La voz de los campesinos

Otra comunicación
Hacer escuchar la voz y la lucha campesina
 

Horacio Martins de Carvalho


Los campesinos están presentes en todas las sociedades contemporáneas. Constituyen un modo de ser y de vivir que les da identidad social propia, aunque se autoidentifiquen bajo otros nombres. Para producir alimentos para la Humanidad, se apropian de los recursos de la naturaleza y de la tierra de diversas maneras, según sus diferentes historias, costumbres, saberes y posibilidades.

Los campesinos no sólo producen alimentos, materias primas para las agroindustrias, fibras, artesanías y otros productos y subproductos rurales, sino que reafirman y renuevan continuamente decenas de millares de formas diferentes de cultura, procesos que valorizan y reavivan idiomas y dialectos, danzas, música, artesanías, solidaridad comunitaria, vecindad, convivencia amorosa y creativa con la naturaleza, religiosidades... en fin, cosmovisiones tan distintas que garantizan y estimulan la diversidad etnosocial de la Humanidad, tan necesarias para su sostenibilidad. Irradian, en el silencio de su quehacer, nuevas formas de vivenciar la comunicación social, la solidaridad, la comunidad, la relación entre los seres humanos y de éstos con la naturaleza.

En el mundo actual, la agricultura, que debería alimentar a los más o menos 6.000 millones de habitantes del planeta, de hecho sólo llega a satisfacer las necesidades de una población total calculada en cerca de 3.000 personas. Esa agricultura da empleo a una población activa de 1.300 millones de personas, aproximadamente la mitad de la población activa del mundo. Los campesinos constituyen casi la totalidad de esa población activa en la agricultura.

En este comienzo del siglo XXI, más de un tercio de la población mundial, o sea, aproximadamente 2.000 millones de personas sufren carencias alimentarias, y 800 millones sufren desnutrición (o inseguridad alimentaria crónica), lo que significa que no disponen de manera continua de una ración alimentaria suficiente para cubrir sus necesidades energéticas básicas. De esta población mundial en estado de desnutrición, por contradictorio que parezca, aproximadamente 560 millones de personas (según la FAO) son campesinos pobres, de regiones poco desarrolladas.

Si crece en todo el mundo la población subalimentada, es consecuencia de la profundización de las desigualdades económicas y sociales producidas por la acumulación de renta de unos pocos. La negación económica, social e ideológica del campesinado agrava esta tendencia. Las cifras alarmantes no consiguen que los gobiernos y los organismos multilaterales cambien sus estrategias políticas neoliberales, camufladas bajo la etiqueta de programas de desarrollo rural sostenible, muy al contrario de lo que son en realidad.

El discurso hegemónico de las agencias multilaterales de financiamiento y de los organismos de la ONU dice que solamente la artificialización de la agricultura a través de los proyectos de la gran empresa capitalista en el campo podrá solucionar la cuestión de la carencia alimentaria en el mundo. Esa intención revela de inmediato –una vez más- el carácter concentrador y centralizador de esa práctica económica y política, y las falsedades que vehicula. En la década de los 70 del siglo pasado comenzó en todo el mundo ese proceso de subordinación directa de la agricultura a la industria. Se lo llamó «revolución verde» (!). La consecuencia de esa manipulación económica internacional fue el aumento de la insuficiencia alimentaria, la destrucción de amplios sectores del campesinado y la concentración de la renta y de la riqueza en el campo.

Lo más llamativo de ese proceso ideológico y económico engañoso es que el esfuerzo mundial para disminuir la población subalimentada del planeta sólo haya alcanzado en la actualidad a 8 millones de personas al año, cuando la meta de las Naciones Unidas (Declaración de Roma, de 1966) era de 20 millones al año. A ese factor de sufrimiento de un tercio de la población mundial debe añadírsele la cuestión del agua, ya que en la actualidad el 20% de la humanidad ya no tiene acceso al agua potable (1.200 millones de personas), y el 40% ya no tiene acceso al saneamiento básico. Esa pobreza de la humanidad sólo podrá ser superada si se concretiza un nuevo modelo de desarrollo rural que tenga como centro la economía campesina y los medios productores rurales familiares. Ese cambio de paradigma de desarrollo rural es imprescindible y urgente para romper con el círculo vicioso de la pobreza y de la subalimentación.

