La otra Economía de Cada Día

La otra Economía de Cada Día

Alfredo J. Gonçalves


1. Indicadores económicos versus indicadores sociales

¿Dónde está centrada la economía actual? Basta una mirada rápida a los telediarios, revistas y periódicos para darnos cuenta. Los indicadores económicos prevalecen sobre los sociales. Los termómetros que hay que consultar son, invariablemente, la bolsa de valores, la cotización del dólar, el crecimiento del PIB, etc. Casi siempre son dejados de lado los indicadores sociales: situación del trabajo y del salario, de la salud y de la educación, de los trasportes y de la vivienda, de la seguridad y del ocio... Los servicios públicos, parcos y precarios, son sistemáticamente abandonados e ignorados. Todo se mercantiliza y se mide por el proceso de inversión y de retorno, costo-beneficio. Lo que debería ser un servicio al país a través de una política pública, se vuelve moneda de cambio. Se instala un mostrador de negocios promiscuo entre los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, para repartirse las mejores tajadas del «mercado de los servicios públicos».

Siguiendo ese principio del mercado total, del neo-liberalismo globalizado, la solución contra la crisis ha sido siempre «más crecimiento», vertiginosamente acelerado con la llegada de la modernidad y la revolu-ción industrial. Nunca se apunta a los vicios del lucro exacerbado y de la acumulación de capital. Una distribución equitativa de la riqueza... ¡ni pensarlo! Para la enfermedad del mercado el remedio es «más mercado». Una sobredosis que llevará al enfermo a la muerte.

La disponibilidad de recursos naturales y la explotación del trabajo humano no son inagotables. El ritmo del crecimiento a cualquier precio no se puede mantener por tiempo indefinido. El planeta agoniza ante esta obsesión por producir, comercializar, consumir... La agonía del planeta está emparejada a la agonía de la biodiversidad y de las condiciones nece-sarias para la sobrevivencia del ser humano. De ahí la emergencia del prefijo griego bio (= vida), que revela dos cosas aparentemente contradictorias: de un lado, diversas formas de vida están en riesgo, lo que disminuye la calidad misma de la vida humana; por otra parte, crece la conciencia de ese peligro, gracias a los científicos, los movimientos sociales, y en especial a los ambientalistas.

2. Imperativo del presente y del consumo

Tres autores podrían ser llamados al debate. Comencemos con Marc AUGÉ (Où est passé l’avenir? Éditions du Panama, Paris 2008). Este antropólogo francés denuncia la negación del pasado y del futuro. Según él, se instala el imperativo de un presente eterno y consumista. Es propio de toda tiranía abolir la memoria y la profecía, subversivas por su propia naturaleza reflexiva. En lugar de esa evaluación continua, el tirano impone el tiempo sin historia. Es lo que hace hoy la tiranía del mercado total. Predomina la «buena vida» de quien tiene acceso a todas las novedades del marketing y de la propaganda, cada vez más agresiva e interpelante. Se relega a un segundo plano el «buen vivir» en el que el acento está en el cuidado y en el convivir con la naturaleza y con otras formas de vida.

Tomemos a continuación a Zygmunt BAUMAN (Modernidad líquida, FCE, Buenos Aires, 1999). El filósofo polaco alerta respecto a la ruptura del contrato social, de las relaciones sólidas y duraderas. En su lugar, los lazos se vuelven cada vez más tenues, leves y provisionales. El adjetivo líquido sirve de indicador de ese derretimiento de las grandes referencias. Como decían Marx y Engels, ya en 1848, «todo lo que es sólido se deshace en el aire» (Marx-Engels, Manifesto do Partido Comunista, Ed. Martin Claret, São Paulo 2001). En lugar de una planificación y de un proyecto, se buscan respuestas inmediatas a problemas también inmediatos. En la misma línea, Umberto GALIMBERTI (Il Tramonto del’Ocidente, nella lettura di Heidegger e Jaspers, Fertrinelli, Milano 2006) destaca que una planificación lenta y laboriosa tiende a ser substituida por las recetas que los especialistas en publicidad exponen con profusión de luces, colores y llamados.

En tercer lugar, merece la pena prestar atención a dos estudios de Gilles LIPOVETSKY (El imperio de lo efímero, Anagrama, Barcelona 1996; La era del Vacío, Anagrama, 2007). Sólo con el título, ya ilustran bien esa convergencia de la civilización occidental con las novedades y el consumismo sin límites ni responsabilidad para con el medio ambiente: el imperio de lo efímero y la era del vacío. El telón de fondo es un hedonismo rampante que hoy en día se manifiesta en el culto del yo y del cuerpo, en la proliferación de gimnasios, en el incienso a las celebridades. Por otro lado, Tiranía del placer es el título de un libro de GUILLEBAUD (La tyrannie du plaisir, Seuil, Paris 1998), que trata de alertar ante la búsqueda insaciable del placer por el placer, centrada en sí misma.

