Mons. Romero: a los 20 años de su martirio

MONS. ROMERO, PROFETA DE NUESTRO TIEMPO
A los 20 años de su martirio
 

Gloria CUARTAS


En 1994 con la agudización de la crisis en Colombia, en una de sus regiones de mayor importancia geoestrategica y geopolítica, Apartadó (en el Urabá antioqueño, en el límite con Panamá, una región hermosa y rica), la intensificación del conflicto armado se hacía cada vez más fuerte y los paramilitares aumentaban su actuar en medio de una fuerte presencia de las fuerzas militares regulares del Estado... En medio de esta realidad se dio un acuerdo político, cuando se impedía por parte de la guerrilla la realización de las elecciones. Yo, que venía de la experiencia de trabajo con algunas ONGs y una profunda convicción de vida desde el evangelio iluminada y acompañada por la teología de la liberación, acepté la invitación de ser candidata del Consenso UNIDAD POR LA PAZ, apoyado por la iglesia católica. Fui elegida entonces Alcaldesa 1995-1997.

Pero la situación de profunda crisis que se vivía, sirvió de marco para la matanza de hombres y mujeres: 1200 personas asesinadas en tres años, desplazados, dolor, muerte... Nosotros no tenía-mos otra opcion: RESISTIR de pie y al lado de Romero, en la noche, sumidos en la incertidumbre, y sin saber con quién hablar, por las ya conocidas persecuciones de todos los actores armados. Yo escuchaba las homilías de Romero que un amigo religioso me regaló. Las escuchaba y yo sabía que aquello era actual, y que yo no podía renunciar a DENUNCIAR, ni podía dejar de acompañar espe-cial-mente a las mujeres que luchaban por defender la vida de los suyos. Monseñor Romero me daba las fuerzas para no retroceder...

Decidí caminar sin escoltas desde el principio. Decidí no usar la fuerza. Las palabras y los hechos de la gente rompieron el círculo de impunidad, y el mundo supo que un exterminio se gestaba y la fuerza de las armas remplazaba la razón. Eso nos permitió implementar una estrategia de trabajo con mujeres, niños, una tarea desde la cultura para despertar la solidaridad.

Un monasterio de la visitación en medio de aquella zona hermosa y sufrida servía de oasis donde retomar fuerzas y seguir caminando. Una señal se nos había dado desde Centroamérica: que las violencias nos visitarían y que teníamos que estar preparados. La gente se dio cuenta de que no estábamos solos: Oscar Arnulfo Romero no nos dejó en el camino. Desde esos días asumí que sumarme a las luchas por construir un mundo más humano y trabajar por una Colombia más justa desde el lugar donde esté, sería mi compromiso. Este es mi testimonio.

En los graves momentos que atraviesa el Continente latinoamericano, tenemos que preguntarnos si hemos hecho lo suficiente para organizarnos, para hacer práctica la invitación a estar al lado de los pobres y de los que sufren, para no seguir contribuyendo a la impunidad por omisión.

Miremos nuestra realidad a la luz del Evangelio: no hay derecho a seguir de espaldas y orando a escondidas de la realidad. No hay derecho a vivir una “semana santa en medio de la guerra sin tomar una decisión”. Quiero hablar a los laicos/as, porque parece que aún existe en algunos sectores de las jerarquías de la iglesia católica indiferencia por estos asuntos del Evangelio actual concreto: el de la justicia, el de la solidaridad, el que habla de las oportunidades para construir el Reino. Un reino que ya es aquí y ahora, con una solidaridad que nos permite aportar ideas, actos, construir redes humanas. No esperemos soluciones desarticuladas de las comunidades y sus diversidades. Levantemos nuestra voz y nuestras propuestas. No nos dé ya miedo decidirnos a vivir. Es necesario HACER UNA OPCIÓN.

