Los huertos urbanos

 Los huertos urbanos

Gonzalo Mateo


En tiempos de crisis surgen respuestas alternativas «micro», como símbolos de otra humanidad que hay que ir construyendo desde lo pequeño. Estas alternativas no cambian directamente la situación que vivimos, pero se presentan como semillas limpias, de otra cultura, de otra ética, de otra espiritualidad. Son acciones con una identidad concreta local, pero al mismo tiempo son engendradoras de una identidad global. Acciones al parecer insignificantes, pero que se interrelacionan con toda la realidad: con la economía, la política, la ecología, las relaciones humanas, la estética... todo en una palabra va adquiriendo con esta iniciativa pequeña una nueva manera de organizar la vida. Van creciendo como crecen las plantas cuidadas con cariño.

Son muchas las iniciativas «micro» que la especie humana suscita como respuesta a la actual crisis ambiental. Una de ellas es el movimiento de los huertos urbanos. Podemos asegurar que una de estas semillas limpias es el movimiento de los huertos urbanos, que han ido creciendo desde la segunda guerra mundial y que responden al movimiento de ese otro mundo posible, al movimiento del decrecimiento.

Las crisis son tiempos de partos. Hoy la mayor crisis es la ambiental. No es viable el modelo actual de progreso ilimitado. No lo aguanta el planeta. Es la hora del parto de un nuevo paradigma, integral. Los huertos urbanos adquirieron un gran protagonismo en la segunda guerra mundial. Ante la crisis alimentaria que se vivía por el abandono del cultivo del campo para dedicarse a la guerra, y por la dificultad del transporte, los países involucrados, sobre todo Gran Bretaña, Alemania y Francia, inventaron una alternativa digna de elogio: los huertos urbanos. En esos tiempos de guerra los alimentos consumidos procedían, en un 40%, de los huertos urbanos. Se aprovecharon campos de fútbol, parques y jardines para sembrar alimentos básicos. Podemos definir esta iniciativa como una «economía de guerra». Fueron principalmente las mujeres las pioneras de esta experiencia de supervivencia digna; los hombres, por desgracia, estaban más ocupados en la guerra.

Finalizada la guerra van a ser los colectivos, las comunidades urbanas, dentro del gran movimiento mundial de la ecología integral, quienes van a extender los huertos urbanos. Son movimientos comunitarios contraculturales que buscan el fortalecimiento de redes urbanas, interculturales, porque también participan personas migrantes y refugiados, la mayoría de origen campesino, que han tenido que abandonar sus campos por la violencia o por el hambre.

La gente, los consumidores, empiezan a estar cansados de la cesta de la compra de los supermercados, con sus productos caros, de dudosa procedencia, que en su mayoría han sido transportados desde muy lejos, contaminando el planeta; productos de dudosa calidad, por los agro-tóxicos y fertilizantes químicos, nocivos a la salud. Es una iniciativa popular que intenta responder al sistema del mercado global, empeñado en monocultivos extensivos, en los que se da una explotación de la mano de obra y una falta total de respeto a la Madre Tierra. Este método de trato agresivo a la tierra, propio de la agricultura extensiva, ha debilitado los suelos, los ha envenenado y ha ido produciendo alimentos de dudosa calidad nutritiva, y dañinos para la salud humana. Toda esta locura creciente de maltrato a la tierra nos va llevando a un colapso, por la huella ecológica que ya podríamos calificar como de destrucción masiva, y que nos va arrastrando hacia una situación insostenible.

Con los huertos urbanos va surgiendo una conciencia nueva, una progresiva revolución cultural. Se van recuperando espacios urbanos para convertirlos en espacios comunitarios. Las mismas autoridades locales van reglamentando y apoyando estas iniciativas en diferentes ciudades del mundo. Se recuperan parques, jardines, espacios verdes para la siembra limpia, y para el ocio, y crece sobre todo el movimiento de huertos caseros en los barrios, y en las escuelas. En el horizonte de este sueño se vislumbra el deseo de ir construyendo ciudades a escala humana en una simbiosis con la Madre Tierra, como si se tratara de un retorno lento, y hasta profético, a la Hermana Madre Tierra, recuperando el contacto con la naturaleza, desconectándose del cemento, del hierro, del acero, y también del estrés, de la soledad urbana, y del anonimato de las ciudades, que engendra tristeza. Es una terapia contra la pérdida de identidad y el desarraigo, un movimiento hacia la soberanía alimentaria, como un medio de subsistencia en un tiempo de crisis alimentaria.

