toda la Iglesia. Un año antes, había pedido sus principios al mismo Cardjin, entonces ya obispo, quien le entregó 20 páginas sobre el tema.
Y ahora, un siglo después de que Cardjin fundara la JOC y fundara el Ver-Juzgar-Actuar, ¿sigue siendo válido este método?
En cuanto al Ver, las cosas se complicaron mucho. El mundo actual es mucho más complejo, así como los problemas a los que nos enfrentamos. Ya no son probables las guerras como las dos mundiales que estallaron en la primera mitad del siglo XX, que incluso llevaron a Cardjin a prisión en tres ocasiones. Pero el suicidio de la humanidad es posible. Hoy, varias potencias cuentan con la bomba que puso fin a la segunda guerra mundial y se convirtió en arma disuasoria. La hecatombe sucederá si se entierra por completo el sentido común y esas potencias deciden enfrentarse con esa arma. En este caso, como resumieron los zapatistas, “no habrá paisaje después de la batalla”.
La lucha por la Paz es, por tanto, vigente y necesaria, sobre todo ahora en torno a las guerras locales que se desatan (como las que se desarrollan actualmente), para que no degeneren y no nos sorprendan. Pero “ver” todo esto se ha convertido en una tarea mucho más difícil, por ser tantos sus ingredientes. Eso no significa que no podamos dejar de “intentar ver”.
La economía, hoy totalmente globalizada, también se ha complejizado. El mundo se ha convertido en un único mercado de producción, bajo el mando de grandes multinacionales, y un único mercado de consumo, en el que las grandes empresas publicitarias nos manipulan, como consumidores. El proceso de producción, por otro lado, se ha vuelto más sofisticado, con una automatización en la que ya no son “trabajadores” quienes producen, sino máquinas, impulsadas por unos pocos trabajadores especializados. Sin embargo, continúa la explotación del trabajador, cuyo salario, aun bien pagado, nada tiene que ver con el valor de lo producido.
La miseria “local”, incrementada con los procesos de urbanización y las oleadas de refugiados, y el crecimiento de la desigualdad social, dentro y entre países, se “naturaliza” casi como si fuera un imperativo. Todos los días nos encontramos con hombres, mujeres y niños viviendo en la calle, sin solidarizarnos con ellos como deberíamos. Vemos por todos lados inmensos barrios con construcciones precarias, que amenazan con derrumbes, incendios e inundaciones, pero hasta ya forma parte de postales o incluso de itinerarios turísticos.
La propia política, en lugar de servir a la construcción del Bien Común, cayó, especialmente en Brasil, en manos de oportunistas ignorantes de su rol, pero conocedores de las formas de enriquecerse con dinero público. Utilizan la difusión de mentiras –las famosas “fakenews”– para obtener los votos necesarios en una democracia, mientras las minorías intentan arrancar, a los gobiernos, decisiones que beneficien a la sociedad, la mayoría de las veces sin éxito.
En resumen, sin tener que seguir con esta letanía de males, hay mucho por lo que indignarse y actuar, como buscaba Cardjin con los jóvenes trabajadores.
El “Juzgar”, justificando la acción, también se volvió más exigente. Además de “iluminar” la realidad con la luz del Evangelio, para quienes profesan la fe cristiana, puede ayudar a quienes no creen en Dios y se basan en principios éticos, sin referencias religiosas. Para ello, la Humanidad redactó, al final de la segunda guerra, en la época de las “revisiones de vida” de Cardjin, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuyo primer artículo dice que nacemos iguales en dignidad y derechos.
El “Juzgar” también puede ayudarnos a “comprender”, al bucar las “causas”, lo que es éticamente reprobable en lo que “vemos”. Identificar las fuerzas del mal que alimentan estas “causas” nos permite “actuar” con mayor eficacia que cuando actuamos sobre los efectos.  En la fase de nuestra reflexión hacia la acción -lo que es la esencia del Ver-Juzgar-Actuar-, tenemos mucho que estudiar, aprender y discutir. Por ejemplo, para identificar mejor lo que está sucediendo como resultado de la dominación del mundo por parte del sistema capitalista, del que se apoderó luego del colapso, 45 años después de iniciada la llamada Guerra Fría, del principal experimento hacia el socialismo que entonces existía.
Desde esta perspectiva, no podemos ceñirnos a las acciones nefastas de los poderes económicos y militares que defienden el capitalismo, sino comprender la lógica que lo hace funcionar: la competencia como motor de las actividades de todos y la búsqueda insaciable del dinero, ese genial facilitador de intercambios que llegó a dominar a los seres que lo inventaron, con su total aquiescencia. El trabajo se ha reducido a la forma de ganar dinero, y se lucha por él según ese criterio. La satisfacción de las necesidades humanas sirve para crear nichos de negocio, a conquistar de acuerdo a su rentabilidad. Además, esta lógica creó la cultura del “consumismo”, enfermedad que tenemos “desde que éramos niños”, fundamental en la lógica del capitalismo, para que la gigantesca máquina de hacer dinero instalada en el mundo no deje de funcionar. Tal lógica y tal cultura podrían destruir las restantes experiencias socialistas en las que ya han penetrado.
Ni hablemos de la otra amenaza, la extinción de la especie humana por su propia acción, al destruir la naturaleza que la alimenta y crear desequilibrios climáticos con los combustibles que utiliza. Es un segundo tipo de posible suicidio colectivo, que surge de la lógica y la cultura del capitalismo.
El espacio de estas páginas no nos permite ocuparnos de lo más importante, que es Actuar, la clave del método de Cardjin, porque ver y juzgar sin actuar se reduce a un ejercicio intelectual. Pero habrá quienes nos ayuden con eso. Sólo diría que habría que anteponer la Acción a la “planificación”, como intuía el mismo Juan XXII. Cuando escribió la encíclica que consolidó Ver-Juzgar-Actuar, también recomendó a las Conferencias Episcopales “planificar” su acción, para no burocratizarse ni caer en la improvisación. D. Helder Cámara, en la respuesta de la CNBB a esta recomendación, en la que tuve la suerte de participar, mostró que es posible una planificación que no sea disciplinaria ni autoritaria, sino como un “juego de la verdad”, abierto a la intervención imprevista y refundadora de Gracia…