Nuevas Causas y nuevas creencias

 

Ivone Gebara São Paulo, Brasil

 

Los tiempos turbulentos hacen que recreemos nuestras causas y creencias. Ambas están unidas aunque muchos las imaginan separadas. Tomo la palabra causas como valores, luchas que abrazamos. Por ejemplo, el derecho fundamental de todos a comer y tener una vivienda digna. Hemos que luchar por conseguirlo. Nuestra lucha tiene así una causa, una razón, y se convierte en una creencia, expresión de mi fe en la necesidad vital de alimento y vivienda. Entiendo por creencias las cosas comunes que creemos que son derechos, valores y sentidos.

Asumo una causa porque creo en ella, y creo porque la acojo como importante. Por ejemplo, podemos recordar la ‘opción preferencial por los pobres’ que desde la década de 1970 fue una referencia de fe, es decir, una causa y una creencia en la vida de los cristianos de América Latina. Es una causa fruto de una gran creencia, la creencia de que las relaciones humanas necesitan ser restauradas a partir de los que fueron excluidos de sus derechos. Y esta creencia y causa es identificada como una orientación de Dios y de Jesús para nuestra acción.

Grandes causas y grandes creencias nacen en lo pequeño de cada día, cuando uno no soporta ya sentarse a la mesa de un restaurante y ver a un niño hambriento con la cara pegada en la vitrina del restaurante, o cuando la gente ve un grupo de personas en una barcaza dejando su tierra porque no pueden vivir en ella. El corazón explota de justa ira, y de ahí puede nacer una gran causa/creencia.

Nuestro mundo está marcado hoy por la revolución tecnológica, la desaparición de las antiguas formas de trabajo, la robotización creciente, la comunicación instantánea. Se delinean nuevos lenguajes y nuevos sentidos. A partir de estas novedades nos hemos preguntado sobre el sentido más profundo de nuestras creencias, aquellas que nos distancian de nuestra animalidad egocéntrica y nos abren para la percepción del otro como mi imagen y semejanza. Nuestras creencias profundas nos vinieron de la educación que recibimos, inspirada por cierto cristianismo que nos invitaba a compartir.

A lo largo de los siglos, las Iglesias cristianas vistieron estas creencias muchas veces con ideas poderosas y lenguajes filosóficos distantes de nuestra realidad. Las envolvían de misterios, de afirmaciones lejos de lo observable y lo posible en el mundo. El lenguaje en que nos enseñaban la fe y el amor era difícil de entender y nos provocaba miedo o repetición automática de la doctrina. Este proceso llevó al desprendimiento de las creencias respecto a las causas y necesidades vitales que ellas representaban.

El contexto actual del mundo nos revela el creciente dominio de la ciencia y la tecnología en las relaciones humanas, así como la reducción de las cosas importantes de la vida a mercancías que se compran y se venden. Esto revela la fragilidad no de las creencias profundas que nos humanizan, sino del lenguaje en que esas creencias son expresadas, y la cooptación de un mundo individualista. Con eso, las grandes causas y creencias en relación a la justicia, la ayuda mutua y los derechos, corren el riesgo de disminuir su fuerza social. Los conflictos entre masas y minorías salen a la luz y nos invitan a asumir nuevos rumbos.

Por un lado, observamos el crecimiento de las masas que se adhieren a un cristianismo neopentecostal, donde lo extraordinario, lo mágico, lo inmediato, tiene un lugar especial. Por otra parte, una minoría de intelectuales ‘cristianos’ o críticos de las religiones parece descartar las creencias y simbologías religiosas del pasado y la creencia de las masas que expresan un malestar en la sociedad y en las instituciones cristianas actuales.

Hablar de masa da la impresión de que se va a hablar de algo socialmente homogéneo, como si un enorme grupo de personas representase a un solo hombre, o como si fueran una gran masa de pan. Desde el punto de vista de las creencias, ¿qué creen de hecho las masas? No lo sabemos con exactitud, sólo observamos que hacen siempre un llamamiento a Dios como legitimador de sus posiciones sociales, como calmante de sus miedos y proveedor de sus necesidades.  

