Un nuevo ser humano... para una nueva sociedad

 

Nicolau João Bakker São Paulo, SP, Brasil

 

El ser humano no para de querer superarse a sí mismo. Los pueblos buscan siempre el bienestar y el progreso, compitiendo entre sí para no perder la delantera. En esa carrera no es el ser humano quien conduce el proceso, es la máquina misma la que empieza a reemplazarlo. ¿Será que los robots, en breve, nos pondrán a un lado, robando nuestros sueños y nuestra manera de vivir, convivir y sobrevivir?

Hay muchos que se preocupan por el avance del carruaje, especialmente las élites religiosas. Durante siglos, en el cristianismo, las élites religiosas, impulsadas por la filosofía greco-latina, a menudo, estaban a la vanguardia de los descubrimientos técnicos y científicos. En la Modernidad, después de peleas sin fin, la ciencia se separó de la tutela de la Iglesia. También la política. Hoy, nuestro mundo es “laico”. ¿Pero será que el carruaje va precipicio abajo?

Creo que ha llegado la hora de dar más atención a lo que dicen los antropólogos, especialmente aquellos que se atienen a la ciencia pero que no dejan de percibir la importancia de la religiosidad humana. Karl Marx (†1883) vio en la religión de su época sólo opio para el pueblo. De allí para acá, numerosos científicos predijeron la muerte de Dios y el fin de la religión. El proceso de esta «secularización» sería irrefrenable y definitivo. Se hicieron famosos, los «cuatro caballeros del Nuevo Ateísmo»: Richard Dawkins, Sam Harris, Daniel Dennett y Christhofer Hitschens. Pero la vida siempre nos sorprende. En 1969 el sociólogo y teólogo luterano, Peter L. Berger (†2017), decía oír nuevamente un rumor de ángeles. Desde entonces el canto de esos ángeles sólo se ha fortalecido. Nuestro mundo actual conoce miles de nuevas espiritualidades y búsquedas de sentido.

¿Qué dicen hoy los antropólogos, biólogos y neurocientíficos que estudiaron en profundidad el proceso evolutivo del ser humano? Es un sentido común entre ellos, afirman Carel van Schaik y Kai Michel, que la religiosidad forma parte de la base genética del ser humano. Ella es, en cualquier época y en cualquier lugar, parte constitutiva también de la cultura humana. Lo que nos distingue de los demás seres vivos es que nosotros somos conscientes de nosotros mismos y pudimos desarrollar un lenguaje que nos permite transmitir a las generaciones siguientes nuestro aprendizaje, constituyendo así un proceso cultural acumulativo. Pero es fundamental percibir que, bajo estas múltiples manifestaciones culturales, hay una base biológica o genética común.

Durante cientos de miles de años –dicen los autores mencionados–, los seres humanos vivían en pequeñas bandas nómadas, sin vida sedentaria. Nuestra base genética, nuestras principales intuiciones y predisposiciones psicológicas, lo que, espontáneamente, valoramos o rechazamos, todas nuestras inclinaciones “comunes”, vienen de esta época. La vida sedentaria en las pequeñas aldeas y ciudades, y luego en los primeros reinados y civilizaciones, se inició hace apenas doce mil años, “ayer”, dentro de nuestra larga vida nómada. Por eso, nuestra base genética no está adaptada a la gran complejidad de la vida urbana ni a los rápidos cambios culturales. Hay un mismatch, una desajuste, una «brecha antropológica» –dicen los entendidos– entre una realidad y otra. De ahí la gran dificultad para encontrar un rumbo adecuado para la vida moderna.

¿Cuáles son las características principales de esta religiosidad original, «intuitiva», propia de los pueblos nómadas, y que está en la base de las diferentes culturas locales? Las principales son:

1) una creencia natural, muy fuerte, en fuerzas «sobre-naturales» (antepasados, espíritus buenos y malos, divinidades...) que interfieren en la vida natural; la interpretación de la realidad y la búsqueda del sentido son básicamente religiosas. 2) Gran valoración de la cohesión grupal, del juego limpio, y de la reciprocidad; ejemplos concretos y heroicos de dedicación grupal son admirados y enaltecidos. 3) Reparto igualitario de la caza y de los bienes, con gran aversión a la desigualdad, a la injusticia social y a la propiedad privada. 4) La inexistencia de jerarquías de poder, con búsqueda de solución de los conflictos por medio del consenso, o por liderazgos momentáneos.5) Propensión a la compasión con los  débiles y deficientes dentro del grupo, pero actitud rigurosa frente a los peligrosos forasteros, es decir, una moralidad grupal rigurosa, de «doble rasero». 6) El «alma» del ser nómada y su religiosidad se expresa más por la emocionalidad que por la racionalidad, y se manifiesta preferentemente en la magia, la narración, la música, la danza, la mística y el arte.

