Sin decrecimiento, no hay futuro

Carla Güell, Ada López, Martín Pardo, Nil Vinardell y Jaume Viñas. Fridays For Future, Girona, España.

Fridays For Future (FFF), comenzó en agosto de 2018 con Greta Thunberg haciendo lo que llamó “Skolstrejk för Klimatet” (Huelga por el clima por nosotros). Esta activista no fue a clase y se sentó delante del parlamento sueco, con un cartel y un papelito que explicaba el porqué estaba haciendo huelga. Las primeras semanas se manifestó sola hasta que se fue añadiendo gente y hasta que los medios de comunicación se hicieron eco y la acción se extendió poco tiempo después a prácticamente todo el mundo. El resultado fueron grandes movilizaciones de jóvenes en muchísimas ciudades y que los dirigentes políticos se sintieran interpelados.
La única manera de que haya la voluntad política para que las instituciones y las empresas actúen es hacer presión, salir a la calle, con acciones directas (seguramente bastante más contundentes que las que hemos hecho hasta ahora) y también claramente concienciando a la población respecto el tema.
Las principales demandas del movimiento FFF se podrían reducir en 3 puntos:
- Respetar el acuerdo de París, es decir, mantenerse por debajo 1.5ºC de aumento de temperatura.
- Asegurar la justicia climática y la equidad ante las consecuencias del cambio climático.
- Escuchar lo que dice la ciencia respecto al tema y al cómo actuar.
Uno de los puntos del discurso y del mensaje mediático del movimiento FFF es el decrecimiento. Entonces, ¿qué es el decrecimiento y como la entendemos nosotros desde Fridays?
Actualmente, los jóvenes vemos que no tenemos futuro, que hay precarización laboral y que nosotros tendremos que pagar el crédito ecológico de las generaciones anteriores.
El crecimiento actual está poniendo entre la espada y la pared la misma supervivencia de nuestra especie y la calidad de vida de la población mundial. Y aquí nace el concepto y movimiento por el decrecimiento. Aparece no como un movimiento para volver al pasado y retroceder en el tiempo, sino para estabilizar nuestro sistema en un futuro próximo, para hacerlo sostenible, es decir que no se autodestruya, para hacerlo justo, para que respete la diversidad ambiental y poblacional. Para ello, tendremos que tener en cuenta tanto la sociedad como el planeta.
El decrecimiento es algo necesario e inevitable. El ritmo de consumo de los países más desarrollados es totalmente insostenible. Objetivar la naturaleza y verla únicamente como fuente para extraer un beneficio económico nos ha llevado a una alienación social que tiene como final el individualismo. Un individualismo que nos adoctrina y tiene como objetivo obtener el máximo beneficio económico a cualquier costo. Un coste que con la pandemia ha resultado muy alto. Aunque ver cómo la naturaleza recuperaba el espacio perdido y los territorios de nuestras ciudades, la prioridad principal no ha sido dar más espacio a esta recuperación y buscar un equilibrio justo entre la naturaleza y nosotros, sino que la mayor preocupación ha sido volver a la “normalidad”. Una normalidad que, si nos paramos mucho a pensar en ello, no tiene nada de normal. El año 2021, según la Global Footprint Network, a partir del 29 de julio ya consumimos unos recursos que la tierra no será capaz de regenerar en un año.
Es lógico que los recursos naturales sean utilizados, pero estamos viviendo por encima de las capacidades de regeneración ecológica y cada año agotamos estos recursos en menos tiempo. Si nos fijamos en Chile, por ejemplo, consume los recursos equivalentes a 2,5 planetas tierra al año. Estamos viviendo a costa de los recursos naturales de las futuras generaciones.
Hay que construir un nuevo sistema económico que no tenga que depender del crecimiento para funcionar y una economía útil para toda la sociedad y, al mismo tiempo, que respete los recursos naturales y logre la sostenibilidad general.
