Lucha contra la miseria

LUCHA CONTRA LA MISERIA
Condición mínima para la democracia
 

Sergio FERRARI


Cifras de carne y hueso... 1.200 millones de personas viven con menos de un dólar diario. 800 millones no cuentan con alimentos mínimos. 28 mil niños mueren al día por causas derivadas de la pobreza. 115 millones menores no van a la escuela. Más de 40 millones de personas en todo el mundo están infectadas por SIDA –la mitad mujeres-. Se contabilizan 300 millones de casos de malaria, con un millón de muertes por año.

Radiografía de un planeta ilógico. El 75% de los pobres del mundo –unos 900 millones de personas- viven en zonas rurales de países «en desarrollo». A pesar de los compromisos adoptados en la Cumbre de Rio de 1992, sólo cinco naciones (Suecia, Noruega, Holanda, Dinamarca y Luxemburgo) cumplieron con la promesa de aportar el 0,7% de su Producto Interno Bruto anual para la cooperación internacional. El resto, a pesar de compromisos retóricos, se mantienen lejos de ese porcentaje mínimo.

Imágenes de seres y especies. La desertificación podría hacer desaparecer en los próximos 20 años dos terceras partes (66%) de las tierras aptas para el cultivo de África; 30% de las de Asia y un 20% de las de América Latina. En tanto el colapso en las regiones costeras seguirá aumentando la marginalidad de los pueblos pesqueros de muchos países del sur. 6 mil niñas y niños mueren por día por infecciones propagadas por agua sucia o instalaciones sanitarias deficientes.

Dramática realidad mundial que se perpetúa aún después de transcurridos los primeros 5 años de «vigencia» de los Objetivos del Milenio que se proponen reducir a la mitad la pobreza en el mundo hasta el año 2015. Si la miseria no es reducida drásticamente, es imposible pensar en un mundo en democracia real.

Vida o muerte para mil millones de personas

En septiembre de 2000, de cara al inicio de un nuevo siglo, 189 dirigentes mundiales –entre ellos 147 jefes de Estado- suscribieron la denominada «Declaración del Milenio». Con ella se comprometían a «liberar a todos los hombres, mujeres y niños de las lamentables e inhumanas condiciones de extrema pobreza», considerando que por primera vez la humanidad podría plantearse estos fines, dados los recursos, el conocimiento y las tecnologías de las que dispone.

La ONU definió entonces 8 desafíos esenciales denominados «Objetivos de Desarrollo para el Milenio» (ODM), que deberán cumplirse en un período de tres lustros. Esas 8 metas, cuya referencia fue el estado del mundo en 1990, incluyen una serie de puntos concretos que tratan de responder a las necesidades más urgentes. Entre ellos, reducir a la mitad la extrema pobreza -es decir, el número de personas que viven con menos de un dólar diario- así como las víctimas del hambre. Garantizar la educación primaria universal, promoviendo al mismo tiempo la igualdad de sexos en todos los niveles de la enseñanza. Reducir en 2/3 la tasa de mortalidad infantil y en ¾ la mortalidad materna. Así mismo, revertir el impacto actual expansivo del SIDA, la malaria y otras enfermedades. Y disminuir a la mitad el porcentaje de la población sin acceso al agua potable.

En cuanto a las relaciones marco «Norte-Sur», los Objetivos de Milenio proponen construir una «nueva relación mundial de contrapartes» para el desarrollo sobre la base de un sistema comercial y financiero más abierto. Lo que implicaría, también, el apoyo a los países menos avanzados; la promoción de una iniciativa global para resolver el problema de la deuda del Sur; el impulso de una estrategia de empleo para los jóvenes; la oferta de medicamentos esenciales accesibles para todos en los países del Sur poniendo, al mismo tiempo, a su disposición los aportes positivos de las nuevas tecnologías, especialmente aquéllas de la información y la comunicación.

Tan simple como complejo…

El reto está sobre la mesa y las proyecciones abundan. Sobre la base de las tasas actuales de progreso, 8,7 millones de niños menores de cinco años seguirán muriendo en 2015. En caso de que se cumplieran los ODM, sería posible salvar las vidas de 4,5 millones ese año.

Sólo tres regiones del mundo alcanzarán los Objetivos del Milenio de reducir a la mitad la tasa de mortalidad por tuberculosis para el 2015, reconoció ya en marzo de 2006 la Organización Mundial de la Salud (OMS). En un informe especial indicó que dichas regiones son América, el Sudeste Asiático y el Pacífico. Sin embargo, los fondos y la implementación del programa continúan siendo frágiles, especialmente en el resto de Asia y África subsahariana, regiones donde vive el 80% de los afectados por dicha enfermedad que matará a otros 14 millones hasta el 2015.

La reducción de la tuberculosis es un desafío relativamente «simple». Se podría lograr si la comunidad internacional aportara 31 millones de dólares anuales en la próxima década, lo que implicaría apenas dos dólares por cada persona que vive en un país «industrializado».

