Mons. Parrilla: un «Las Casas» de Puerto Rico

Mons. PARRILLA
Las Casas del siglo XX en Puerto Rico

Antonio M. Stevens-Arroyo


Parece providencial que la muerte del Obispo Antulio Parrilla, en Puerto Rico, el día 6 de enero coincidiera con el alzamiento de los indígenas de Chiapas, México. Como el primer obispo de Chiapas, el legendario Bartolomé de las Casas, el obispo Parrilla dedicó su vida entera a la defensa de los derechos humanos frente a las arbitrariedades de los gobiernos. Ambos, Las Casas y Parrila, fueron militares antes de ser sacerdotes, y ambos se ordenaron como clérigos diocesanos antes de incorporarse a órdenes religiosas. Muchos calificaron al obispo jesuita puertorriqueño un caso perdido de utopista quijotesco, que denunciaba con cólera la influencia de Estados Unidos en Puerto Rico. Así luchó Las Casas en contra del sistema político de España. Parrilla sirvió de conciencia crítica del catolicismo del siglo XX que, igual que la iglesia de la época de Las Casas, se había olvidado de los valores evangélicos. La herencia de Parrilla es ambigua ahora, pero la historia la irá descifrando poco a poco.

El futuro Obispo Parrilla nació en 1919 en una aldea rural de Puerto Rico, uno entre 15 hermanos. Pasó gran parte de su juventud involucrado en actividades políticas orientadas a establecer en Puerto Rico una República independiente de Estados Unidos. A pesar de ello, fue llamado al servicio militar y sirvió como experto en radar en el ejército estadounidense desde 1943 hasta 1946 en la zona del Canal de Panamá. Fue después de salir del ejército cuando se decidió hacerse sacerdote y, más tarde, jesuita. El Obispo Parrilla explicó en una entrevista hace unos años que el líder nacionalista Albizu Campos le animó a hacerse sacerdote, pero no del clero secular sino religioso.

Parrilla entró en la Compañía en busca de santidad, pero no renunció su compromiso radical con la liberación política. Aún estaba en el noviciado de La Habana cuando comenzó la revolución armada contra el régimen de Batista. Con 5 años de experiencia de sacerdote diocesano, Parrilla confesó a los guerrilleros de Castro en la montaña. Para él, nunca hubo conflicto entre el mensaje evangelio de liberación y los peligros de enfrentarse con el sistema político. A lo largo de su vida, demostró la misma devoción en la defensa de la Causa de los demás que en la Causa de la liberación de Puerto Rico.

Después de hacerse jesuita, Parrilla pasó casi dos años entre los portorriqueños de Nueva York en la «Nativity Mission» de la zona baja del este de Manhattan. Regresó a Puerto Rico en 1960, cuando fue nombrado Director de Acción Católica en la isla, y supervisó la creación de un sinnúmero de cooperativas para campesinos pobres.

Parrilla fue seleccionado en 1965 para Obispo Titular de Ucres, lo cual se debe tanto a los métodos laberínticos de la política episcopal como a sus propias habilidades. Seguramente la Santa Sede reconoció que su defensa de la independencia de Puerto Rico podía mejorar la imagen de la jerarquía católica que se dedicaba a “americanizarlo”. En otros asuntos, como la reforma de la liturgia y la dependencia en el magisterio, Parrilla fue conservador muy tradicionalista, y parecía ser un candidato episcopal de bajo riesgo.

Se dedicó a la justicia social con una mezcla única de devoción casi ultramontanista al papado y un anti-imperialismo radical. Por ejemplo, escribió mucho en contra de los programas gubernamentales del control de natalidad obligatorio y de esterilización en Puerto Rico. Esto le ganó el apoyo de los conservadores. Pero fue el primer obispo estadounidense en denunciar públicamente la guerra en Vietnam, además orientó a los reclutas en sus protestas, según su propia experiencia en el ejército. El apoyo que dio a ésta y otras causas lo convirtió en un héroe para la izquierda.

En 1969 viajó a Estados Unidos para denunciar la guerra. Durante su gira de costa a costa, apoyó la campaña de los hermanos Berrigan. Visitó a Bobby Seale de las Panteras Negras en la cárcel, y también a los cinco presos nacionalistas portorriqueños que abogaron por el derrocamiento violento del imperio de Estados Unidos en Puerto Rico. Parrilla se enteró en California de que los «Católicos por la Paz» -de César Chávez- fueron arrojados a la fuerza de la misa de Navidad por orden del Cardenal McIntyre de Los Angeles. Parrilla celebró misa en un lote cerca de la iglesia de S. Basilio como acto solidario con la lucha de los chicanos por una iglesia católica progresista. Se puede decir que entonces nació la idea de una «iglesia de los hispanos», con obispos nativos latinos, con una liturgia hispan y comprometida políticamente.

