Las venas abiertas de la Puna

Las venas abiertas de la Puna:
historia sangrante de sus minas

Jesús Olmedo Rivero


La Puna tiene también sus “venas abiertas”. Las tesis de Eduardo Galeano son aplicables y verificables en la tierra de los collas. Los hechos y acontecimientos pueden variar, pero la realidad profunda es la misma que narra el autor uruguayo en su obra.

Argentina no es un país minero; es un país en cuyo subsuelo existen minerales. La diferencia parece sutil, pero esa sutileza resume todo su carácter dependiente. Las riquezas mineras son desconocidas para la mayoría de sus habitantes. No así para los grandes monopolios ni para el gobierno de Estados Unidos. La Nasa consiguió el revelamiento de los recursos mineros argentinos, fotografiando el país entero con películas muy sensibles que detectaban hasta la naturaleza geológica del subsuelo. Nosotros queremos fijarnos, exclusivamente, en la historia sangrante de las minas de los collas, dedicando especial atención a Mina Aguilar y Pirquitas, sin olvidar algunas de las pequeñas minas.

La canción desgarradora de Atahualpa dedicada a los mineros queremos que nos sirva de introducción al tema:

Un día pregunté en casa, “abuelo, ¿dónde está Dios?”

Mi abuelo se puso triste y así me contestó:

“Tu padre murió en la mina, sin doctor ni confesión

y lo enterraron los indios a golpe de pala y tambor.

Y que nadie me pregunte por el ‘dios’ del explotador,

ya que roja sangre de miedo lleva el oro del patrón

y muchos escupieron sangre allá en el socavón

para que otros, injustos e insolidarios, viviesen más y mejor”.

Yo canto la voz del pueblo, que canta mejor que yo

y grita desde los cerros mineros, para que se escuche su voz.

Pueblo de emigrantes:

el amargo sabor de la caña

Dicen que la caña de azúcar es dulce y sabrosa; sin embargo, a los zafreros collas les resulta amarga y dura. El sudor, la rabia y a veces hasta la sangre, se mezclan en los trapiches con los cañaverales, cortados de sol a sol por los brazos del pueblo. El “mate” de cada mañana, a pesar de los granos de azúcar blanca, nunca pierde su amargura. Son muchos los días a pleno sol, machete en mano, surco a surco, mascando “coca” y tragando injusticia.

Los braceros de la Quebrada y la Puna, destrozan poco a poco sus vidas, arrancándole a la tierra un producto que endulza, forjando al mismo tiempo, los hijos de la ira. Mejor que nadie, las coplas de los zafreros, nos pueden expresar su triste y dolorosa situación.

Yo he aprendido en el cerco

lo largos que son los días

cómo pesa la injusticia,

qué poco vale una vida.

Allá la vida se acorta

y la jornada se alarga;

negra es la caña y la pena

y hasta el azúcar amarga.

O estas seguidillas jujeñas, recopiladas por el poeta Andrés Fidalgo:

Bajaron a la caña

muchos puneños.

Algunos vuelven pobres,

otros, enfermos.

Y el que no ha vuelto,

está cuidando el surco

del la’o de dentro.

La aridez y pobreza de su querida tierra, no asusta a los collas. Sólo tienen miedo a la falta de trabajo o al despojo de sus bienes. Y porque saben que la Quebrada y Puna no da para todos, eventualmente, la dejan en busca del pan de los hijos. El pueblo colla, siempre en marcha, se convierte en un pueblo de emigrantes. Las minas no solucionan el problema del desempleo y la pequeña “hacienda” familiar no cubre las necesidades mínimas de subsistencia. Es necesario dejar la tierra e iniciar un “éxodo” durante ocho meses cada año. El 60% de la población, abandona sus pagos y terruños, en busca de trabajo, como emigrantes y jornaleros temporeros. Toda una odisea y tragedia colectiva es la marcha de los campesinos collas hacia los campos de trabajo: zafra, vendimia, tabaco, minas de carbón de Río Turbio, etc. ¡Qué bien supo interpretar esta situación el poeta tarijeño Oscar Alfaro! Recordemos su poema “la muerte prendida a la espalda”:

Yo me voy... pero antes

dejo por constancia

que son los gobiernos

que no nos amparan

y son los patrones

quienes nos alejan

a tierras extrañas.

Yo sé, prienda mía

lo que allí me aguarda

dentraré a una ardiente

plantación de caña

donde, sin descanso

quebraré mi vida

jornada a jornada.

Y cuando ya naide

me alcance (¡malhaya!)

ni un plato i comida

por Unica paga,

volveré a mi tierra

sin servir pa nada

¡trayendo la muerte

prendida a la espalda!

La historia de migración a los ingenios azucareros se remonta a los primeros años del siglo pasado. Muchos paisanos del pueblo colla tuvieron que pasar por la triste indignidad de una explotación esclavizadora. Contratistas sin escrúpulos, recorrían los pagos y coaccionaban impunemente a los nativos para ir a trabajar a la Zafra. Las amenazas y los castigos físicos eran frecuentes. Una vez recolectada la “mercancía” humana, acarreados como animales eran transportados hasta los Ingenios, donde trabajaban duramente y en condiciones humillantes e inhumanas. Es una historia pasada, pero profundamente impresa en el sufrimiento colectivo.