Las grandes causas en lo pequeño de cada día

Las grandes causas en lo pequeño de cada día

En villas de emergencia, desde la opción por los pobres

Francisco Oliveira Fuster

 


Soy sacerdote y hace más de treinta años que vivo y trabajo en villas de emergencia, asentamientos y barrios excluidos en el gran Buenos Aires argentino, intentando hacerlo como nos marca la teología de la liberación, desde la opción por los pobres, es decir, con los pobres y contra la pobreza injusta. En este caminar siempre me guió el querido obispo brasileño Helder Cámara, quien nos decía que si daba pan a un pobre le llamaban santo, pero que si se preguntaba por qué no tenían pan, le llamaban comunista. Para mí, esas palabras resumen el trajinar de las «Grandes Causas» en «lo pequeño de cada día».

También el Papa Francisco dijo algo parecido a los movimientos populares en Roma en 2016: «no dejen que los reduzcan a meros administradores de la miseria existente; métanse en las grandes ligas, en la política, para transformar la realidad».

Si perdemos el objetivo final, «las Grandes Causas» –que no es otra que la Causa del Reino de Dios, ese «otro mundo nuevo y posible» donde no haya pobres (porque tampoco habrá ricos) y vivamos en Justicia–, estaremos haciendo el juego a los explotadores de turno: ellos crean los pobres, y nosotros cuidamos de ellos: los vestimos, les damos de comer…

Pero si no perdemos el objetivo final, nos vamos a preguntar, como Hélder Cámara, por qué nuestro Pueblo no tiene pan, y vamos a denunciarlo. Hay causas, y hay nombres. A la hora de escribir este texto, en Argentina se llama Macri, y su plan económico, que genera cada vez más concentración de la riqueza; en Brasil se dice Témer, y así, cada uno irá identificando nombres y rostros de opresores en nuestra querida Patria Grande latinoamericana y el mundo en general.

Y denunciar implica, además de poner nombres y apellidos, organizarse como comunidad cristiana frente a estos atropellos: el viejo y nunca pasado de moda VER (ver lo que pasa, analizar la realidad, que cambia día a día según quienes nos gobiernan), JUZGAR y ACTUAR.

Pero no basta que como cristianos nos organicemos, sino que debemos trabajar junto a otras organizaciones sociales y políticas con las cuales nos unirá la búsqueda del «hombre nuevo», la búsqueda de estructuras nuevas (mucho tenemos para aportar, desde Jesús Liberador, a este proceso transformador).

Y en este punto no sirve el purismo: el campo de lo político implica embarrarse. No hay blancos y negros, hay matices, grises, como en la vida nuestra de cada día, pero ahí hay que estar. En ese sentido creo que es tan religioso cortar una ruta, como celebrar un bautismo: en los dos casos estamos defendiendo y/o reconociendo la dignidad que tenemos de Hijos de Dios. Como decía Evita Perón: «La religión debe levantar la cabeza de los seres humanos. Yo admiro a la religión que puede hacerle decir a un humilde descamisado, frente a un emperador: Yo soy lo mismo que usted, ¡hijo de Dios!».

Una movilización en la calle es celebrar la Eucaristía con el Pueblo de otra manera, en búsqueda de ese pan partido y compartido. Y si uno mira bien, va a encontrar a Jesús el hijo de María y de José tocando el bombo, comiendo un bocadillo, cantando consignas... porque Él nos lo dijo: «Cuando dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estoy en medio de ellos». ¿Y no es «reunirnos en su nombre» salir a la calle a pelear el pan nuestro de cada día?

Por otro lado –y es cada vez más mi experiencia–, el encontrarme con compañeros ateos, agnósticos, o de otras confesiones, que se acercan y te agradecen que estemos ahí, como unos más, en medio del gentío, acompañando, sumando. «Yo no soy creyente, pero en ustedes me siento reflejada, con esta Iglesia me identifico…». Palabras más, palabras menos, me decía hace unos días en una movilización contra el Fondo Monetario Internacional una mujer; pero no fueron sólo palabras, fue sobre todo el abrazo sentido, emocionado, apretado, abrazo que no era individual para mí, sino que estaba dirigido al Grupo de curas en la Opción por los pobres, del cual formo parte.

