Otra actitud ecológica es posible

Otra actitud ecológica es posible

Víctor VIÑUALES


Durante miles de años, los seres humanos soportába-mos resignadamente el clima que nos tocaba. Ahora somos capaces de alterarlo.

En los últimos 30 años la temperatura superficial de los mares tropicales ha aumentado 0,5 grados centígra-dos. Aguas más calientes implican más huracanes. De hecho, en los años sesenta hubo 8 huracanes catastrófi-cos, 14 en los setenta y 29 en los años 80.

La potencia de nuestra tecnosfera para torcerle el brazo a la biosfera tiene muchos otros indicadores. En los últimos 100 años el nivel del mar ha subido entre 10 y 25 cm, la masa de los glaciares se ha reducido un 50%, el material removido por los humanos en actividades mineras no energéticas es casi el doble del material arrastrado por los ríos...

Sí, definitivamente, nuestra civilización es una fuer-za planetaria. Hemos vencido. Lamentablemente, la primera víctima de nuestra victoria somos nosotros mismos. Los científicos dicen -y la gente corriente sabe- que nuestro modelo actual de desarrollo es insostenible. Frente a esa convicción surge el paradigma del «desarro-llo sostenible», que tiene tres dimensiones morales: debe satisfacer las necesidades de la gente de hoy y las de la gente de mañana; debe resolver el desarrollo del Sur y del Norte; y debe beneficiar tanto a los seres humanos como al resto de los seres vivos.

La tarea de construir un desarrollo sostenible puede enfocarse de muchas maneras. Me gustaría resaltar una en concreto: se trata de responsabilizarse de las conse-cuencias de las propias acciones. Frank Kafka lo advirtió: «la mayoría de los seres humanos no son malos... los humanos se vuelven malos y culpables porque hablan y actúan sin imaginarse el efecto de sus propias palabras y actos. Son sonámbulos, no malvados».

Sin embargo esa tarea, la de responsabilizarse de las propias acciones, está dificultada, como señala Jorge Riechman, por varias razones:

- El carácter crecientemente artificial de las acciones humanas en las sociedades contemporáneas. Los niños apenas saben que esos filetes que compraron en su supermercado proceden de un animal vivo que debería corretear por las granjas.

- El carácter crecientemente socializado de la acción humana. Consumimos la energía eléctrica y no sabemos de dónde viene.

- Los efectos de nuestras acciones llegan muy lejos; en el espacio: el CO2 de mi automóvil provoca los hura-canes tropicales; en el tiempo: el agujero de la capa de ozono seguirá durante mucho tiempo, aunque no utilice-mos ya aerosoles, por ejemplo.

- El enmarañamiento de las cadenas causales. El gas de los frigoríficos estimuló el agujero de la capa de ozono.

- El anonimato disminuye la responsabilidad. El consu-midor de un perfume, por ejemplo, no percibe que cola-bora con la multinacional que en el Sur emplea por un pago irrisorio a miles de menores en la recolección nocturna de la flor de jazmín.

- La discrepancia, no tan infrecuente, entre valores y conducta. En una investigación de la Universidad Autó-noma de Madrid se pone de manifiesto que el 63% de los encuestados piensa que utilizar el coche privado deterio-ra el medio ambiente, pero sólo el 13% viaja siempre en transporte público.

Estos factores dificultan la percepción de las conse-cuencias de nuestras acciones y con ello nuestra respon-sabilización. Por otra parte, desde mi punto de vista, en la cultura latina increpamos con frecuencia al Estado por no hacer lo que está en su mano y nosotros no realiza-mos lo que está en la nuestra. Y otra dificultad muy extendida entre militantes progresistas y cristianos es pensar que la conciencia es la llave maestra de los cambios: «una vez concienciada la sociedad, cambia de forma natural». No es tan fácil.

Empujar el desarrollo sostenible o, lo que es lo mis-mo, responsabilizarnos de las consecuencias de nuestras acciones, exige trabajar en las siguientes líneas para educar en la responsabilidad social:

A) Trabajar en los 3 escalones del cambio ambiental: saber/querer/poder. Para que yo recicle papel es necesa-rio que sepa por qué debo hacerlo, que quiera hacerlo y que pueda hacerlo porque existan empresas reciclado-ras. La empresas, en casi todos los ejemplos que poda-mos imaginar, son necesarias para transformar la conciencia en prácticas sociales que transformen la realidad. Las ONGs son buenos para concienciar, para trabajar el saber y el querer, pero para poder practicar es fundamental el protagonismo de las empresas.

Con frecuencia hemos olvidado a Berlott Brecht que nos recordaba que “el hombre nuevo no es sino el hom-bre viejo situado en condiciones nuevas”. Para crear condiciones nuevas, las empresas son imprescindibles.

B) La fuerza de la inercia siempre se opone al cam-bio. Vencerla exige menguar el temor ante la incertidum-bre, ante lo desconocido. Y esa inseguridad sólo se ven-ce eficazmente cuando hay ejemplos cercanos de cómo se puede practicar esa nueva propuesta.