Con la revolución industrial y el auge del neoliberalismo crecieron las ciudades, el campesinado huyó a los centros urbanos, las multinacionales del monocultivo arrasaron grandes extensiones de campos donde en tiempos pretéritos infinidad de familias sobrevivían dignamente con la agricultura familiar. Este gentío de obreros y empleados urbanos se hacinó en viviendas infrahumanas en los barrios populares de las ciudades. ¿Dónde quedó el contacto con la tierra de la que salieron? ¿Cuánta comida y bebidas basura consume esta población urbana?

Están necesitando un espacio para volver a sus raíces, una herramienta nueva de subsistencia. Porque está claro que la crisis actual es energética, es ecológica, es económica, y es... global. Nos amenaza el cambio climático, se hunden con demasiada frecuencia los sistemas financieros, surgen las crisis alimentarias. Cada vez somos más conscientes de que urge un nuevo estilo de vida que abarque todos los elementos de la vida humana. Los huertos urbanos se pueden convertir en una estrategia pedagógica, por realizarse en forma comunitaria hacia una revolución urbana que nos ayuda a todos a hacer una conexión vital entre nuestros lugares de origen y un nuevo lugar de acogida. En medio del caos ecológico surgen las grandes soluciones.

La FAO en 1999 acuñó el término de Agricultura urbana y pre-urbana (AUP) como un camino seguro hacia la seguridad alimentaria. La definió así: La agricultura urbana es la practicada en pequeñas superficies (solares, huertos, márgenes, terrazas, recipientes) situados dentro de una ciudad y destinadas a la producción de alimentos… Para el consumo propio o para la venta en mercados de la vecindad (FAO- COAG 1999). En la Unión Europea se calcula que ya se consume un 10% de productos ecológicos certificados. El mercado solidario va inventando estrategias para este intercambio hacia una alimentación saludable. Según la misma FAO: La agricultura urbana es practicada por 800 millones de personas en todo el mundo (//fao.org/urban-agriculture/es).

Los huertos urbanos van persiguiendo las siguientes metas. Por un lado, el comer saludable, liberándose de las substancias tóxicas y de los transgénicos. Es la cultura de los alimentos ecológicos, versus el hambre y la comida y bebida basura; el organismo los recibe muy agradecido.

Otro objetivo es volver al contacto con la naturaleza, con esa experiencia gozosa de ver crecer las plantas. Conectar con la naturaleza nos recuerda que somos tierra y nos ayuda a mejorar el medio ambiente de la ciudad. Nos ayuda a aprovechar los residuos orgánicos y a reciclar y reutilizar botellas de plástico, vidrios, etc. Nos introduce en la gran lucha por la defensa de las semillas criollas, las semillas originarias de los pueblos, pues, como nos recordará la ecologista de la India Vandana Shiva, la semilla nativa es un símbolo de resistencia.

Estos huertos urbanos, sembrados en mesas, azoteas, paredes... son semillas de creatividad humana. Engendran una nueva cultura contra el consumismo suicida. Van haciendo surgir vidas urbanas ecológicamente viables. Producen un intercambio social entre familias derrotando la soledad y el individualismo que paraliza la conciencia y la vida.

Hablamos desde nuestra propia experiencia del huerto urbano de esta casa claretiana de San José (Costa Rica). Se ha convertido en una escuela permanente, testimonial, educativa, engendradora de alianzas entre familias que han recibido los talleres con la música de fondo de la ecología integral, guiados por una pancarta que adorna las paredes del huerto que dice: Sólo una revolución cultural y una conversión ecológica salvarán nuestro planeta. Está siendo una actividad verdaderamente educativa y gratificante, que va fortaleciendo el tejido social y ayuda a avanzar en la revolución cultural. Un testimonio apoyado por los movimientos sociales, que retornan a la tierra en estos momentos de globalización. Recuperar espacios urbanos, produciendo para el autoconsumo, creando espacios educativos, lúdicos, terapéuticos... todo orientado hacia una nueva conciencia. Aprendiendo de los pueblos indígenas su cultura del Buen Vivir (Sumak Kawsay).

 

Gonzalo Mateo

Equipo de JPIC, San José de Costa Rica