Con la reciente vida sedentaria y urbana surgieron problemas completamente nuevos, jamás antes afrontados. El control de las tierras fértiles y la domesticación de animales trajeron la propiedad privada, con la consiguiente competencia entre familias y clanes, y toda suerte de envidias, codicias, exclusiones y violencias. Las pequeñas dinastías locales de poder, y luego los grandes imperios que surgen de ese sustrato, se caracterizan por guerras violentas, ostentación de lujo al lado de pobreza y esclavitud, además de patriarcados muchas veces poligámicos, donde la mujer pierde su lugar tradicional de destaque. La nueva vida en las ciudades trae también un número muy grande de enfermedades y epidemias (entre ellas la peste), esta vez causa de muerte no sólo de individuos, sino de poblaciones enteras. Y surge la llaga del anonimato urbano, causa de una serie de anomalías psicológicas. La historia de Israel, narrada en la Biblia, retrata bien este cuadro.

Las religiones «institucionalizadas», entre ellas el cristianismo, surgen en el contexto de este nuevo e inmenso desafío que necesitaba ser afrontado. La complejidad de la vida urbana da lugar a las élites político-religiosas que elaboran códigos de conducta, leyes y prohibiciones para proteger al pueblo contra las desgracias y para unir a la nación contra la amenaza constante de los enemigos. En Israel por ejemplo, la élite religiosa elabora la «Torá», un código de 613 prescripciones o prohibiciones. La obediencia a las divinidades locales y, en una fase posterior, al único Dios, Yahvé, ocupa siempre el lugar central en la vida de la nación y del pueblo. La política y la religión todavía se entienden como inseparables. La Biblia presenta ejemplos muy claros. Los reyes de Israel y de Judá viven rodeados de sacerdotes y profetas que dicen sí y amén a todos sus desmanes: ostentación de lujo, explotación de los pobres, y toda suerte de atropellos políticos. La Biblia conservó mejor la memoria de otra clase de profetas llamados «profetas de la desgracia», éstos sí, admirados por el pueblo. Denunciaban los abusos y defendían la religiosidad «intuitiva», la que es inherente a todo ser humano que aprecia la justicia y la igualdad, y que extiende la mano a quien pasa dificultad. Las religiones instituidas tienen esa dificultad: no interpretan correctamente los «signos de los tiempos» con soluciones racionales que el corazón no entiende.

Los antropólogos mencionados, aunque se dicen ateos, después de un exhaustivo estudio bien fundamentado, afirman que la Biblia «es el libro más importante y significativo en toda la historia de la humanidad»... ¿Por qué? Porque, en perspectiva antropológica, es importante distinguir entre la religiosidad intuitiva, original, común a todo ser humano, y las religiones «institucionales», que surgieron después en la complejidad de la vida urbana. Se puede observar una relación dialéctica entre ambas religiosidades. Cada vez que una religión oficial, instituida, se aparta de la religiosidad intuitiva, para sus seguidores pierde “sentido”, y su adhesión disminuirá. La Biblia, para estos antropólogos, es un ejemplo perfecto de esta relación dialéctica.

¡Qué bueno tener a Jesucristo como nuestro guía! Jesús es admirado por todas las religiones, precisamente porque se opuso a muchas de las exigencias religiosas descabelladas de su tiempo, y testimonió la religiosidad original, muy cercana al corazón del pueblo. Siguiendo los pasos de Isaías y de otros profetas, proclamó la venida del «Reino de Dios», una utopía que estará presente en medio de nosotros en la medida en que nuestro mundo crezca en justicia, igualdad y fraternidad. Sí, otro mundo es posible, la Nueva Sociedad está al alcance de nuestras manos. El Nuevo Ser Humano que buscamos, sin embargo, no será fruto de los espectaculares cambios culturales que presenciamos y que a veces nos fascinan. Será fruto de las religiones institucionalizadas que sepan indicar buenos caminos para el complejo mundo globalizado actual, sin perder de vista la fidelidad a la religiosidad original, intuitiva, con que el ser humano fue generado en este mundo.

Es éste el mensaje de la ciencia. En la perspectiva de la fe, diríamos: la felicidad humana sólo será posible con la fidelidad al mensaje del Creador, grabado, biológicamente, en la naturaleza humana.