Multinacionales, ¿a dónde quieren llevar el planeta?

¿A dónde quieren llevar el planeta?

Multinacionales: ambición que no cesa ni con la crisis

Silvia Ribeiro


La mayor concentración corporativa de la historia ha ocurrido en las últimas dos décadas. De 1990 a 2007 el monto global de fusiones y adquisiciones entre empresas aumentó un 1000%, llegando a 4,48 billones de dólares. Las trasnacionales han ido tomando cada vez más esferas de la vida en todo el planeta, convirtiendo lo que tocan en mercancías y especulación, dejando a las mayorías en una enorme crisis de salud, pobreza y hambre al tiempo que convierten al planeta en un inmenso receptor de basura y contaminación. Solamente en los rubros de alimentación y farmacéutica, las diez mayores empresas de cada sector acaparan a nivel mundial el 67% de las semillas bajo propiedad intelectual, el 89% de los agroquímicos, el 26% del procesamiento de alimentos y bebidas, el 55% de los farmacéuticos y el 63% de la farmacéutica veterinaria.

Con pocas diferencias, esta concentración se repitió en todos los sectores industriales y financieros claves, ejerciendo una enorme injerencia en las políticas nacionales e internacionales, lo cual resultó en el mismo período en un -aluvión de leyes y normativas nacionales e internacionales para favorecerlas: acuerdos de «libre» comercio leoninos, imposición de regímenes de patentes, total libertad y garantía para sus inversiones, laxitud en las regulaciones ambientales y de seguridad en los alimentos, entre otras.

Otro aspecto central para lograr este dominio ha sido el -desarrollo tecnológico y su monopolización. Las nuevas tecnologías, en sociedades injustas, siempre han servido para aumentar la brecha entre pobres y ricos.

Frente a la crisis más profunda de la historia del capitalismo (alimentaria, energética, financiera y económica, atravesadas por la mayor crisis climática, ambiental y de salud jamás vista) las empresas artífices de la crisis, muchas de ellas respaldadas por gobiernos, afirman que para salir de las crisis no se necesita un cambio radical de los patrones de producción y consumo, ni un cuestionamiento profundo a la injusticia social en la propiedad de la tierra y el acceso a los recursos, ni a la forma explotadora y contaminante de relación con el ambiente y la naturaleza, sino, justamente, nuevos arreglos tecnológicos.

(Des)arreglando el clima

Ante el cambio climático, que supera todas las predicciones, proliferan las propuestas de geoingeniería: manipular ecosistemas enteros o grandes partes del planeta, para modificar el clima «de golpe». Aquellos que siempre argumentaron que el cambio climático era un fenómeno natural (empresas petroleras, EEUU, etc.) dicen que ya no importan sus causas, sino aplicar tecnologías para controlarlo. Hay un nuevo empuje a la energía nuclear, las mega-represas, las mega-plantaciones de árboles y de materias primas para agrocombustibles.

Pero además, propuestas como la de Paul Crutzen, Premio Nobel de Química, que propone disparar nanopartículas de dióxido de sulfuro a la estratosfera, simulando el efecto de una erupción volcánica, para tapar las radiaciones solares. El costo, estimado por Crutzen entre 25 y 50 mil millones de dólares por año, no incluye el medio millón de muertes prematuras que ocasionarían las partículas contaminantes, que luego caerían a la tierra.

Otros proponen fertilizar los océanos con urea o nanopartículas de hierro, que al producir florecimientos súbitos y masivos de plancton, enfriarían la temperatura del mar y absorberían dióxido de carbono. Hay empresas como Climos Inc. y Ocean Nourishment Corporation, que planean vender este tipo de experimentos como créditos de carbono, convirtiendo la supuesta salvación del planeta en un jugoso negocio. Abundante literatura científica indica que este sistema no sería efectivo, ya que el dióxido de carbono se volvería a liberar más tarde. Las mismas fuentes señalan que produciría daños, alterando el equilibrio de ecosistemas y cadenas tróficas marinas y produciendo sobre-fertilización, con fuertes impactos en zonas costeras para peces, algas y pescadores artesanales.

Por todo ello, en mayo 2008 el Convenio de Diversidad Biológica estableció una moratoria sobre la fertilización oceánica. Era una primera alerta sobre los riesgos de la geoingeniería. Pero las empresas que ven en esto un tremendo negocio están en un cabildeo feroz para revertir esta moratoria.