A pesar de su política radical, Parrilla jamás se presentó como vocero de la Teología de la Liberación. La teología de Parrilla siempre se basaba en su preocupación pastoral por el pueblo. Recurrió más a su sentido común que a citas eruditas textuales. Por ejemplo, cuando trabajaba de rector del seminario «Regina Cleri» de Puerto Rico, comenzó la práctica de dar acompañamiento psicológico a los seminaristas. Este proceso descubrió tendencias homosexuales en algunos de los candidatos. El obispo me contó una vez que “nunca le dije a nadie que tales tendencias le excluyeran del sacerdocio. Sólo dije que si querían servir la iglesia, tendrían que enfrentarse con esta su orientación sexual. Por supuesto, muchos dejaron el seminario, pero aún recibo cartas en que me agradecen por haberles ayudado a conocerse mejor”. Por desgracia, el método de Parrilla para solucionar los problemas hablando claro no fue bien recibido en todo Puerto Rico. En poco tiempo se encontró sin obispado ni diócesis. Solía decir con una broma que apenas disimulaba el dolor que le daba el rechazo eclesiástico que, debido a que Ucres (cerca de la antigua Cartago) ya no existía, estaba disponible para servir como obispo a cualquiera en el mundo.

Durante los años setenta, se prestó a la dirección de META, un apostolado ecuménico de peones migratorios puertorriqueños en Estados Unidos. Dice la dirigente mexicano-americana Olga Villa Parra que Parrilla fue el primer obispo que conoció en la vida, cuando éste vino al Midwest y a la Universidad de Notre Dame para apoyar la formación de un centro de servicio católico para los hispanoparlantes.

En 1979, el Obispo Parrilla participó en una manifestación pacífica en contra de los ejercicios de bombardeo de Vieques, Puerto Rico, por la Marina estadounidense. Llegó a las playas con un pequeño grupo de independentistas. Le detuvieron y le llevaron al Tribunal Federal donde le acusaron de entrada ilegal. El Obispo Parrilla se defendió diciendo que no entró ilegalmente porque la cláusula del Tratado de 1898 otorgó la propiedad de las playas “al pueblo de Puerto Rico”. El juez federal descartó la “propiedad de las playas” como evidencia aceptable en el caso de entrada ilegal. Parrilla se enojó y denunció el proceso, y el juez le condenó a la prisión por desacato. Estos acontecimientos tuvieron lugar mientras Juan Pablo II viajaba a Puebla. Alguien en la Casa Blanca de Cárter observó la incoherencia con que el presidente recibió al Papa mientras Estados Unidos condenaba a prisión a un obispo católico por acusaciones falsas. Le libraron sin cumplidos y retiraron las acusaciones.

Siempre existió el temor de que la izquierda “usara” al obispo. A trueque de aparecer en las universidades de Harvard y Berkeley, y tener visibilidad como patrocinador convidado para una larga serie de causas anti-imperialistas con gente ajena a la iglesia, Parrilla fue rechazado en su papel de pastor dentro de la iglesia. Se dice que su franqueza en los asuntos políticos le perjudicó en su ministerio sacerdotal. Ya que espiritualmente apoyó totalmente al papado, le fue muy doloroso que los funcionarios del Vaticano le apartaran tanto del Papa Juan Pablo II en ocasión de la visita del pontífice a Puerto Rico en 1984. Dijo en una entrevista “estaba esperando cerca de la rampa del avión, y me llevaron a la fuerza a un lugar a 100 yardas de distancia”.

Aunque Parrilla nunca dejó de hablar de la liberación, con el avance de enfermedad se quedó pensativo y hasta callado. Dejó de escribir su columna semanal a mediados de los años ochenta, y sólo trabajaba de poco más que asistente de párroco en la parroquia de un compañero del seminario. El último libro que publicó fue una colección de reflexiones espirituales sobre el santuario en Puerto Rico de Nuestra Señora de Hormigueros, donde se atribuye un milagro en el siglo 17 a la Virgen María. Este libro significó unir su devoción política a la liberación de Puerto Rico con su preocupación espiritual por su redención. “La cruz que corona la cúpula del santuario, encima de la torre, nos recuerda que por la cruz vamos al cielo, y que sin ella, no hay salvación”. Estas palabras de la última página del libro manifiestan la verdad más profunda de su vida.