3. La «otra economía de cada día»

Una economía alternativa presupone, por de pronto, una ruptura con la panacea del crecimiento. No es el remedio para todos los males, ni la salida para la crisis, que actualmente adquiere un carácter claramente civilizacional. No basta con mantener los niveles de producción y productividad. El acento debe recaer sobre el compartir los bienes producidos. El desarrollo integral se sobrepone al mero progreso técnico y al crecimiento, como alertaba, ya en 1967, la Populorum Progressio, hermana gemela de la Gaudium et Spes, documento conciliar sobre la Iglesia en el mundo.

La otra economía del planeta es reconocida por un adjetivo que surgió con fuerza en las últimas décadas y hoy la reviste: sostenible. Sostenible, no solamente desde un punto de vista ecológico, sino también social, político, cultural y civilizacional. Se trata de una economía que, por un lado, tiene en cuenta el ritmo de la naturaleza, respetando los diferentes ecosistemas y sus ciclos de vida; por otro lado, procura extender a todos los habitantes del planeta los beneficios de la tecnología, evitando sus efectos colaterales. En síntesis: una economía justa, fraterna, solidaria y socializadora, abierta a la constante redistribución.

Si, en el modelo actual, la economía capitalista, de filosofía neoliberal, privilegia el patrón de vida de los países centrales en detrimento de los pueblos pobres, la nueva economía tiene conciencia de que tales patrones elitistas sólo pueden mantenerse con la devastación indiscriminada de los recursos naturales. Por eso, el ideal no es expandir a todos los países el nivel de vida practicado en el Primer Mundo, sino construir una nueva civilización: más sobria, más frugal, más responsable, o sea, sostenible. El término economía tiene raíz griega (oikos = casa), lo que equivale a conservar el planeta azul como el hogar universal. Respetar el derecho de la Tierra a continuar generando vida.

Esta nueva conciencia planetaria remite a lo que Cristovão Buarque llamaba «inversión de valores». Sustitución de la capacidad de producir, hacer, tener, aparentar, consumir... por la capacidad de convivir con la naturaleza y con las demás formas de vida. El cuidado toma el lugar de la explotación; la coexistencia pacífica substituye a la colonización histórica; el consumista «darse la buena vida» da lugar al «buen vivir» de la sabiduría milenaria de los pueblos. En una palabra: es preciso vencer las asimetrías y la disparidad socioeconómica, en vista de la defensa de los derechos humanos en todas sus dimensiones: económica, social, política y cultural.

Nótese que la otra economía no es sinónimo de atraso o retroceso. Como modelo alternativo que es, nada tiene que ver con «rechazar el progreso». La nueva economía puede muy bien asimilar la tecnología de punta. Basta que se creen mecanismos e ins-trumentos populares para controlar tres etapas esenciales del proceso productivo: a) ¿Qué producir? Aquí es necesario hacer un balance de las necesidades básicas de la población más pobre y excluida (alimentación, vivienda, salud, escuela, transporte, seguridad...), y no el deseo omnipotente e insaciable de las clases privilegiadas; b) ¿Cómo producir? Está en juego no la producción a gran escala para el mercado nacional e internacional de los consumidores compulsivos (agronegocio y monocultivo de exportación, empresa agroindustrial, latifundio de las comunicaciones y de la telefonía, etc.), sino el apoyo a la economía familiar y solidaria, pequeña, micro y media producción. c) ¿Para quién producir? El objetivo debe centrarse primero en los bienes de uso y no en los bienes de cambio, para utilizar el lenguaje de K. Marx. Ello no impide que se pueda comprar y vender, pero el lucro y la acumulación de capital no pueden ser el motor de la economía.

Superar la economía actual –capitalista, neoliberal y globalizada– en vistas a otra economía no es un ejercicio de laboratorio, sino una práctica del día a día. En verdad, esa superación ya está en curso a través de millares de iniciativas que nacen de abajo. Los movimientos sociales, organizaciones y entidades ya apuntan en dirección a otra economía que se construye paso a paso, con nuevas bases, nuevos valores y nuevos horizontes.

 

Alfredo J. Gonçalves

São Paulo, SP, Brasil