En realidad, la masa imaginada como algo homogéneo, no existe. Es una creación de la imaginación de algunos analistas para situar a la mayoría de las personas que parecen llevadas como un rebaño a creer en lo que se enseña como proveniente de Dios. La masa es el ‘otro’, al contrario de las minorías pensantes. Es decir, son las minorías las que nombran la masa y tal vez por oposición a sus convicciones. Sin embargo, la masa, para ella misma no es masa. Sólo circunstancialmente sigue las órdenes de quien comanda en una liturgia, por ejemplo. “Canten” y todos cantan. “Batan palmas”, y todos lo hacen. “Reciten el Credo”, y lo recitan. Pero, quien responde a su vida cotidiana es cada individuo como si no fuera de esa masa. Cada uno es una persona con su historia propia, aunque desconocida por los teóricos. La masa es en realidad un conjunto de individualidades no asimilables a la misma unidad formal o teórica predefinida. La masa es la diversidad, la multiplicidad, la diferencia que sorprende cuando se reúne en un mismo lugar. Y a partir de ella pensamos que en su medio no hay sujetos pensantes, no hay opciones o libertad. Imaginamos una multitud llevada por emociones diversas, sumisa a autoridades, que parecen conducirla hacia donde quieren. ¿Será de hecho sólo eso? No creo; basta observar la complejidad de la vida. Las masas son siempre diferentes. Buena parte vive en la provisionalidad de la supervivencia o de los deseos cultivados por el capitalismo y las religiones de la prosperidad. Otras parecen conscientes de lo que viven, y marcadas por las mismas carencias luchan por casa, tierra y trabajo. En ambas existen sujetos que padecen muchos males impuestos por la sociedad de consumo. La masa es doña María que pide escuela para los hijos; es el Sr. Pedro que sufre de dolores insoportables y busca alivio; es doña Francisca que busca vivienda; es el joven gay cuyo compañero fue muerto en la avenida; es la niña violada... La masa es el cerro, la favela, el personal del arroyo, los palafitos al borde del río, los subarrendados que proliferan en las ciudades. ¡Masa de individualidades sufrientes! ¡Masa que lleva su celular y habla con el mundo, con seguidores en las redes sociales! ¡Masa ‘materia prima’ de las élites de derecha e izquierda! Masa analizada por teóricos, por líderes que imaginan dar solución a sus problemas ya que representa el porcentaje mayor de ciudadanos del país. Masa que no produce pensamiento teórico sobre la realidad, sino que vive como puede.

Las minorías son los llamados sectores organizados en nombre de la libertad, de la liberación o de Dios. Son los que dicen tener conciencia histórica, no dirigirse por estereotipos, no someterse a la autoridad o a la ideología de un jefe, salvo en momentos excepcionales. Las minorías son las que apostaron por los absolutos de justicia, igualdad, libertad, los valores puros, el reparto de bienes, los proyectos históricos de futuro, las utopías del Reino. Las minorías quieren ser la voz de los sin voz, el grito de los excluidos, el socorro de los afligidos, el refugio de los pobres e injusticiados, los buenos pastores que cargan en su regazo la oveja perdida. Las minorías son las que creen que conducirán a las masas a un final feliz expresado de diferentes maneras. Hace pocos años leían la Biblia a partir de los pobres, hablaban del Reino como justicia y pan. Dieron la vida como minorías combatientes y otorgaron el título de mártires a algunos de sus compañeros. Afirmaron que sus mártires eran la imagen de Jesús y los continuadores de su misión. Y por eso mismo fueron crucificados y muertos, y resucitarán quizá antes del tercer día, y verán la luz de la libertad brillar sobre los pueblos de la tierra. ¿Qué consecuencias tienen esas imágenes y esperanzas hoy?

Para algunas minorías fue una decepción constatar hasta qué punto los pobres y marginados no siguieron a la letra sus consejos liberadores. Tantos análisis de coyuntura, discursos sobre estructuras, dibujos de la pirámide social, sueños en círculos, cartillas de educación popular... ¡Todo parece ahora en vano!

Hoy, a pesar del mundo diferente en que vivimos las Iglesias cristianas continúan recitando el credo de Nicea, el aprobado por Constantino en el siglo IV. Continúan tomándolo como el símbolo de su fe. Pero, ¿cómo yo/nosotros participamos en esa fe, en esa creencia, en ese lenguaje hermético? ¿Cómo a través de su proclamación expresamos la dirección de nuestras acciones y de nuestro amor?

