Una conversión ecológica que es una revolución cultural

Birgit Weiler


La Tierra es un maravilloso y gran organismo vivo, con una larga historia de procesos de evolución. Somos parte de esta compleja y rica red de relaciones que hacen posible y mantienen la gran diversidad de vida en nuestro planeta. Nuestro propio cuerpo nos recuerda nuestro vínculo profundo con la Tierra al estar constituido por los elementos del planeta. En la Tierra todo está relacionado y las relaciones ecológicas se caracterizan por la interacción e interdependencia para el bien del conjunto.

Opción por los pobres y justicia ecológica

La ecología integral nos sensibiliza al hecho de que el maltrato de la vida en las personas y en la Tierra tiene una misma raíz, una actitud violenta hacia la vida. Brota del corazón humano que es uno solo. Por ello la lucha contra la pobreza y la marginalización de las personas, el compromiso firme por hacer valer la dignidad de cada persona y cada pueblo, y la lucha para superar el empobrecimiento de la Tierra y cuidarla como la Casa Común que cohabitamos con los otros seres vivientes, van de la mano.

La crisis ecológica es principalmente espiritual. Tiene su raíz en una concepción muy errónea de lo que es nuestro lugar en la Tierra y nuestra relación con ella. Con la industrialización se impuso la visión de la cultura dominante en el mundo occidental, es decir, la visión de la Tierra como un gran almacén a la libre disposición de los seres humanos, «dueños» con pleno derecho de sujetar y dominar la Tierra, no sólo para satisfacer sus necesidades, sino también sus deseos, en un consumo descontrolado de tantos productos superfluos. Como podemos constatar en muchos lugares, la creciente depredación de la Tierra y el consiguiente cambio climático los sufren, sobre todo, las personas y los pueblos empobrecidos y vulnerables. Por eso la solidaridad con estas personas y la opción preferencial por los pobres exigen hoy también nuestro compromiso ecológico.

La creación, un proyecto de amor de Dios

La religión cristiana, con sus tradiciones bíblicas contiene recursos valiosos para inspirar y alentar una espiritualidad y una ética ecológica. En la cosmovisión hebrea, por ejemplo, la naturaleza no es un objeto o materia muerta, sino que está llena de aliento, de vida, de «alma»; se tiene una visión mucho más integral del ser humano, sin dualismo entre cuerpo y alma, materia y espíritu. La tradición judeocristiana, al decir «creación», está expresando que la Tierra es un proyecto del amor de Dios que posibilita el desarrollo del proceso cósmico en toda su complejidad. Y Dios nos ha confiado esa Tierra para cuidarla y ayudar a que pueda seguir evolucionando, desplegando su potencial. No somos dueños sino administradores y cuidadores de la Tierra y «cuanto la llena» (Sal 24,2). Tenemos que reconocer que el mandato de «dominar» la tierra en Gn 1,28 muchas veces ha sido malinterpretado e instrumentalizado para justificar su explotación desenfrenada. Hay que leer ese mandato junto con Gn 2,7.15, que recuerda nuestra vocación de «cultivar y custodiar» la Tierra en su conjunto. La Biblia correctamente entendida «no da lugar a un antropocentrismo despótico que se desentienda de las demás criaturas» (LS 68).

Ecología integral implica una actitud contemplativa

La visión de ecología integral nos motiva a cultivar la contemplación de la gran diversidad de vida de la Tierra, y la capacidad de asombro ante esta maravillosa obra que es nuestro planeta. Nos ayuda a descubrir en la creación los signos de la presencia de Dios y de su gran amor. Al asumir una actitud contemplativa, además, nos liberamos de una actitud meramente instrumental hacia los otros seres vivientes que sólo mira si algo es útil para nosotros, incapaces de percibir el valor propio de los demás seres vivos. El aprecio y el amor a la creación nos motivan a saber más sobre sus misterios y sobre su Vida.

