Valor permanente del Che

EL VALOR PERMANENTE DEL CHE
A los 30 años
 

FREY BETTO


Los católicos conmemoran (=hacen memoria) a sus santos y mártires. Al comienzo de la Iglesia, todos los cristianos que tras su muerte pasaban a recibir culto como santos, eran considerados tales por la fuerza de la religiosidad popular. No había proceso de canonización ni se exigían «pruebas» de su santidad median-te milagros canónicamente comprobados. En fin, nada de burocracia. La comunidad reconocía en Pedro y Pablo, Irineo y Crisóstomo, Cecilia y Calixto a personas que merecían ser admira-das como ejemplo de seguimiento de Cristo.

Todos los pueblos e instituciones se nutren de figuras paradigmáticas. En cada país, sus héroes; en América latina, Simón Bolívar. Hoy, sin embargo, con los medios de comunicación mundializados, que dan menos énfasis a la información y a la cultura y más espacio a entretenimientos que estimulen el consumo, nuestros «héroes» ya no se destacan por virtudes altruistas, como Jesús o Francisco de Asís, ni por talentos artísticos, como Darío, Neruda, Borges o Frida Kahlo. La pasteurización televisiva nos impone a los exterminadores del futuro, del pasado y del presente. Un cantor pop causa más impacto en las nuevas generaciones que el testimonio de José Martí o Sandino. No es para extrañarse, por tanto, de que haya menos idealismo entre los jóvenes y más tendencia a la violencia, al hedonismo y a la fascinación ejercida por el atractivo de las élites, mediante los films y las telenovelas.

Ernesto Che Guevara, sin embargo, consigue romper el indiscreto encanto de la burguesía y permanecer en nuestro inconsciente colectivo latinoamericano. El impacto universal de su ejemplo se explica porque él transcendió los esquemas: nació en Argentina, hizo la Revolución Cubana y murió en combate en las selvas de Bolivia. Médico, se convirtió en guerrillero. Asmático, no temió vivir en las condiciones más difíciles y precarias, desde Sierra Maestra, en Cuba, al Congo, en África. Socialista de formación marxista, criticó a la Unión Soviética en una conferencia en Argel, acusándola de tendencias imperialistas. Ministro de Cuba, enfatizó las emulaciones éticas y morales en la construcción del Hombre y de la Mujer Nuevos. En fin, supo enseñarnos que hay que endurecerse sin perder la ternura.

Los hombres y mujeres verdaderamente grandes jamás pueden ser encajados en esquemas ortodoxos. Por su libertad de espíritu y de conciencia, el Che sobrepasa las clasificaciones. Su pasión era liberar a América Latina de toda opresión. Por eso, fue capaz de un gesto históricamente escaso: la kénosis, palabra griega, aplicada por Pablo a Jesús, que traduce la disposición de una persona a despojarse de todo, y de cualquier apego en función de la Causa que abraza.

Guerrillero victorioso en Cuba, ministro de Estado y teórico socialista, Guevara ya estaba en paz con la historia. Había logrado el privilegio de hacer coincidir su tiempo personal con el tiempo histórico. Aun así, abandonó todo -familia, funciones, honores, poder- y, anónimo, se sumergió en las selvas de Bolivia, corazón geográfico de la parte sur del Continente, para suscitar un nuevo proceso revolucionario. Toda su vida fue consumida por el amor a los empobrecidos. Por eso, su testimo-nio impacta, desafía, atrae y cuestiona.

Ernesto Che Guevara nació en Rosario, Argentina en 1928. Médico en 1954, trabajó con los más pobres en Guatemala. Poco después, en un hospital de México, conoció a los cubanos que se preparaban, bajo el liderazgo de Fidel Castro, para embarcarse en el Granma, que los llevaría a la guerrilla en Cuba. Se juntó a ellos. Victoriosa la Revolución el 1º de enero de 1959, el Che fue presiden-te del Banco Nacional y ministro de Industria. En 1965 abandonó Cuba para proseguir la lucha «en otras tierras del mundo». El 8 de octubre de 1967, en Valle Grande, Bolivia, cayó en combate. Tenía 39 años.

En este año conmemoramos los 30 años del martirio libertario del Che. Las razones por las cuales luchó continúan evidentes, y crecientes: el sistema neoliberal que, en nombre de la concentración del capital, sacrifica tantas vidas. Celebrar al Che es rescatar la utopía de la liberación, creyendo como él que es posible construir en América Latina la Patria Grande, una sociedad donde todos, a semejanza de la mesa eucarística, puedan tener el mismo acceso a la comida y, de esa manera, se proclamen a sí mismos hermanos y a Dios lo proclamen Padre.