Se calcula que en Brasil hay cerca de ocho millones de familias campesinas, unos 40 millones de personas, aproximadamente el 22% de la población brasileña. En otras partes del mundo, como los países andinos, en Centroamérica, México, en los tan diversos países de Africa, o del Sur asiático, centenares de etnias viven sus historias en el marco de la vida campesina. Incluso en países con el mayor nivel de riqueza y de desarrollo económico y social, como los de Europa, Japón, China Popular, Corea del Sur, Canadá y Estados Unidos, la oferta de alimentos y materias primas rurales es realizada por los campesinos y los medios productores rurales familiares.

Frente a la referencia engañosa vehiculada por la ideología burguesa y por el pensamiento neoliberal a favor de la gran empresa capitalista, en EEUU, en 1999, el 90’7% de los establecimientos rurales eran familiares o individuales, y el 67% del valor de la producción del sector rural norteamericano provenía ese año de establecimientos familiares o individuales.

Aun así, la vida campesina en todo el mundo está amenazada por las empresas capitalistas multinacionales relacionadas con la agroindustria, así como por los gobiernos nacionales que les son funcionales, pues consideran que el modo de ser y de vivir campesino debe ser superado, para que se imponga un modo capitalista de vida y de producción en el que el individualismo, la competición sin límites, el consumismo y el pensamiento único, antidialógico y opresor, quieren afirmarse autoritariamente.

Por su parte, las empresas capitalistas multinacionales determinan las políticas públicas, incluso las de investigación agropecuaria y forestal, e imponen sus criterios a agencias multilaterales internacionales como el FMI, la OMC, el BIRD y la FAO en su relación con los gobiernos nacionales, para que éstos faciliten y apoyen el control privado de las grandes empresas sobre la generación, reproducción y distribución de simientes híbridas y transgénicas, sobre la oferta de los insumos que esos cultivos requerirán y la determinación sobre el tipo de oferta de materias primas para la agroindustria. En ese proceso que se da hace ya más de 15 años, tales empresas multinacionales amplían su dominio sobre la oferta de productos para el abastecimiento alimentario, y delimitan el tipo, el volumen, la diversidad, la periodicidad y la calidad de los alimentos que serán ofrecidos a las poblaciones. Este proceso general es conocido como la artificialización de la agricultura, cuando ésta pasa a ser vista como un ramo de la industria.

La iniciativa campesina es antagónica a la empresa capitalista en el campo. La unidad de producción campesina puede en último término prescindir de la adquisición de los insumos industrializados ofrecidos por la gran industria capitalista, como las simientes híbridas y las genéticamente modificadas, los agrotóxicos, los fertilizantes, los herbicidas y las hormonas de origen industrial. Y eso resulta intolerable para la lógica del agronegocio, que desea la homogeneización de los cultivos a gran escala en la producción rural.

Los campesinos de todo el mundo resisten y se unen para afirmar sus identidades sociales. Por ejemplo, «Vía Campesina», una articulación campesina mundial que involucra a 86 organizaciones de ámbito nacional, además de otras 46 organizaciones afiliadas, de 56 países. Representan a cientos de millones de familias campesinas que rechazan el modelo rural dominante y defienden que es necesaria una nueva relación ser humano/naturaleza, diferente de aquella propuesta e impuesta por el neoliberalismo y el neocolonialismo.

Y porque los campesinos resisten contra la destrucción de su modo de vivir y de producir, la vida campesina es desprestigiada por los medios de comunicación social como si fuera el residuo de una visión romántica de un pasado lejano o ya olvidado. Pero la calidad de los alimentos, la relación creativa y amorosa con la naturaleza, la conservación del medio ambiente (de los bosques, de los suelos y de las aguas) exigen, cada vez más, nuevas propuestas de desarrollo rural. Nuevas concepciones de un mundo rural que tengan su base en el campesinado.

Reafirmar el campesinado no es revivir y fetichizar la nostalgia de los pobres que sobreviven en el campo por el esfuerzo familiar en la producción. Es comprenderlo dentro de una nueva concepción de desarrollo rural que conduzca a la democratización de la renta y de la riqueza rurales, y que garantice formas de apropiación de la naturaleza sostenibles, así como la soberanía alimentaria de los pueblos. Esta es la voz y la lucha que los medios de comunicación deben hacer oír a la sociedad.