Sospecho que ‘Nicea’ hoy sea un Credo desplazado de sus causas, alejado de la realidad y de sus 42 sentidos. ¿Sería necesario otro credo para los corazones de carne  de hoy? Sí. No un Credo sobre la revolución cibernética, no un credo sobre la tecnología, o sobre el universo... Estas afirmaciones están en otro nivel de la actividad humana. Necesitamos un Credo sobre lo que de hecho creemos, capaz de sostener la vida, y que pueda ser injertado en las diferentes tradiciones como un acto creativo actual. Un Credo que expresa mi fe en nuestra fe hoy, una fe que no oprima mi cuerpo y ni mi inteligencia, un Credo simple, inclusivo, con lenguaje cambiante y centralidad de significado práctico común. Credo nacido de diferentes comunidades, que no deben perderse en los descubrimientos de las ciencias y las tecnologías, sino encontrarse en el corazón del Misterio que nos habita hoy. Podríamos llamar espiritualidad a esa dimensión, una dimensión de la búsqueda de los seres humanos de un sentido siempre nuevo que orienta y nutre su vida, que no puede ser reducida a una ecuación matemática, fórmula química, boletín meteorológico, o a la construcción de un nuevo robot.

Si parecemos perdidos en nuestras formulaciones de fe, en realidad esto puede ser positivo. Necesitamos hallar de nuevo un Credo que nos hable a las entrañas en medio del mundo de las muchas tecnologías y las muchas avaricias.

¡Estamos viviendo un tiempo extraordinario! Tiempo de mucho sufrimiento emocional y social, pero también tiempo de depuración de nuestra pretensión de conducir la historia hacia un modelo único que imaginabamos ser el de la felicidad de la humanidad. ¡Un modelo único de justicia, libertad y bien! ¡Un modelo según Dios, el Padre todopoderoso!

Cayeron nuestras viejas creencias. Cayó el hombre viejo, la mujer vieja, no por la edad, sino por las ilusiones y discursos que mantuvieron. Cayeron las minorías convencidas de su arrogante sabiduría. ¡Se rasgó el velo del Templo! Algo nuevo está naciendo.

Es necesario estar atentos para percibir la suave brisa pasando e indicando por dónde aparecen las nuevas formas de convivencia, las nuevas creencias y las nuevas dudas (pues siempre nos habitarán). Estamos caminando entre espesas nubes; hoy nadie ya podrá gritar: lo nuevo ‘está aquí’ o ‘está allí’. Ya nadie está seguro del contenido de los Libros Sagrados, en la palabra del pastor, en la del político, en la del papa. Todos estamos siendo invitados a aprender unos de otros, quiénes somos en este mundo que ya no es el de ayer, no es el de Jesús de Nazaret, ni el de la Iglesia primitiva, ni el de Marx, ni el de tantos que nos precedieron. Tecnologías, memoria artificial, comunicación instantánea, cohetes enviados a la Luna, a Marte, el Big Bang... desapropiaciones, destrucciones, desastres, guerras...siguen el mismo rumbo de ayer... Y el sediento corazón humano continua ahí...

¿Qué nuevos relatos cristianos son los nuestros hoy? Nuestros... pero ¿quién es ese nosotros? Una vez más ese nosotros es plural y diversificado. Es masa personalizada. Ese nosotros tiene caminos múltiples, y debería quizás converger hacia el único secreto común presente en todas las manifestaciones de la Sabiduría humana. ¿Cuál sería? Me atrevo a decir que el secreto presente en ellas, que necesita ser rescatado siempre de nuevo, es que todo converge para la creación de caminos de supervivencia común de la humanidad y del planeta, caminos donde cada uno y cada una deberían ser saciados según su hambre de pan, amor y justicia.

¡Viejas utopías nacidas y renacidas en los corazones humanos! Utopías liberadas del palabreo complicado que las sepultó y las hizo creer más en oposición que en convergencia. En nuestro nuevo viejo mundo necesitamos cultivar convergencias en todos los jardines... Y, sobre todo, compartirlas.

Después de todo, ¿no somos todos nacidos del mismo polvo de estrellas? ¿Y generados en el seno de una bella chimpancé portadora de un error genético que nos hizo surgir como nueva especie? ¡Todo lo demás, nosotros lo inventamos, y continuaremos inventándolo!

En estos tiempos turbulentos, un poco de humildad nos haría mucho bien. Bajemos a nuestros dioses y diosas a la tierra, respetemos la misteriosa explosión creadora de una estrella, y el error genético creador de tanta poesía. Aceptemos la invitación a cantar bajito, mientras persiste la oscuridad. De ese cantar podremos hacer un Credo menos poderoso, menos imperial, más lleno de danza y de movimiento. Un credo de alegrías, de gratitud y de pequeñas cosas... “Creo que el mundo será mejor cuando el más pequeño que padece, crea en el más pequeño...!” ¡Mensaje que he recibido por wasap!