Pobre, Negra y mujer

Pobre, Negra y mujer

Desde mi ser de mujer negra

Zoila Cueto Villamán


Soy una mujer negra campesina y religiosa, de la República Dominicana. Llegué a Colombia hace 29 años. Para mí fue una sorpresa estar en una ciudad como Bogotá con tan baja presencia de población afro, relegada por lo general a los barrios más pobres y marginales. Años después, la violenta escalada de los paramilitares provocó el desplazamiento de millones de personas hacia el interior del país, desde zonas como el Urabá. Los paramilitares actuaban como una fuerza irregular del Estado, con el patrocinio de grandes grupos económicos, como Chiquita Brands (reconocido por el Departamento de Justicia de EEUU), que se beneficiaban de la guerra al apoderarse de vastas regiones, entre ellas las pertenecientes históricamente a las Comunidades Tradicionales Negras. Gran parte de estos desplazados logró «ubicarse» en las periferias de las grandes ciudades, sobreviviendo en condiciones precarias, con el rebusque diario de los trabajos informales.

Como si no bastaran el desplazamiento sufrido y el asesinato de familiares, muchos de sus líderes populares fueron acusados de propiciar la violencia y enviados a la cárcel. Para entonces ya se utilizaba la modalidad de «falsos positivos», acusando a dirigentes de la Unión Patriótica y a civiles del común de ser los responsables de las masacres en el campo. Las mujeres afro, las esposas e hijos de estos acusados, llegaron a barrios como Palermo Sur, cercano a la cárcel La Picota.

Fue en ese contexto donde desarrollé mi trabajo misionero, acompañando principalmente a las esposas de los presos. Tratamos de recuperar la memoria histórica y colectiva desde el ser negras, para afianzar el espíritu de resistencia y superar las adversidades y la discriminación. Estas mujeres afro en su mayoría eran pobres, violentadas, desplazadas, sin acceso a educación ni servicios básicos, desempleadas y marginadas. Este proceso ayudó a identificar orígenes y sueños comunes. La fe del Pueblo Negro nos ayudó a rebelarnos ante la opresión para reivindicar nuestros legítimos derechos.

Hacia el 2000 me enviaron a Mosquera Nariño, en la costa pacífica, donde inicié otro trabajo con mujeres afro. Muchas de ellas golpeadas por la violencia, y con sus necesidades básicas insatisfechas. El Estado se reducía a la presencia militar, sin asumir ni solucionar los problemas reales de la comunidad. Como religiosa me tocó acompañar mujeres afectadas por la presencia paramilitar que, por ejemplo, les negaba la posibilidad de recoger y enterrar a los muertos; muchas veces tuvimos que recoger cadáveres flotando en el mar o en el río, con letreros de «prohibido recogerlo».

Iniciamos un proceso de reflexión sobre esta realidad inhumana y violenta a la luz de la palabra de Dios, desde una lectura popular y comprometida del mensaje cristiano. Surgió así el grupo «Mujeres por la dignidad de Mosquera-Nariño», que reflexionaba la experiencia de libertad y opresión, los derechos de las mujeres a la vida, la tierra, y cómo reivindicar sus legítimos derechos como ciudadanas.

Realizamos un trabajo étnico-territorial contra el machismo, exigiendo que escucharan las propuestas de las mujeres en cuanto a la participación en la vida ciudadana, la etnoeducación y el manejo de los recursos naturales y de los del Estado.

Unos años después fui asignada a Buenaventura, el puerto más importante de Colombia, marcado por las contradicciones entre la zona portuaria y la pobreza del resto de la ciudad, donde el 82% de la población afro es desempleada. En el 2007, con una violencia sistemática basada en torturas, masacres, desplazamientos y desapariciones contra las familias, los paramilitares provocaron en Buenaventura la destrucción del tejido social. Fue una estrategia maestra para posicionarse en el territorio y dominar la ciudad. Para la comunidad negra la familia extensa es uno de los pilares de su resistencia.

En 2011 iniciamos un proceso con las madres de las/los desaparecidos. El grupo se llama: «Mujeres entretejiendo voces por las y los desaparecidos de Buenaventura». Se caracterizó por su coraje y su valentía, ya que el solo hecho de reclamar a las autoridades por el paradero de los desaparecidos era arriesgarse a tortura o muerte. Una de sus iniciativas fueron los plantones de los jueves frente al centro administrativo. Nos iluminamos con la Palabra de Dios, sobre todo con el texto de 2Sam 21,1-14. Rispá nos daba motivación y nos alentó para reclamar nuestros derechos como madres. Les tensaba el alma para continuar de pie, con lluvia o sol: ahí estábamos con fotos de sus seres queridos desaparecidos.