En definitiva, hagamos más, y hablemos menos. Prediquemos con el ejemplo. Las buenas prácticas desarrolladas por personas innovadoras anticipan los cambios, señalan los caminos que después deben seguir las grandes mayorías.

C) Informar y formar acerca de las consecuencias de nuestras acciones, y de nuestras omisiones. Con frecuen-cia los seres humanos no son tan conscientes de la res-ponsabilidad que tenemos por no actuar. Y también informar y formar acerca de las alternativas existentes. Un discurso monotemático en denunciar lo que existe no construye esperanza, no crea cambio ambiental.

D) Hacer visibles a «los otros». Los que viven lejos, en otros espacios, en el Sur. Hacer visibles a los seres humanos que todavía no han nacido, pero que tienen derecho al Patrimonio Natural que nosotros disfrutamos. En algunos Parques Naturales de Costa Rica en los años noventa podía leerse el siguiente rótulo: «Este parque pertenece a los muchos costarricenses que ya vivieron, a los muchos costarricenses que vivirán mañana y a los pocos costarricenses que vivimos hoy». Esa consciencia de «el otro que todavía no existe», y por tanto no vota ni nos reclama ante los tribunales, es fundamental para construir un desarrollo sostenible.

No es infrecuente que practiquemos un «racismo» contra las generaciones venideras. «Después de mí, el diluvio»: no importa lo que venga después, porque yo no estaré. Construir un desarrollo sostenible exige responsa-bilizarse de las consecuencias que nuestras acciones tendrán el día de mañana, cuando ya nosotros no este-mos. Esa indiferencia que mostramos hacia los hombres y mujeres del mañana es una indiferencia si bien lo pensa-mos, para con nuestros hijos y su descendencia. Dicho cruda pero realmente: nos estamos comiendo el patrimo-nio de nuestros hijos. Quizás debería crearse una nueva figura en los países democrá-ticos: «el defensor de las generaciones venideras», que son, por cierto, las que están más indefensas ante nuestros atropellos.

Y finalmente, pensar en el OTRO es pensar también en los otros seres vivos. Durante miles de años nos dedicamos a administrar la vida; ahora, como si fuéra-mos Dios, extinguimos especies enteras, y las hacemos desaparecer para siempre de la faz de la tierra. Todavía más: «creamos» seres que no existían, animales nuevos, por ejemplo.

E) Usar todas las herramientas para construir el desarrollo sostenible. A saber: la voz, tenemos que hablar, que construir otros sueños, que denunciar adonde conducen los que con frecuencia son hegemónicos. El voto. Mucha gente desprecia esa palanca porque no es la solución, pero en la vida real no hay prácticas milagro-sas curalotodo. En la vida real hay iniciativas que nos acercan más o menos a nuestro objetivo. No poseemos muchas palancas de cambio, no podemos cometer la frivolidad de despreciar las que tenemos. Y, finalmente, el VETO económico. En una sociedad de mercado, desde nuestro papel como compradores, ahorradores e inverso-res, que ejercemos a diario, podemos cambiar con gran rapidez el sistema productivo. Sólo hay un problema: que creamos que tenemos ese poder y lo ejerzamos. Dejamos de utilizar la palanca de cambio más efectiva: nuestro dinero. Pongá-moslo a trabajar por el cambio social y ambiental a través del «consumo responsable» (cfr pág. xxx), las compras públicas verdes, la inversión social-mente responsable...

El nuevo paradigma del «desarrollo sostenible» se funda en los preceptos de los antiguos filósofos. Kant ya advertía que hay que descartar como inmoralmente correctas aquellas prácticas sociales que son inviables si se generalizan. Por ejemplo, la dieta estadounidense, que equivale al consumo de 800 Kg. de cereales al año, no se puede universalizar, el planeta no tiene capacidad para aportar 800 Kg. de cereal al año para cada ser humano de este planeta. Pero sí sería universalizable la dieta hindú (200 Kg) o la mediterrá-nea (400 Kg).

Y, también. el desarrollo sostenible está emparenta-do con los preceptos más relevantes de las religiones más seguidas del planeta. “Ama a tu prójimo como a ti mismo” decía Jesucristo. “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan”: Confucio. “No hagas a otro lo que a ti te resultaría repugnante”: Mahabharata.

¿Dónde está la novedad que introduce el nuevo paradigma del desarrollo sostenible? En que ahora el prójimo ya no es sólo mi vecino «próximo». Mi prójimo es también el que vive en mis antípodas, el que vivirá el siglo próximo, o el resto de los seres vivos. Con el desarrollo sostenible, de alguna forma, se amplía el sentido del prójimo. Seamos pues «sostenibles», cuidemos al «prójimo».

 

Víctor VIÑUALES
Fundación Ecología y Desarrollo. España.