El escepticismo sobre el logro de las metas comienza a aparecer también en el análisis de los «grandes magnates» del planeta. El informe «Iniciativa de Gobernabilidad Global 2006» del Foro Económico Mundial, con base en Ginebra, estima que el mundo no está en absoluto cerca de la superación de las problemáticas sanitarias.

En rápida síntesis, la fundación del «foro de los ricos», indica que el VIH/SIDA continúa su expansión, que la malaria ha matado a más de un millón de personas más, y que la comunidad internacional no hizo gran cosa para reducir la mortalidad materna y de los menores de 5 años.

Para ese Foro, «el lamentable estado de la infraestructura mundial de la salud pública, la falta de acceso a instrumentos de laboratorio y medicamentos, y la falta de personal de la salud», hacen altamente improbable que África sub-sahariana, el Sur de Asia y Oceanía logren alcanzar los objetivos de revertir la expansión de la epidemia del VIH/sida y malaria, ni la reducción de la mortalidad materno-infantil. Si el gasto previsto para enfrentar el SIDA es de 8.900 millones de dólares, eso representa, hoy por hoy, casi 6.000 millones menos que la cifra que se estima como necesaria para responder eficazmente a la epidemia.

En cuanto a los gobiernos, y su cumplimiento de los ODM, las actitudes son dispares, aunque, como tendencia dominante, buscan acomodar cifras regulares de sus presupuestos para que encajen en las estadísticas oficiales de metas cumplidas y avances significativos.

El gobierno de Suiza –una de las naciones más enriquecidas del mundo- no sólo no aumentó su cooperación en estos últimos años sino que recurrió a maniobras administrativas para presentarse como cumplidor. A partir de 2005, los gastos de los demandantes de asilo originarios de los países pobres son integrados al presupuesto total de la cooperación helvética al desarrollo.

De esta manera en septiembre 2005, cuando se realizó la Cumbre M+5 en Nueva York para evaluar la marcha de los Objetivos del Milenio, la Confederación Helvética pudo cumplir su promesa de destinar un 0,4% del Producto Nacional Bruto a la cooperación… sin haber en efecto invertido ni un franco más que un año antes cuando era el 0,36%. El juego de la magia de los números o el cinismo de las estadísticas, que permite a las naciones del Norte cumplir con las metas del Milenio.

Voluntad política y sensibilidad planetaria

El planeta constituye hoy en sí mismo una enorme e irresoluble contradicción. La polarización sigue aumentando entre ricos y pobres, de la misma manera que entre naciones del Norte y del Sur (concebidos ambos como conceptos sociológicos y no geográficos). El Producto Interno Bruto (PIB) de los Países Menos Adelantados (PMA) constituye el 1% del PIB mundial. A su vez, el de África Subsahariana representa el 2%; el de América Latina y Caribe, el 7%. Mientras tanto, el PIB de los países de ingresos altos de la OCDE -el «Club de los Ricos»-, representa el 53% del PIB mundial, 30 veces superior al de los PMA. Y el de EEUU constituye el 21%.

A un lustro de la adopción de los Objetivos del Milenio, las previsiones indican que a este ritmo no se cumplirán ni remotamente hasta el 2015. Y hacen casi imposible que la lucha contra la miseria, en cuanto expresión de un debate de civilización y de viabilidad del planeta –en lo social y en lo ecológico- pueda prosperar efectivamente. ¿Cómo resolver el SIDA si en su gran mayoría los costosísimos medicamentos sirven para la rentabilidad máxima de ciertos laboratorios privados? ¿Cómo derrotar la malaria o la tuberculosis si están en juego tantos intereses económicos? ¿Cómo crear unas nuevas relaciones, si el Norte hace malabares estadísticos para no aumentar la cooperación o lucrarse con la misma?

Tras esos interrogantes, un factor esencial: la falta de una voluntad política explícita del Norte para asumir de lleno su responsabilidad en el combate a la miseria. Los intereses económicos que mueven a los Estados –en un mundo cada vez más competitivo- y el concepto de rentabilidad que aparece como panacea del sistema mundial hegemónico, constituyen factores paralizantes para cumplir dichos Objetivos. Derrotar la miseria exigiría cambiar, aunque sea parcialmente, la lógica de redistribución planetaria.

La retórica de los ODM se presenta ya como un desafío abierto para la conciencia de la Humanidad. Sólo los movimientos y redes planetarias, la sociedad civil internacional, tiene en sus manos una palabra decisiva. De sensibilización, vigilancia, control, denuncia y exigencia. Para construir la democracia mundial, ya no basta hablar del «otro combate posible» contra la miseria. Sino de obligar a que este programa mínimo planetario sea cumplido. No se trata de números… sino de los casi mil millones de seres humanos que se debaten entre la vida y la muerte… De las frías estadísticas de carne y hueso.

Sin este combate radical -hasta las raíces- contra la miseria y la pobreza a nivel mundial, no será posible la democracia profunda que exigimos y construimos.

 

Sergio FERRARI

Argentina - Suiza