Ante la filosofía de crecimiento de más dinero, más explotación, más progreso, más electrodomésticos, más coches, más aviones, más, más, más ... nos vemos obligados a tomar una posición contraria: menos transporte privado, menos explotación de los recursos naturales, menos excedentes alimentarios, menos multinacionales controlando un solo sector, menos productos de un solo uso, menos bienestar tecnológico y más bienestar social, valorar más los trabajos domésticos y de cuidados, ... en resumen decrecimiento en lugar de crecimiento. No estamos en contra del avance de la ciencia y la tecnología con todos sus beneficios. Simplemente es un cambio de prioridades, de un sistema que pone el beneficio económico en el centro por otro que pone la vida en el centro.
Si el nivel de vida actual de los europeos se generalizara a toda la población del mundo, necesitaríamos tres planetas; si hiciéramos lo mismo con el nivel de vida de los estadounidenses y canadienses, necesitaríamos cinco.
Los jóvenes de hoy, desde pequeños, hemos vivido rodeados de campañas publicitarias que nos animan a consumir desenfrenadamente, enseñándonos a buscar la felicidad en la compra incontrolada e innecesaria. Los jóvenes sentimos que se nos ha convertido en simples recursos para consumir y trabajar, y que nuestra ocupación depende solamente de las fluctuaciones del mercado. Nos pasamos años formándonos para acceder a puestos de trabajo con condiciones nefastas, y las expectativas no son demasiado favorables: el paro juvenil aumenta día a día. Además, con la excusa de la “productividad” y la “competitividad” se apoderan de nuestro tiempo y nuestros cuerpos a costa de explotar trabajadoras/es con sueldos indignos. Por todo ello queremos un cambio en la economía para que se promueva el consumo responsable y que no se tolere la explotación ni de las personas ni del entorno, sino que se apueste por mejorar las condiciones de vida del conjunto de la población. Hay que dedicamos esfuerzos a hacer una transición hacia un sistema más justo, social y climáticamente.
Tenemos que admitir que hay que reducir el nivel de producción y consumo para disminuir las emisiones, para detener el calentamiento. El decrecimiento exige que aquellos sectores que perjudican más al medio ambiente reduzcan su actividad. Sectores como el del petróleo, el aeronáutico, el cárnico o el de la publicidad, por ejemplo, serían los más afectados. Sin embargo, no se perderían puestos de trabajo, porque también surgirían trabajos nuevos, por ejemplo: si desapareciera la industria petrolera, sus trabajadores obtendrían nuevos trabajos, relacionados con las energías renovables. Obviamente esto debería ir acompañado de una reducción de los desorbitados niveles de consumo. Como consumiríamos menos productos también deberíamos producir menos. Se necesitarían menos horas laborales y tendríamos más tiempo libre para dedicarlo a la vida familiar y social, las tareas de cuidados y el ocio. Decrecer significa, pues, volver a valorar la importancia de la interacción social. Debemos potenciar y aprovechar más los productos locales y apostar por la conservación de las zonas rurales ante el constante crecimiento de las grandes ciudades. Gracias a ello reaparecerían fórmulas de democracia directa y autogestión. Ahora bien, un cambio debería ir acompañado de importantes medidas sociales para no dejar a nadie atrás, así como de una gran repartición de la riqueza y del trabajo. Hay que planificarlo de forma socialmente justa para no causar más sufrimiento a unas clase populares ya bastante castigadas.
En conclusión, el decrecimiento no es un problema sino el objetivo prioritario. Lo llamamos decrecimiento para encontrar un nombre provocador, Pero se refiere a vivir de manera sostenible, justa y estable, tanto social como ambientalmente. El movimiento decrecentista tiene como hitos evitar el desastre ambiental y detener las desigualdades sociales.
Hay que evitar la pérdida de la diversidad natural y detener la explotación innecesaria e insostenible que el capitalismo moderno impulsa. Debemos evitar que esta grieta en el sistema pueda perjudicar nuestras vidas y el propio futuro de la humanidad. Y aunque parezca un trabajo monumental, es posible. Tenemos que conseguir crear que los intereses políticos se fijen en el problema que tiene el sistema neoliberal.
Y una última consideración: el movimiento ecologista debe ser intergeneracional. Los más jóvenes debemos reconocer las aportaciones de los adultos que llevan años en la lucha ecologista y todo el trabajo que se ha hecho y se sigue haciendo, como también es necesario el apoyo de los adultos hacia las nuevas organizaciones y movimientos ecologistas más jóvenes, como puede ser Fridays.