La formación de la conciencia crítica hoy

La formación de la conciencia crítica hoy

João Batista Libânio


Las profundas transformaciones del sistema capitalista han desmontado los procesos concientizadores que se daban en las décadas anteriores. Personas lúcidas piden que se olvide lo que escribieron. Antiguos militantes apagan sus desilusiones en los bares, con amigos de farra, o capitulan ante la tecnología y endosan los dogmas yuppies de los jóvenes ejecutivos profesionalmente bien remunerados y refinados en el vestir y en el vivir. No faltan quienes se echan en los brazos religiosos del carismatismo fácil. Pocos son los que permanecen fieles, firmes, preguntándose cómo conservar la conciencia crítica y alimentarla en estos tiempos de neoliberalismo.

La caída del socialismo real

¿Por qué se interrumpió el proceso concientizador y sobrevino ese marasmo alienante? El hecho externo más significativo fue el desmoronamiento del sistema socialista y la pérdida del horizonte utópico que ofrecía. La caída no se produjo por ninguna derrota bélica, ni por la imposición de un poder externo invasor, sino por la propia quiebra del sistema, viciado y corrompido por dentro. Así, la decepción de millones, si no de miles de millones de personas, alcanzó una dimensión extrema. Paradigmático fue el suicidio del oficial soviético después de confesar: «todo aquello en lo que creí se derrumbó», y con ello también el sentido de su vida. La muerte fue su única respuesta. Aunque no todos bordearon esos extremos.

Proceso de concientización de las décadas anteriores

El capitalismo, en su fase industrial y con fuertes raíces en las sociedades, permitía que se identificase bien a los adversarios. La lucha de clases ocupaba el centro. Los dos polos, bien visibles, favorecían el desarrollo de la conciencia crítica. Ponerse de un lado era oponerse al otro. O blanco o negro. Aunque el análisis resultase un poco simplista, permitía decisiones claras para la acción.

La formación de la conciencia crítica implicaba el desenmascaramiento de la ideología dominante que proponía el modelo capitalista como solución incluso para los problemas de los pobres. Éstos entendían fácilmente que nada de esto iba a ocurrir, y que la propuesta capitalista no pasaba de ser un engaño ideológico.

Se formaba a los agentes de pastoral y de base haciéndoles capaces de sumergirse en su propia experiencia y percibir cuán poco transparente era incluso para ellos mismos. Y se señalaban las principales dificultades para tal claridad. Predominaba en las personas una visión de la realidad ligada a las necesidades de la naturaleza, que remitía en última instancia a la voluntad de Dios e ignoraba el juego real de intereses sociales y políticos. La formación de la conciencia crítica implicaba pasar de un esquema de comprensión de la realidad a partir del modelo de la naturaleza, al modelo de la historia, desmitificando desde el comienzo una voluntad de Dios que justificaba la pobreza y el sufrimiento de los pobres en vista a una vida futura de felicidad.

En ese sentido, la teología de la liberación llevó a cabo una inmensa labor de concientización, al poner al descubierto los mecanismos sociales de opresión, que habían sido presentados como leyes naturales fijas e inexorables. El proceso concientizador llegó al mundo de la familia y a las Iglesias, quebrando los autoritarismos patriarcales de ambas instancias, que hasta entonces inhibían la conciencia crítica de las personas.

Todo este proceso todavía continúa siendo válido para muchos agentes de pastoral. En nuestro Continente, tanto la estructura familiar como la eclesiástica mantienen en muchos lugares las mismas prepotencias de antaño. Aunque se esté dando una rápida urbanización de nuestros países, muchos pobladores de la ciudad conservan los esquemas rurales, míticos y religiosos tradicionales, que necesitan una depuración.

La nueva situación de alienación

Con el neoliberalismo y con la posmodernidad ha aumentado la alienación, no ya por la ingenuidad rural ni por la piedad tradicional, sino por un trabajo invasivo, sutil e insidioso del sistema neoliberal, a una con el aparato ideológico de los medios de comunicación. Las clases se entrecruzan de tal modo que sus contornos se esfuman. No se identifican con claridad los enemigos. Es necesaria una redoblada atención en esta nueva situación.

El pensamiento neoliberal ha conseguido la doble hazaña de descalificar cualquier oposición y de imponerse como la única solución posible. Lo primero lo consiguió con el colapso del socialismo, única alternativa que le hacía frente en la arena político-económica. Fue un hecho tan evidente que se justifica por sí mismo. Se presenta el capitalismo victorioso como el resultado de un mejor rendimiento y del fracaso del partido opuesto. Y cualquier mención al socialismo es tachada de nostálgica, de vuelta a las ruinas del pasado, de regresión inaceptable.

Este primer aspecto es netamente «ideológico», pues consigue generar la impresión de que estamos ante un hecho incontestable, de una evidencia objetiva, por lo que ya decía el proverbio latino: contra facta non sunt argumenta, «contra los hechos no valen los argumentos».