Son voces de mujeres que claman frente a un gobierno sordo y ciego al que no le importa el sufrimiento de sus conciudadanos. En los rostros de estas mujeres mayores, con el peso de una historia dura de luchas y sufrimientos, se nota que no están derrotadas. Sus palabras son de aliento, para seguir reclamando hasta que las autoridades den respuesta. Reclaman justicia, saben que no puede haber justicia sin verdad, sin reparación de los daños cometidos y sin asegurar que no se volverán a repetir estos hechos. En sus oraciones y diálogos piden por otras mujeres que sufren en silencio por miedo a venir a la plaza pública a gritar por sus hijos/as desaparecidos.

Las mujeres negras, en Colombia y otras partes del mundo, nos sabemos poseedoras de un legado ancestral de siglos de lucha. El amor por nuestra causa nos ayuda a enfrentar las diversas formas de discriminación, marcadas por un racismo y sexismo estructurado. Denunciamos la marginalidad, que responde a un sistema económico excluyente que no terminó con la abolición legal de la esclavitud y que sigue generando inequidad y muerte. Dicen los obispos en el documento de Santo Domingo: «Tanto en la familia como en las comunidades eclesiales y en las organizaciones, las mujeres son quienes más comunican, sostienen y promueven la vida, la fe y los valores… Este reconocimiento choca escandalosamente con la frecuente realidad de su marginación, de los peligros a los que se somete su dignidad, y de la violencia de la que son objeto muchas veces. A quien da la vida y la defiende, le es negada una vida digna. La Iglesia se siente llamada a estar del lado de la vida y a defenderla en la mujer»(106).

En la Vida Religiosa las mujeres afro también hemos ido reivindicando nuestro derecho a la equidad. Recuerdo que en mi proceso de formación una religiosa de la comunidad me dijo que yo «era buena, tenía madera para ser una religiosa... pero que el único problema que tenía era ser negra». Me tocó la fibra más íntima y sagrada de la persona: mi identidad, mis raíces. Entré en un proceso de confusión que con el paso del tiempo me hizo plantar cara ante las acciones discriminatorias, especialmente en defensa de las mujeres afrodescendientes que acompaño en mi labor pastoral.

Las mujeres negras llevamos varios siglos construyendo paz. Nuestra palabra y acción se caracterizan por generar vida a pesar de la violencia recibida. Para que se continúen gestando cambios al interior de las sociedades, se requiere de nuestra parte asumir como nuestros los siguientes desafíos:

- seguir formándonos, para disminuir las brechas que nos separan de otras mujeres no-negras;

- afianzar los procesos identitarios, conocer nuestra historia, saber de dónde venimos;

- continuar sosteniendo los vínculos familiares, conservando la sabiduría ancestral y siendo el pilar que mantiene el acervo identitario y cultural;

- por naturaleza somos defensoras de los Derechos Humanos y de la vida. Nuestros aportes en la defensa de la vida siguen siendo hoy una necesidad;

- formarnos para la participación política y llegar a los escenarios en que se toman las decisiones, donde los hombres han acaparado la palabra;

- valorar y recuperar nuestro ser de mujeres negras, fortalecer nuestra autoestima, y que nuestro cuerpo sea un espacio de memoria e historia recreada.

Para terminar, quiero hacer un reconocimiento a todas aquellas mujeres negras que en América y el Caribe han aportado con sus vidas y sus luchas para que hoy sigamos construyendo historia y forjando ambientes propicios en los que las mujeres negras pobres, marginadas y excluidas, tengan, con todas las demás mujeres, la oportunidad de aportar sus vivencias y cambiar los prácticas de racismo e indiferencia que vivimos en nuestros países. Para lograr todo esto es necesario romper con los prejuicios y visiones excluyentes porque… no estamos aquí solamente para servir el café, arreglar las camas y hacer el trabajo de casa. Somos capaces de tomar decisiones, de hacer política, de dar sugerencias sin límite (Natalie, organización Afro Caribeña).

 

Zoila Cueto Villamán
Bogotá, COlombia