La digitalización y la clase trabajadora

 

Pablo aceña de Mesa Torrejón de Ardoz, Madrid, España 

 

La inmensa mayoría de las personas del planeta hemos de ganarnos nuestra existencia mediante el trabajo. Somos la clase trabajadora, y debemos abordar este fenómeno de la digitalización, que supone una modificación social mundial.

La pregunta no ha cambiado: ¿qué hacer? La respuesta es tan fácil como compleja: organizarse frente al sistema que acapara obscenamente, especialmente significada en esos 26 milmillonarios que según el informe de Oxfam de enero de 2019, Bienestar público, o beneficio privado, poseían en 2018 tanta riqueza como 3.800 millones de personas, la mitad más pobre de la humanidad; o frente a que los hombres poseen un 50% más de la riqueza mundial que las mujeres, en un mundo en el que según la OIT, en su informe Perspectivas sociales y del empleo en el mundo, en 2019, de 3.300 millones de personas empleadas, la mayoría no goza de un nivel suficiente de seguridad económica, bienestar material e igualdad de oportunidades, ya que 2000 millones trabajan en sector informal, y 700 están en situación de pobreza, a pesar de trabajar.

A grandes rasgos, con 7.600 millones de habitantes en el mundo, cada persona que trabaja ha de procurarse su subsistencia y la de 1,3 personas más a lo largo de toda su vida. Es imprescindible que la clase trabajadora participe en la gobernanza de los modos de producción de bienes y servicios, que desde finales del siglo XVIII, con la irrupción de la máquina de vapor, ha devenido hasta la robótica avanzada, la minería de datos, el internet de las cosas, el big data, la hiperconectividad, la tecnología 3D, las plataformas digitales, la industria 4.0, la inteligencia artificial, y muchos otros términos, a veces, difíciles de entender, influyendo en nuestro presente y enfrentándonos a un futuro que nos atropella, pero que está por determinar, sobre todo en función de la sabiduría humana que seamos capaces de adquirir y transmitir, superando individualidades.

Una humanidad así de fracturada, necesita sindicatos fuertes para equilibrar las relaciones asimétricas entre el mundo del trabajo y los dueños del capital. La CSI (Confederación Sindical Internacional), con 208 millones de afiliados en 2018, trabaja por conseguir los 250 en 2022. Ese es el camino para implicarse en la gobernanza de la revolución tecnológica, ya que no se trata exclusivamente de una cuestión tecnológica, sino de un problema político.

Cada vez que se ha producido un importante salto tecnológico –y el actual es exponencial–, se ha incrementado la productividad y el desempleo. Desde el pensamiento hegemónico se ha inoculado la idea de que este salto, va a ser especialmente doloroso por la pérdida de empleos; algo que no tiene por qué ser así, ya que siendo verdad que tenemos un serio problema de equidad en la distribución de los recursos, la digitalización puede ser la clave de una mayor justicia universal (visión utópica), o puede producir el mayor desastre político y social de la historia contemporánea (visión distópica).

Dependerá de la correlación de fuerzas que se establezca para poder llegar a un nuevo contrato social, de dimensiones mundiales, impulsado por la clase trabajadora organizada, para buscar la creación de un sistema de empleo decente, en el que las nuevas realidades tecnológicas sean herramientas, y no enemigas, del progreso social.

Gracias a la tecnología y su productividad, será posible sustituir gran parte de trabajo duro y repetitivo, reducir jornadas de trabajo, invertir en ecología, en el cuidado de la casa común, en energías renovables, tratamiento de residuos, cuidados, igualdad, solidaridad, cultura, justicia, ocio... ya que todos estos campos necesitan de profesionales que trabajen combinadamente con los de STEM (ciencia, tecnologías, ingeniería y matemáticas) para hacer que las cosas sean más fáciles.