Los pueblos indígenas: todo está relacionado

Desde hace años estoy en contacto con dos pueblos indígenas, los awajún y los wampis, en la Amazonía peruana. Su cosmovisión del buen vivir resulta profética en este momento histórico crucial. Nos inspiran e interpelan a mí y a muchas de mis hermanas y hermanos con quienes comparto mi caminar con estos pueblos. Pues los awajún y wampis tienen una visión integral del mundo. Perciben el cosmos como un tejido complejo de relaciones en el cual las diferentes partes interactúan continuamente. Para ellos no existe algo como «materia muerta»... Todo es parte de un gran sistema de energía, que además de los seres humanos abarca las montañas, los bosques, los ríos, la tierra, las rocas y los minerales. Su cosmovisión es profundamente relacional. Recordemos que una de las dos posibles etimologías de religión es religare, vincular. Para estos pueblos la vida se vive en vínculo con todo, incluyendo a los otros seres vivientes (no humanos). Según su comprensión del mundo, la sociedad abarca no sólo a los seres humanos sino también a los seres vivos de la naturaleza. Ello amplía nuestra concepto de sociedad: podemos aprender de estos pueblos a «vivir en socio-natura», como lo llama el antropólogo Guillermo Delgado.

En la concepción del buen vivir de los pueblos indígenas se expresa una gran sabiduría, pues el buen vivir no se genera por sí mismo sino que es fruto de una acción cultural. Es un ideal hacia el cual tanto las personas individuales como las comunidades tienen que ponerse en camino una y otra vez. Los awajún y wampis saben que el buen vivir requiere sentido comunitario, reciprocidad –también en relación con la naturaleza–, solidaridad, valoración de la diversidad y participación activa, generosidad y respeto. No se identifica con un estilo de vida fijado principalmente en poder adquirir más y más para consumir al máximo. Significa un bienestar modesto, que permite una vida digna; un estilo de vida que no depreda la tierra. Observamos en la convivencia que para muchos indígenas lo prioritario no es la máxima ganancia a través de un trabajo remunerado, sino poder gozar del trabajo con los otros y guardar un equilibrio entre trabajo intenso y tiempo gratuito. Para los pueblos indígenas es una lucha continua ser coherentes y perseverantes en la práctica del buen vivir, frente a la influencia creciente de la cultura de consumismo, de ganancias a cualquier costo y con su fuerte individualismo.

Desde su visión del buen vivir muchas comunidades y organizaciones indígenas están en contra del extractivismo (minería, explotación de gas y petróleo, de madera noble, etc.) que se fija sólo en el máximo rédito a corto plazo sin mirar cuidadosamente las consecuencias negativas en los diversos ecosistemas, especialmente en la Amazonía, y en la vida y salud de las personas. Reclaman, frente a los Estados, su derecho a ser incluidas en las decisiones sobre los proyectos de un supuesto desarrollo como los megaproyectos de minería e hidrocarburos, la construcción de hidroeléctricas y los monocultivos para el agro-comercio, etc., que tendrán impactos fuertes en sus vidas y en los ecosistemas de su región. Necesitan nuestro decidido apoyo solidario.

Conversión ecológica que es una revolución cultural

Estamos llamados a promover junto con otros actores de la sociedad una «ciudadanía ecológica» (LS 211). Nuestra fe nos impulsa a poner todo nuestro empeño en que la Tierra siga siendo un espacio de vida para las generaciones presentes y futuras, y para todos los seres vivientes. La actual situación crítica de la Tierra nos exige una conversión ecológica que es una revolución cultural (LS 114), es decir, una transformación profunda de nuestras sociedades. Urge un cambio radical en nuestro estilo de vivir, de entender y practicar la economía, el progreso y el desarrollo.

La práctica neoliberal de la economía predominante está contribuyendo mucho a la degradación social y ambiental. Necesitamos una transformación ecológica de las maneras de producir y consumir en la sociedad. Los pueblos indígenas que viven en las periferias de los centros de poder, nos aportan una visión revolucionaria que nos abre nuevos horizontes.

Todos estamos llamados a contribuir a esta transformación con acciones cotidianas, como, por ejemplo: reducir el uso de artículos de plástico y papel y la generación de basura al máximo, practicar el reciclaje, ser cuidadosos en el uso del agua y de la energía eléctrica, impulsar en nuestras sociedades el uso de energía generada con recursos renovables, tratar a los demás seres vivos con cuidado, y junto con otros defender la Amazonía como el sistema vivo más grande del planeta...

Todas estas acciones son expresiones de nuestro amor a Dios, a la Tierra, que es su creación, y a nuestros prójimos. Vivamos con corazón abierto al Espíritu que nos hace partícipes de su gran creatividad para generar una cultura nueva, comprometida con los empobrecidos, con la vida en su gran diversidad y con la Tierra como nuestra Casa Común.

 

Birgit Weiler

Santa María de Nieva y Lima, Perú