La experiencia en América Latina nos revela señales que hablan de una RESISTENCIA CIVIL que se ha ido desarrollando. Las comunidades eclesiales de base han acompañado el caminar de los más pobres. Las mujeres han escuchado las palabras de Monseñor Romero y las han llevado a la vida diaria: el compromiso con el secuestrado, el desaparecido, el desplazado, con quienes que han resistido ante los regímenes militares y han levantado su voz, con los que nunca han podido tener un espacio para ver crecer su familia... ha sido alimentado y sostenido por esta figura. En este caminar se ha aclarado la presencia de Jesús, la razón de mantener la solidaridad, la fraternidad, una manera de vivir que libera, que nos invita a no renunciar a nuestros sueños y proyectos de libertad...

Duurante estos veinte años, “san Romero de América”, el “Pastor y Mártir nuestro”, ha permanecido en nosotros. Su coherencia en la palabra y en los actos, su riesgo para asumir el amor, su voz que no se silencia, su llamado a defender la vida, la libertad, la justicia social, y a vivir en donación permanente... nos iluminan permanentemente. En el año 2000 su semilla tiene frutos que mostrar: hemos participado decididamente en procesos sociales que nos han llevado a asumir una iglesia caminante que se compromete con la vida diaria. Su palabra no ha sido silenciada. Y sabemos también que no podemos acomodarnos en una iglesia que como institución anuncie un Jesús que no resucita en el pueblo, que no camina al lado de la gente, que no sufre, no se reconoce en las mujeres...

De Monseñor Romero aprendió también esto mi generación: que quien confía en el Evangelio que revoluciona, no puede aceptar las armas como medio para cambiar la vida; que no podemos vivir con una conciencia acomodada; que la esperanza que renueva el camino surge de un compromiso atravesado por el amor...

¿Cómo reconocer a Jesús en los tiempos actuales? ¿Cómo recuperar la memoria y volver a escuchar las homilías de Monseñor Romero?

El Salvador no pasó: El Salvador al que hablaba Romero es hoy toda la América que sufre. Creo firmemente que Romero de América nos habla hoy en la realidad de la guerra colombiana, en las esperanzas de Chiapas o en el desastre de Honduras, en las mujeres de la Plaza de Mayo, los movimientos de los sin tierra en Brasil, en las luchas de las familias chilenas que no se cansaron de esperar justicia, en los movimientos de Perú que buscan libertad y desarrollo, en la capacidad de convocatoria del movimiento social en Ecuador, en la reivindicación de las deudas sociales todavía pendientes en El Salvador, en la palabra de Rigoberta Menchú y Monseñor Girardi, en nuestra realidad concreta, en la calle, en los campos y ciudades atravesadas por la guerra, en el sufrimiento de mujeres y hombres secuestrados y de sus familias, en las mujeres que viven especialmente el impacto de las políticas económicas neoliberales por todo el Continente, en tanto sufrimiento regado por las calles, en los desplazados/as, en los indígenas y los negros...

Hace 20 años en la Universidad de Lovaina, Monseñor Romero decía refiriéndose a El Salvador: Estar en favor de la vida o de la muerte: con gran claridad vemos que en esto no hay posible neutra-lidad. O servimos a la vida... o somos cómplices de su muerte. Y aquí se da la mediación histórica de lo más fundamental de la fe: o creemos en un Dios de Vida o servimos a los falsos de la muerte.

Él le habla a Latinoamérica, a tu vida, a mi vida.

En mi experiencia personal, las homilías de Monseñor Romero (http://www.uca.ni/koinonia/romero) me acompañan, me invitan a mantenerme unida a las comunidades religiosas y de amigas/os que trabajan decididamente por la Vida, la seguridad de los derechos humanos, el medio ambiente, la justicia. Por ello comparto con este Continente de esperanzas, a través de la Agenda Latinoamericana, lo que significa en mi vida Oscar Arnulfo Romero.

En cada comunidad es posible vivir esta opción. Depende de nosotros/as, hacerla realidad: a los veinte años de su martirio, OSCAR ARNULFO ROMERO es un profeta que sigue iluminándonos por estos caminos.

 

Gloria CUARTAS

Trabajadora social

gloriacuartas@hotmail.com