retos epistemológicos de la revolución digital

 

Simón Pedro Arnold Chucuito, Perú

 

Las «nuevas relacionalidades» que tejen el entramado humano desde lo digital, tienen características inéditas. Una nueva humanidad está en gestación.

Acoger una nueva humanidad de mutantes

Ante esta constatación, cabe reformular la pregunta fundamental de la antropología: ¿Quién es el ser humano? ¿Qué vigencia tendrán, en adelante, los relatos en los que nos hemos apoyado desde siempre? Podría ser que tengamos que renunciar a elaborar cualquier tipo de relato, y contentarnos con rumiar eternamente nuevos y sorprendentes enigmas.

Sacar de su tesoro lo nuevo y lo viejo

Asumo el reto de enfrentarme directamente con estos interrogantes. Intento un nuevo diálogo dialéctico entre tradición y utopía, memoria y esperanza, a la luz de este momento neo-fundacional de la humanidad. Ojalá este diálogo pueda desembocar en una propuesta que me atrevería a llamar mística, o mistagógica (que introduzca pedagógicamente al mundo espiritual y simbólico).

La revolución digital tiene que ver, en buena parte, con la experiencia del tiempo. Con el acceso inmediato a todo tipo de información, la temporalidad, como proceso, está entrampada en lo que llamaría un cortocircuito: desaparece la experiencia del tiempo. Éste se reduce a una simple reserva externa e inagotable de informaciones, verdaderas o no, útiles o no, pero siempre fugaces.

Todos los relatos sobre la aventura humana, en todas las culturas, filosofías y espiritualidades, integran una experiencia del tiempo, desde el pasado como herencia, hacia el futuro como escatología. En las culturas premodernas, el presente constituye solamente un momento de discernimiento y decisión. En la Modernidad, en cambio, dicho momento se focaliza en el futuro primero.

El actual monopolio del instante, en lo que llamamos el Tiempo Real, nos borra cada vez más el horizonte del futuro y la referencia al pasado. Perdemos la noción de esperanza y de proyecto, su principio, como lo llama Ernst Bloch, el «principio esperanza», hablando de la utopía moderna. En Postmodernidad, ya no existe el presente como taller, sino sólo el instante, como mina de hechos caóticos no conectados y sin perspectivas. El presente ha sido remplazado por el instante. El tiempo real nos ha googleado. La temporalidad se reduce a un servidor de algoritmos. No es un escenario con actores.

La dialéctica, saber, conocimiento y sabiduría

En los relatos anteriores a la revolución digital, el saber no era el puro acceso desordenado a la información, sino una capacidad libre e inteligente de interpretación, integración, manejo y transformación. Saber es pasar de una fuente externa, neutra y muerta, a una nueva interiorización, una competencia única y, en definitiva, un empoderamiento vital.

En la simbólica judeocristiana, el conocimiento tiene que ver con la experiencia del encuentro fecundo. Se dice que el varón conoce a su mujer y recíprocamente, cuando se encuentran en una nueva dimensión de su relación que se vuelve fecunda.

Para las tradiciones anteriores, la sabiduría tiene que ver con la experiencia acumulada en el tiempo. Es absolutamente propia del sujeto y le permite discernir, juzgar, decidir, actuar sin dejarse manipular ni condicionar. Es la condición interna de la libertad.

Reinventar tiempo: de la noticia al acontecimiento

¿Cómo reinventar el tiempo como un espacio creativo de libertad ante el bombardeo ideológico incesante del instante digital?

La vida encuentra su sentido en el acontecer. En él, no sólo soy espectador de una noticia, sino actor directo de un hecho que me afecta. La fe es acontecer. En la perspectiva de la encarnación, todo lo que acontece es divino. Es el sentido de la alianza, de la liberación y de la promesa.

El riesgo de la googleización humana ¿Acaso lo digital sería sólo pura noticia, externa, anecdótica y pasajera? Lo que acontece, por el contrario, es interior, transformador, liberador. El riesgo, con la googleización de la humanidad es reducir todo relato a puras creencias impuestas.

Lo tuvimos que sufrir durante los mitológicos tiempos premodernos. La Modernidad nos permitió liberarnos de esos relatos absurdos. Pero sospecho que el riesgo de los relatos irracionales y fanáticos está peligrosamente agazapado de nuevo en los subterráneos de lo digital, si no recuperamos la capacidad de implicarnos en el acontecer del mundo.