La segunda hazaña deriva de la primera. Un proverbio francés canta la victoria de un combatiente por falta de adversario... El neoliberalismo se proclama único porque no tiene contrincante. La trampa ideológica oculta el hecho: ¿quién dice que no puede surgir y formarse una alternativa? Se da por evidente que ni siquiera es posible...

La obstrucción de la conciencia crítica viene también de la insinuante posmodernidad, vestida de informática. La ambigüedad reside en la manera como aborda la cuestión de la razón. Con justicia denuncia una razón instrumental que hace menos a la razón comunicativa. Pues el sistema neoliberal se alimenta de la instrumentalidad racional que establece un objetivo, ordena los medios para obtener, de un modo eficiente, competente, los costos más bajos y los más altos beneficios. Al volverse críticamente contra la razón instrumental, la razón comunicativa posmoderna da con el punto débil y golpea sobre él. Bajo ese punto de vista, favorece la conciencia crítica. No tolera el reinado aislado y triunfante de la racionalidad instrumental.

La posmodernidad despierta los mitos de la emoción, de la afectividad. Nada malo hay en ello. Sin embargo, se produce fácilmente una inversión peligrosa: se abandona la racionalidad en su totalidad, confundida e identificada equivocadamente con su aspecto funcional, para satisfacerse con el inmediatismo hedonista y disfrutador. Se concentra en lo momentáneo para extraerle todo el placer y el goce que pueda dar de sí. La emoción y el placer son pésimos consejeros cuando se dan la mano y caminan sin ninguna otra compañía.

Este doble efecto negativo proviene de que tal espontaneísmo termina dejando que la razón instrumental haga su labor de devastación. La olvida, o la niega, como si no existiese. Nada mejor para ella que tal postura porque así, entregada a sí misma, asume una libertad sin trabas. Y aquello que se criticaba se vuelve todavía peor: cuanto más las personas se entregan a lo emocional, más el sistema hace de las suyas, explotando mediáticamente esa sensibilidad alienada. Se cumple una vez más el proverbio latino: panem et circenses, pan y circo. Además, lo emocional aliena porque no se deja iluminar por la razón: es arrastrado por impulsos más bien instintivos y descontrolados, permite crear un bienestar afectivo sin referencia a los sufrimientos y carencias de los otros, y acaba fácilmente concentrándose en su propio yo.

Repensar el proceso concientizador

La principal dificultad es cultural. Desde el siglo pasado se viene generando una cultura de masas. Es la única cultura propia de la edad moderna, producida según la matriz de fabricación industrial. El fordismo en la industria estableció un tipo de producción en serie para las masas, especialmente las urbanas. Según este modelo, los medios de comunicación propagan por las técnicas de difusión masiva un tipo de cultura dirigida a las masas. Ha sido forjada especialmente en EEUU. Incorpora los valores típicos de la clase media estadounidense. La enorme fuerza seductora de esa cultura y la potencia de los medios de comunicación la expandieron por todo el mundo occidental por medio de símbolos como el carro propio, el McDonalds, la coca-cola, la muñeca Barbie, los pantalones vaqueros, las películas de Hollywood... Es una cultura que combina dos ingredientes seductores: el espejismo de la realidad, y sus pasiones y deseos, con un toque de romanticismo y sueño. Mezcla la dura realidad con sueños de vivos colores, la violencia con la huida hacia la belleza. Produce por eso una alienación casi irresistible. Consigue la impresión de que muestra lo que de verdad está sucediendo. El componente onírico consuela y arranca a las personas de la realidad, para permitirles entregarse a sus sueños, casi siempre irrealizables para las capas más pobres.

Tener conciencia crítica consiste en ser capaz de poner al descubierto este juego seductor, desenmascarando tanto lo que se presenta como si fuese realidad, cuanto aquello que se propone como deseo. Ambos elementos falsean la conciencia. La realidad es presentada desde el ángulo que las personas quieren ver, y no desde lo que necesitan conocer. Saltan a los ojos los dos temas más envolventes: la violencia y la intimidad afectivo-sexual, de las que el programa Big Brother es la más genuina expresión. He ahí una alienante inversión: el mundo privado e íntimo es lanzado a los vientos de la publicidad, y, por otro lado, las cosas públicas, como el Estado, el dinero de los impuestos, las carreteras, lo estatal... es privatizado, ya sea legalmente o por la vía de la corrupción. No se trata de simples hechos aislados, se implanta una cultura del uso privado de los bienes públicos al lado de la conversión en espectáculo -sea voyeurista, sea «legal»- de las intimidades y de lo personal.

Aparte de esto, todavía no nos damos cuenta suficientemente de la gravedad de la situación que se ha implantado después del 11 de septiembre de 2001. Para combatir el terrorismo y la violencia creciente, los derechos personales y la confidencialidad vienen siendo cercenados por parte de un Estado policial que sofistica cada vez más los controles y comparte internacionalmente informaciones y sospechas respecto a personas entre sus policías. En esa nueva cultura queda un enorme campo de concientización de los derechos fundamentales del ser humano, consagrados por la ONU, pero que vienen siendo abolidos por las naciones que se dicen civilizadas.