Por supuesto que nos van a decir que «nos metemos en política», y por supuesto que nosotros vamos a decir que «a toda honra» nos metemos en política: «¡a mayor Gloria de Dios!», porque «la Gloria de Dios es que el pobre viva» (San Romero de América), y nos identificaremos –siempre críticos, aunque nunca puristas– con los movimientos sociales y políticos que veamos que defienden con sus políticas concretas la vida de nuestro Pueblo.

Mientras tanto, por decirlo gráficamente, «abriremos o cerraremos comedores», o será el tiempo de la cooperativa, de la huerta agroecológica, de los talleres o del micro-emprendimiento. «Los tiempos» que nos toque transitar nos indicarán qué y cómo hacer, dejando de lado tantas veces lo que nos gustaría hacer.

Ahí entramos en lo pequeño de cada día, en hacer presencia de ese Dios que quiere a los pobres, que los abraza y que nos pide que hoy nosotros bajemos de la Cruz a los nuevos crucificados, como hizo Él con Jesús hace ya más de 2000 años. Traer Buenas noticias a los pobres se traduce en gestos y acciones «pequeñas», pero concretas. Como le dijo mi ahijado a la catequista, cuando le enseñaba el padrenuestro: que él quería el pan nuestro de cada día pero con dulce de leche. O como me decía un gran cura villero: para estar al lado de los pobres algo de plata hay que tener, porque no basta con decirle ‘vaya usted con Dios’. O como me decía un militante social: si no hay territorio, si no hay bajada a tierra, si no pateamos el barro, no vamos a conocer las problemáticas que vive nuestra gente; nos quedaremos en lindos discursos, o peor, en pensar que cambiamos la realidad reenviando whatsApps o subiendo cosas al facebook.

Muchos días me voy a la cama y me pregunto: hoy, ¿qué hice en todo el día? ¿En qué se me fueron las horas? Una vez más se pasó el día, y no se pudo hacer lo planificado. La realidad trae sus urgencias. Pareciera que no se hizo nada, o peor, nada importante; el día se fue en cambiar una lamparita del salón de reuniones, escuchar a un vecino que no llega a fin de mes, llevar una cama con colchón al viejito del barrio, o buscar alimentos que nos donaban para el comedor. Y lo que puse en singular es mejor ponerlo en plural, porque la que cocina es Doña María, la que vistió al desnudo es Normita, el que trajo la donación es Luis. Cosas nada «importantes», pero tan necesarias en la vida de los pobres de cada día.

Pero tengo claro que no sólo hay que «hacer» –no todo puede medirse desde la eficiencia, desde las «obras»–; también hay que «saber estar». Estar comienza con la disponibilidad para que la realidad te cambie los planes (si tenemos muchos horarios, seguramente no habrá lugar para la «viuda inoportuna» –como ésa del Evangelio– que suele llegar a la hora más impensada y con el problema más complicado).

Y estar implica también saber «festejar la vida»: sentarse a comer y beber como hacía Jesús. Estar implica también no sólo servir, sino tener amigos en el barrio. Éste es sin duda un gran criterio de si nuestra opción por los pobres es algo más que un trabajo. No quiero «trabajar para» los pobres, quiero «trabajar con» los pobres, quiero que seamos amigos y construyamos juntos.

Y aunque cueste, frente al pobre de rodillas, con todo el respeto del mundo, porque Dios los ama más no porque sean más buenos, sino porque son pobres –mejor dicho, «empobrecidos»–, fruto de un sistema de exclusión, con todo lo que eso implica. No sea que yo también, con la mejor intención termine excluyéndolos, porque no se ajustan a como yo quisiera que fueran.

Grandes Causas en lo «pequeño» es creer que «el futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos, en su capacidad de organizarse y también en sus manos, esas manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio en el trajinar de cada día» (Papa Francisco a los Movimientos Populares, Bolivia, 2015).

 

Francisco Oliveira Fuster

Del Grupo de Curas en la Opción por los pobres

Sacerdote en la Isla Maciel, Buenos Aires, Argentina