Necesidad de sindicatos fuertes

Quien necesita trabajar para vivir pertenece a la clase trabajadora. No obstante parte de la clase trabajadora cree que es clase media, porque tiene un trabajo que le permite sobrevivir; pero si lo perdiera y no tuviera un patrimonio acumulado, se empobrecería rápidamente. Esto es lo primero que tenemos  que conseguir: extender la conciencia de clase y dar el paso de afiliarnos a un sindicato que nos haga más fuertes. Desde ahí, transformar la realidad, fortaleciendo el papel de las relaciones laborales desde la presión y la negociación colectiva en la transición a la sociedad y la economía digitalizada; adaptando los esquemas tradicionales de acción sindical a las nuevas realidades, e impulsando el diálogo social para conseguir marcos normativos y políticas de apoyo para los trabajadores y trabajadoras. Todo ello, habrá de hacerse de manera mundial. Y los niveles de actuación dependerán de las diversas regiones o países, y ramas laborales, puesto que las situaciones de los trabajadores/as de Namibia no son las mismas que las de EEUU, ni son iguales las problemáticas de la industria que las de los servicios.

Pero aunque diversa, sólo existe una clase obrera, y por su propia naturaleza, está llamada a la solidaridad. Evidentemente, también deben intervenir otros actores: gobiernos; universidades públicas... que, junto a todo el sistema educativo, contribuyan a escolarizar la tecnología –algo muy distinto de tecnificar las aulas–; partidos políticos, que tienen la responsabilidad última de avanzar socialmente; organizaciones empresariales con las que dialogar y negociar, no dejando la organización del trabajo en manos de algoritmos; movimientos sociales comprometidos con ese otro mundo necesario, sobre todo los de mujeres, ecologistas y derechos humanos, porque tenemos la obligación de hacer que la digitalización acabe con todo tipo de brecha de género, y podemos contar con medios tecnológicos para salvar nuestra existencia en el planeta.

Medidas a tomar

Promover un cambio de modelo productivo y energético del que nazcan nuevos empleos, más productivos –y por lo tanto con menor jornada de trabajo–, reformulando una fiscalidad basada en los beneficios empresariales de la digitalización, que permita sufragar los gastos de protección social; transformación del modelo educativo; reformas de la legislación laboral que contemple nuevos tipos de empleos que actualmente no son sujetos de relaciones contractuales; recuperar derechos perdidos y poner en marcha otros nuevos como la desconexión digital de los trabajadores agobiados por la conectividad extrema que viola su tiempo de descanso y su salud; conseguir unos mínimos retributivos justos; controlar los procesos de subcontratación de las empresas; establecer legislación sobre tratamiento de datos personales; utilización de herramientas digitales para la organización de los trabajadores, sin olvidar promover espacios de encuentro físico para socializar las luchas; poner la inteligencia humana por encima de la inteligencia artificial; promover una industria pública y limpia, generadora de recursos económicos que abastezcan el gasto social; basar la economía en la alta productividad y no en los bajos salarios y malas condiciones laborales; mejorar las cualificaciones accesibles a la clase trabajadora; adoptar una mínima renta garantizada para personas de bajos ingresos o mayores dificultades para encontrar empleo; inversión pública en investigación, desarrollo e innovación; fomento de capacidades humanísticas que incidan en el desarrollo de las tecnologías para enfrentarse al capitalismo «cognitivo» donde Facebook, Twiter, Youtube, Google-Alphabet o Amazon, junto a Uber, Airbnb, Alibaba, Deliveroo... pueden llegar a ser un peligro, no sólo para las condiciones de trabajo, sino para la democracia misma. Hemos de conseguir que la democracia penetre en las empresas.

Para todo ello, a su vez, los sindicatos deberán invertir más medios materiales y humanos en la formación sindical, para que sus miembros estén capacitados para evitar el peligroso poder de estos oligopolios tenológicos, con respecto a la transmisión de informaciones manipuladoras y formas esclavizantes de trabajo digital, donde la red sirve como plaza pública de subasta de trabajadores/as, con el agravante de que no te despiden: «te desconectan».

Conectémonos a la realidad. Por etimología, sin-dicato significa «con-justicia». La mejor justicia se ha de forjar desde lo comunitario y participativo, incidiendo muy especialmente en que los sindicatos utilicen las herramientas digitales para extenderse, formando adecuadamente a sus miembros, promoviendo la formación de los trabajadores/as, y haciendo posible la protección social de aquellos/as que carezcan de empleo. Debemos conseguir que nuestra conexión proletaria se active simultáneamente para gobernar el futuro desde la Solidaridad.