Pobre, Indígena y mujer

Pobre, Indígena y mujer

Cuerpos entretejidos desde la resistencia

Sofía Chipana Quispe


En memoria de las ancestras, niñas, adolescentes y jóvenes mayas, que nos acompañan desde las estrellas, lunas, soles, montañas, mares, ríos, lagunas, flores, insectos, peces, reptiles y aves; que nos recuerdan que su sangre derramada clama: «nunca más un mundo sin nosotras» (Comandanta Ramona).

El tejido que ofrezco parte de las inspiraciones profundas de nuestro caminar como mujeres denominadas «indígenas», que se gestan desde diversos espacios donde reconstruimos nuestras historias violentadas e identidades enajenadas; en las que nos reconocemos parte de la historia común de nuestros territorios avasallados, expropiados, violentados y oprimidos, al igual que nuestros cuerpos.

Desde las sabidurías, espiritualidades y cosmovisiones heredadas de nuestras ancestras y ancestros, nos sentimos interrelacionadas con la comunidad de la vida que habitamos y que nos habita, no nos vemos como partecitas, sino como parte de las múltiples interrelaciones que se entretejen. Por ello nos preocupa y duele vivir en la desarmonía que arrastramos de generación en generación, hasta ver como natural o normal las realidades de violencia, opresión, dominación, exclusión, racismo, sexismo, xenofobia, que nos enferman y degradan como comunidad humana; pues el dolor se comparte de diversas maneras y tiene su repercusión en las otras comunidades de vida, ya que todas/os somos parte del gran tejido de la Vida.

Sin embargo, no podemos negar que las mujeres y el cosmos, cargamos en nuestros cuerpos huellas de las múltiples violencias que han desfigurado nuestro ser. Evocando rostros, cuerpos, palabras y sentires de mujeres... un dolor profundo que habita en muchas, es el machismo que se encubre en nombre de la tradición «cultural» y que ha naturalizado un modo de ser mujer, que con frecuencia se ha trasmitido por las madres a sus hijas como un mandato patriarcal de criar hijas buenas (sumisas), trabajadoras y obedientes. Realmente hay una fuerte interiorización de ese modo de ser mujer y cuesta desaprender lo aprendido, ya que anida junto al miedo que cierra las puertas de la confianza en una misma.

Pues ese modo de ser mujer en muchos pueblos también limita su participación en la organización de la comunidad, fortaleciendo así el predominio masculino en algunos servicios que vinculan a las comunidades con las organizaciones ampliadas y con las instancias de los estados, aun coloniales. Por ello, el feminismo comunitario de Bolivia y Guatemala plantean el entronque patriarcal, entre el patriarcado colonizador y el patriarcado ancestral. De modo que las mujeres «indígenas» en los diversos contextos se han asumido como seres que tienen que vivir en constante «sacrificio», a ver si por ello reciben reconocimiento, como si se tratara de una suerte de herencia, ya que muchas de nuestras ancestras, abuelas, madres, tías y hermanas, perdieron el poder sobre sí mismas, sobre sus cuerpos y su plena relación con el cosmos, por la que era posible cuidar sus ciclos generadores de vida.

El entronque patriarcal también ha otorgado ciertos poderes y derechos a mujeres «blancas», ya que el trabajo considerado como «doméstico», fue asignado a las mujeres «indígenas» a lo largo de estos más de quinientos años de conquista. Trabajo que en nuestros tiempos se puede considerar como una extensión colonialista, ya que el espacio del hogar urbano se presenta como un espacio civilizatorio donde se tiene que aprender las buenas «costumbres» de la alimentación, la limpieza, el cuidado de las/os niñas/os y de los buenos comportamientos. De modo que la enajenación de los cuerpos e identidades continúa, y los vejámenes sexuales, el maltrato, la humillación y la subordinación se extienden en muchos espacios «blanqueados» de las sociedades.

En el afán de cortar con esas múltiples violencias y opresiones, muchas mujeres son explotadas en diversos trabajos, y en vez de dignificar sus familias, se alejan de ellas, incluso atravesando fronteras, acompañadas del sueño de que sus hijas e hijos «no sean como ellas», como si su vida no valiera. Y pareciera que la vida de las mujeres «indígenas» no vale... No podemos ignorar la realidad de muchos cuerpos de niñas, adolescentes y jóvenes de nuestros pueblos que atraviesan diversos territorios, siendo traficadas, y se pierden en el abismo de la explotación sexual, como mercancía barata, de la que no pueden salir, porque las familias, sobre todo las madres, no tienen el apoyo de las instancias correspondientes, ni los recursos para recuperarlas.