Cuando escribimos este texto, hay muchas más propuestas de geoingeniería que se pretenden presentar como alternativas en la próxima reunión de la Convención sobre Cambio Climático, en diciembre 2009. El común denominador es que son propuestas que implican grandes negocios para las empresas, a través de créditos de carbono y otros mecanismos, y que este tipo de alteración de ecosistemas, inevitablemente tendrá impactos sobre otras regiones y países, más allá de los «beneficiados».

La economía del azúcar: asalto final a la naturaleza

La crisis climática y los altos precios de los combustibles sirven de pretexto también para una serie de emprendimientos que se proponen sustituir la economía del petróleo –o una parte significativa de ésta– por una nueva «economía del azúcar» o «economía de carbohidratos», cuya materia prima es biomasa fermentada con microbios manipulados genéticamente. Se trata de transformar los «ladrillos básicos» de cualquier fuente de biomasa (cultivos, residuos, árboles, pastos, algas, etc.), a través de fermentación, y posterior construcción de polímeros u otros bloques constructores moleculares, para producir fármacos, plásticos, químicos y combustibles.

La primera generación de agrocombustibles ha tenido grandes impactos ambientales, económicos y sociales, pero ha sido un pingüe negocio para los agronegocios y petroleras. En la misma línea, pretenden llegar mucho más allá con segundas y terceras generaciones, parte de esta nueva economía del azúcar.

Para acelerar la fermentación de nuevas fuentes de biomasa, haciendo económicamente viable el procesamiento de por ejemplo, celulosa, la idea es usar microbios producidos por biología sintética, es decir, con secuencias no de otros seres vivos –como en los transgénicos– sino construidas artificialmente en laboratorio, seres vivos totalmente sintéticos, lo cual codiciosos científicos como Craig Venter alega ya haber patentado. Esto plantea incertidumbres y riesgos al medioambiente y la salud aún más serios que los transgénicos.

Implica además un aumento exponencial de la demanda de biomasa natural o cultivada, en ambos casos con impactos tremendos para el medio ambiente, agudizando la disputa de tierra, agua y nutrientes. Un ejemplo: DuPont instaló en 2007 una biorrefinería, en la que usa 150,000 toneladas de maíz para producir 45,000 toneladas de Sorona, una sustancia similar al nylon, que a pesar de provenir de maíz, no es biodegradable. Para ello usa bacterias E-Coli manipuladas por biología sintética. En Brasil, Amyris Biotechnology firmó contratos con dos grandes empresas brasileras de procesamiento de caña de azúcar –Crystalsev y Votorantim– para nuevos tipos de etanol y biodiesel basado en biología sintética.

Aunque las empresas de biología sintética usan nombres nuevos como Amyris, Athenix, Codexis, LS9, Mascoma, Metabolix, Verenium o Synthetic Genomic, quienes están detrás son las principales petroleras (Shell, BP, Marathon Oil, Chevron), las empresas que controlan más del 80% del comercio mundial de cereales (ADM, Cargill, Bunge, Louis Dreyfus), el oligopolio de semilleras y productoras de transgénicos y agrotóxicos (Monsanto, Syngenta, DuPont, Dow, Basf, Bayer), las mayores farmacéuticas (Merck, Pfizer, Bristol Myers Squibb), junto a General Motors, Procter & Gamble, Marubeni y otras.

Esto implica la apropiación y mercantilización de la mayor cantidad posible de biomasa del planeta que no esté ya privatizada. Según un estudio del Departamento de Energía de EEUU, se usa actualmente 24% de la biomasa del planeta, la mayor parte bajo control de empresas transnacionales. En sus planes está quintuplicar la apropiación de biomasa para uso de ese país. Afirman que al emplear celulosa, árboles y residuos de cosecha (lo que provocaría entre otras cosas, enorme degradación de suelos) no competirán con alimentos, lo cual es falso, porque demandará más tierras y agua, más monocultivos y más destrucción de áreas naturales.

Alternativas a las crisis ya existen, pero son ignoradas por los poderosos, porque no producen lucros para las trasnacionales: la soberanía alimentaria, basada en diversidad de culturas y economías campesinas y locales, sustentables y descentralizadas, creando una relación más solidaria campo-ciudad, que también ponga coto a la urbanización salvaje y disminuya la demanda energética, los transportes y la basura, creando las bases para relaciones respetuosas y conscientes de los límites de la naturaleza.

 

Silvia Ribeiro

Uruguay - México, del Grupo ETC: etcgroup.org