Lo que acontece es sorpresa, cambio y conversión. La noticia –pura anécdota externa impuesta– se transforma en alteridad interiorizada, libre convicción en el acontecer.

Recuperar el arte de la narración compartida

Una comprensión y utilización superficial de los estereotipos creados por el mundo digital podrían llevar a la muerte de todo verdadero relato. Se nos educa en la repetición, en la imitación, cerrando así, para la gran mayoría, el acceso a la novedad creativa, a la pregunta abierta que posibilitaría un nuevo relato. ¿Cómo recuperar este arte fundamental?

El paradigma del WhatsApp

El riesgo de pérdida de capacidad de construir relatos nuevos tiene su paradigma en el WhatsApp. Al sugerirnos ciegamente, y hasta de manera anticipada a todo mensaje, abreviaturas, conceptos y presugerencias polisémicas, este nuevo espacio nos puede dispensar de pensar. Teledirige, de alguna manera, nuestro propósito de contar, induciendo una pereza y un conformismo no sólo literario, sino incluso ético e intelectual.

Algo parecido pasa con la nueva era de la imagen digital, muy diferente ya de las imágenes masivas de la generación mediática anterior. Hoy la imagen es cada vez más narcisista. Basta visitar las redes para constatar una explosión de imágenes donde el medio se reduce a un pretexto para poner en valor el ego de los selfies.

Pero no sólo sufrimos este egotismo digital de la imagen. Además, en la era del fake, la magia del photoshop nos pone siempre alertas ante el montaje y la manipulación. Nada es más devastador del relato, el cual implica la condición de verdad en el intercambio.

Pasar de lo “pornográfico” a lo “poético”

Estamos ante un sistema, un prototipo, que me atrevería a llamar pornográfico, que aparenta mostrarlo todo, cuando, de hecho, no muestra nada, o manipula tanto la realidad que se vuelve irreconocible. Ahí está la falacia de un seudo-relato.

¿Cómo pasar de lo pornográfico a lo poético? En vez de mostrarlo todo, el poeta sugiere el misterio escondido, sin desvelarlo. ¿Cómo recuperar, incluso reinventar lo simbólico, más allá de lo simplemente emocional y sentimental de tantos supuestos mensajes?

Esto constituye un llamado a todos los blogueros poetas, creadores, inventivos. En la infinita paleta de pintor de lo digital, sueño con el advenimiento de una generación de creadores que se apoderen de ella, como otros lo hicieron con la fotografía o el cine en la Modernidad.

Recuperar la pregunta más allá de las respuestas

El arte de la parábola no busca respuestas. A diferencia de la era Google, que sólo responde, incluso antes de la pregunta, la parábola devuelve otra pregunta incómoda o sorprendente, más allá de las recetas cortas y fáciles.

Invoco el retorno a la parábola, que rompa el cuello a la ideología mortífera de los discursos estereotipados. Lo que necesitamos, es recuperar las verdaderas preguntas. Hay que aprovechar los espacios de foros virtuales para ejercitar el debate contradictorio, tan preciado por la tradición judía, y tan temido por todas nuestras instituciones verticales, incluyendo muchos aspectos del mundo digital.

De la memoria al memorial

La nueva humanidad mutante podría perder la memoria. Esta amenaza concierne tanto a la memoria del pasado (la tradición) como a la memoria del futuro (la utopía), perjudicando toda posibilidad de crear un relato de sentido.

En el vocabulario mistagógico que utilicé al comienzo, se suele hacer una distinción entre memoria como simple almacenamiento de recuerdos, y memorial. Éste se comprende como actualización, y más: como actuación simbólica del tesoro de la tradición.

Simbólicamente, el acontecimiento fundador de la Cena de Jesús, por ejemplo, no se ha concluido. Continúa siendo fecundo y activo en el presente eterno liturgizado. Convendría recuperar esta experiencia de continuidad en el nuevo universo digital.

En este sentido, invoco una nueva mistagogía que valore el carácter confusamente sagrado del espacio digital. Urge un escenario ritual dónde acontezca constantemente un memorial de lo humano: eternizar el instante. Más allá del relato mítico, del que hemos señalado más arriba la probable obsolescencia en el mundo digital, es el momento de una nueva ritualidad, de una nueva iniciación en el Misterio siempre actual de lo humano.