Juntas somos más fuertes

Juntas somos más fuertes

Las luchas de las mujeres de ayer y hoy contra la violencia

Isabel Aparecida Félix
 


Comienzo este texto con una noticia fresca que acabo de recibir: los movimientos de mujeres de Brasil, Argentina y Chile figuran entre «los más destacados en los círculos internacionales».

Cuando se habla de mujeres de América Latina, lo habitual es hacer una conexión inmediata con números preocupantes de feminicidio, con la falta de respeto a sus derechos y con una fuerte cultura del estupro. Pocas veces sin embargo, se habla de los cambios que ha traído la lucha feminista en países como Brasil, Argentina y Chile, países que han hecho reformas interesantes en dirección a la igualdad de género, incluso con el reconocimiento de organismos internacionales como la ONU, y que han tenido, a lo largo de los últimos 50 años, gobernantes mujeres.

Sin embargo, es un hecho que, incluso con la constatación de los avances y conquistas en las luchas de los movimientos de mujeres organizadas, todavía la violencia de género se muestra alarmante en América Latina, según dados de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina): por lo menos 12 mujeres mueren cada día víctimas de la violencia de género, esto es, son asesinadas por el simple hecho de ser mujeres. El Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe (OIG) de la ONU indica que en 2014, en 25 países de la región un total de 2.089 mujeres murieron víctimas de feminicidio.

Sabemos que la violencia perpetrada contra las mujeres y otras minorías es un fenómeno cultural que, desgraciadamente, no es reciente en la historia, y que atraviesa continentes, religiones, países y culturas enteras. Y en lo que se refiere a la religión, en los últimos años en todo el mundo ha crecido en la esfera pública la influencia de líderes religiosos con discursos y prácticas religiosas conservadoras respecto a la cuestión de género y de la diversidad sexual. Tales discursos, de corte fundamentalista, han interferido políticamente en los avances y conquistas de derechos que habían alcanzado en las últimas décadas los movimientos emancipatorios organizados, principalmente de mujeres y de las comunidades LGBT, como apunta la noticia citada. En ese sentido, importa destacar la afirmación de Boaventura de Sousa Santos: «para bien o para mal, la religión nunca ha abandonado el dominio público».

Podemos afirmar que la violencia contra las mujeres no es relevante para las religiones, incluso a pesar de que la mayoría de sus fieles son mujeres. Sin embargo no podemos dejar de percibir las ambigüedades de la religión, como bien expresa la teóloga Elisabeth Schüssler Fiorenza: «La religión puede fomentar el fundamentalismo, o el exclusivismo y la explotación de una mono-cultura mundial totalitaria, o puede defender valores y visiones espirituales democráticas radicales que celebren la diversidad, la multiplicidad, la tolerancia, la igualdad, la justicia y el bienestar para todos».

A lo largo de la historia podemos percibir que las voces que apoyan la lucha contra la violencia contra las mujeres y otras minorías, no vienen precisamente del centro de las instituciones religiosas; esas voces vienen de la periferia, de sus fronteras, y de la sociedad civil.

Para constatarlo, hago aquí memoria de Sojourner Truth, una mujer del siglo XIX, ex-esclava, analfabeta, cristiana, que no se permitió a sí misma quedarse ocupando el lugar de víctima de la violencia racista, inhumana, del sistema esclavista, sino que se convirtió en l’enfant terrible por su reivindicación del status de humanidad, como afirma Donna Haraway.

Estando en la Convención de los Derechos de las Mujeres, en Ohio, Estados Unidos, en 1851, donde la discusión central era sobre el derecho de las mujeres al voto, Sojourner Truth se levanta, y profiere un discurso histórico («¿No soy yo una mujer...?»), y se une a otras tantas mujeres que desafiaron los poderes religiosos y sociales en vistas a la liberación de las múltiples formas de opresión y dominación.

Durante la Conferencia, un clérigo defendió que las mujeres no deberían tener los mismos derechos que los hombres, porque si una mujer es de clase alta y blanca, él la respeta cuando necesita ayuda; pero cuando la mujer tiene poco entendimiento, como ocurre con las mujeres negras, no puede tener derecho de votar... Por lo demás, ambas son pecadoras...; por ese motivo, no tienen derecho de votar.

Contra esto, Sojourner Truth se alza, abre su vozarrón, rompiendo todos los protocolos, y afirma que es negra, que tiene un cuerpo fuerte para trabajar como hombre, no importa la inteligencia. No necesita ni recibe ayuda, ni respeto. Incluso también siendo mujer, muestra que las personas negras, en la mayoría de las veces no son consideradas como mujeres, conforme a lo dicho por el clérigo que la precedió, y son consideradas más bien esclavas, de clase baja, y son tratadas diferentemente de las «mujeres blancas de clase alta». Para Sojourner, ser mujer de color, raza y clase y grado de instrución diferente, no equivale a tener derechos diferentes.

Sojourner termina su discurso mostrando cómo usar la Biblia para apoyar las luchas de las mujeres contra la violencia y rechaza la interpretación del clérigo que utiliza la Biblia para legitimar la violencia contra las mujeres al decir que: «Si la primera mujer que Dios hizo, fue suficientemente fuerte como para poner ella sola el mundo entero cabeza abajo, todas estas mujeres que estamos juntas aquí debemos ser capaces de arreglarlo, y ponerlo de nuevo como debe estar».

Con esta intervención ella muestra que así como Eva tuvo el poder de cambiar el mundo, las mujeres, juntas, tienen poder suficiente para cambiar el mundo de nuevo en la lucha contra todas las formas de violencia y dominación. Y hoy, los movimientos de mujeres organizadas tanto a nivel social como de dentro de las religiones siguen la inspiración de Sojourner Truth: «solamente juntas podemos transformar el mundo».

 

Isabel Aparecida Félix
Universidad de Coimbra, Portugal