Desde las realidades anteriormente compartidas, quiero hacer eco a las palabras de algunas mujeres y organizaciones que nos estudian, y que presentan nuestra realidad desde una triple opresión: por ser «mujeres, indígenas y pobres». Apreciación que de algún modo recoge lo que nuestras hermanas afrodescendientes que habitan en el territorio del norte plantearon: que no se podría comprender lo que se denomina género desde una sola opresión, la del varón hacia la mujer, ya que la realidad de las mujeres «negras» era muy diferente al de las mujeres «blancas», porque recaía en sus cuerpos el estigma «racial», que determinó su condición social, como pobres: sus vidas estaban marcadas por una historia común, la esclavitud.

No podemos negar que al igual que nuestras hermanas afrodescendientes, cargamos el estigma social sobre nuestros cuerpos, pues aún prevalece la concepción colonial de que somos seres «sin alma», por lo tanto, inferiores, analfabetas, ignorantes, vinculadas al demonio y a la brujería, tanto en los diversos ámbitos de las sociedades «urbanas blanqueadas» como en los espacios eclesiales. Y con dolor, tenemos que admitir que esa concepción también llegó a nuestros contextos en las nuevas generaciones. Por lo tanto, somos consideradas como sujetos que hay que «civilizar y evangelizar».

Del mismo modo, algunos colectivos feministas, plantean que nuestra liberación sólo será posible si abandonamos nuestras prácticas culturales. Por lo que el desafío para algunos caminares feministas es asumir que no hay un solo modo de ser mujer, y que la opresión del patriarcado y machismo la vivimos de diversas maneras, y que no se limita sólo a las desigualdades entre hombres y mujeres, sino también a las diferencias y desigualdades que existen entre mujeres, entre hombres, y las desigualdades que genera el patriarcado capitalista.

Desde las comunidades de mujeres «indígenas», conectadas a las sabidurías y resistencias de nuestras ancestras/os, y a otras sabidurías que nos ayudan a seguir profundizando en nuestros propios pozos, estamos asumiendo como desafío los procesos de sanaciones integrales, como dirían las hermanas Xincas de Guatemala, de nuestros cuerpos territorios y de nuestra tierra territorio. Pues la sanación está conectada a nuestra medicina que acoge la integralidad de la vida que puede sentirse y vivirse desde nuestras espiritualidades, que conspiran con todo el cosmos. Por lo que defender nuestros territorios de las conquistas del capitalismo patriarcal, implica también romper la violencia y opresión de las mujeres. Ya que no es posible el Buen Vivir, si no hay un Buen Convivir.

De modo que cuando pedimos la palabra para denunciar las violencias que se ejercen sobre nuestro ser, que no se nos vea como una amenaza que hay que acallar y expulsar de las comunidades. Seguiremos denunciando el dominio patriarcal, ya que muchas de nuestras hermanas no sólo están siendo criminalizadas, amenazadas y asesinadas por el patriarcado capitalista y estatal, sino también por el patriarcado de los abuelos, padres, hermanos, esposos y compañeros.

Con todo, seguimos rastreando las resistencias de hermanas que habitan nuestros bellos territorios, que son sostenidas por sus vidas conectadas con la memoria de la ancestralidad, desde el canto, los tejidos, las ritualidades, las danzas, y las palabras sagradas, cual semillas que quieren seguir honrando la vida. Se trata de una gran red de vida compartida, a la que nos sumamos desde diversos lugares para que desde la sinergia de nuestros cuerpos que habitan en el cosmos y los otros cosmos, podamos quebrar todos los círculos de violencias y romper con las herencias coloniales, a fin de seguir tejiendo la vida con los hilos de diversos colores que se interrelacionan de manera recíproca, generando la armonía y el equilibrio necesario para la Vida en Plenitud, la Vida Digna, el Buen Vivir en nuestros territorios.

 

Sofía Chipana Quispe
La Paz, Bolivia