Instituciones mundiales para el otro mundo posible

INSTITUCIONES MUNDIALES PARA EL OTRO MUNDO POSIBLE

Federico Mayor Zaragoza



“Des de l’angúnia del fang i la misèria hi
ha uns ulls que ens repten”
(Desde la angustia del fango y la miseria
hay unos ojos que nos desafían)

Miquel Martí i Pol

Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, la reciente guerra en Irak y -con anterioridad a ellos- las crecientes disparidades entre el norte y el sur, cuyas consecuencias, como la miseria, apenas empezamos a vislumbrar, reafirman la urgente necesidad de conferir a las Naciones Unidas el papel de instancia suprema que le corresponde y que tanto se echa en falta en el desorientado panorama actual. Las Naciones Unidas constituyen la única posibilidad de un marco ético –jurídico a escala mundial. En lugar de apartarlas de su misión y reducirlas a acciones de ayuda humanitaria, deberían reforzarse para que no sólo la paz, sino la convivencia pacífica– en relación a los demás y al medio ambiente - se convirtiera en realidad. Y pudieran cumplir la misión fundamental que sus fundadores plasmaron en el Preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas: “NOSOTROS, LOS PUEBLOS hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra...”

Sin embargo, poco a poco, se ha debilitado el sistema de las Naciones Unidas, se le han encomendado funciones de ayuda humanitaria y mantenimiento de la paz postconflicto, en lugar de construir la paz a través del desarrollo endógeno, de la capacidad de cada país para explotar sus propias riquezas, comenzando por el talento y las facultades creadoras de sus habitantes.

En consecuencia, uno de los deberes más acuciantes, en este inicio de siglo y de milenio, consiste en replantear, con lucidez y firmeza, las reglas de la política internacional del siglo XXI, con un plan de puesta en práctica de múltiples acuerdos, de tal modo que los derechos humanos de una gran parte de la humanidad no sean simples enunciados mediáticos. Es en las Naciones Unidas en donde se hallan las bases morales, políticas, sociales, económicas y jurídicas de un verdadero orden de paz.

Debemos ser conscientes de que la paz y la seguridad basadas en la justicia y en la libertad siguen ausentes y continuamente amenazadas en el mundo. Una gran parte de los habitantes del planeta malviven en condiciones deplorables de pobreza. Y los países prósperos continúan inmersos en un tipo de crecimiento económico que produce fracturas y asimetrías, y cuyo impacto sobre el medio ambiente es tan peligroso que la calidad de vida de las generaciones futuras está cada vez más en entredicho. La pérdida de diversidad cultural constituye otra tendencia que empobrece, tal vez de forma irreversible, una de las características más importantes de la humanidad.

Los países más avanzados deben –por su responsabilidad particular en relación a la seguridad general de todos los ciudadanos del mundo y la integridad del planeta– concertar rápidamente sus esfuerzos para nuevas alianzas que permitan aliviar el sufrimiento de la humanidad en su conjunto y reducir el impacto de los desastres naturales, incluidos los originados por seres humanos.

Muchos de estos países han suscrito en los últimos años, bellísimas declaraciones, resoluciones y convenios. Pero, con raras excepciones que hay que destacar, no han cumplido luego sus compromisos. El incumplimiento ha desembocado en grandes disparidades de índole económica y social. En múltiples ocasiones he subrayado la contradicción, tan nociva, que representa la existencia de democracia -que es la solución- en el ámbito nacional, y de oligocracia en el internacional.

En un mundo en el que las fronteras no pueden evitar el paso de los “flujos” informativos, financieros, ambientales, etc., las instituciones políticas nacionales y supranacionales basadas en el Estado, progresivamente debilitado, son insuficientes para resolver los principales problemas y desafíos de alcance planetario. La ausencia de regulación democrática a escala mundial favorece intereses particulares y alimenta las tendencias unilaterales basadas, sobre todo, en la fuerza militar. Sin reglas, la “globalización” no gobernada se convierte en la principal fuente de inestabilidad y confusión.

Es necesario y apremiante plantear nuevos contratos en el orden social, ético, cultural y natural en base a unos principios comunes que sitúen al ser humano por encima de los intereses comerciales y económicos. Un nuevo contrato que de prioridad a los derechos humanos sobre el resto de la legislación internacional; que posibilite decididamente la eliminación de la pobreza y garantice un desarrollo solidario más equitativo y respetuoso con la diversidad de género, cultural y medioambiental.

Se precisa una reforma en profundidad del sistema de instituciones internacionales, que articule un verdadero sistema de gobernanza democrática global. Comparto con Carlos Fuentes que “la globalidad en sí misma no daría sus frutos sin la prevalencia del derecho”, y que “una globalidad sin reglas conduciría a desequilibrios peligrosos y a injusticias perpetuadas... Si Estado, Nación, Comunidad Internacional, no se comprometen con la Legalidad superior a las fuerzas del mercado y del crimen, éstas se impondrán con la fuerza de la fatalidad invisible...”.

Existen importantes iniciativas sobre la reforma de las Naciones Unidas. Una de ellas corresponde al Foro Mundial de la Sociedad Civil –la Red de Redes «Ubuntu»- que ha iniciado una campaña mundial para la reforma en profundidad de las instituciones internacionales, con el fin de que puedan responder a los grandes desafíos sociales, económicos y culturales de nuestro tiempo, y se sustituya la presente impunidad a escala mundial por los mecanismos reguladores apropiados Esta iniciativa ha merecido un decidido apoyo de personas de renombre mundial y de prestigiosas organizaciones. Su objetivo es contribuir a establecer un «sentido ético» en la aldea mundial y propiciar un gran plan de desarrollo endógeno planetario.

Ubuntu propone una reforma que refuerce y democratice a las Naciones Unidas y ponga las demás organizaciones multilaterales bajo su control, a través del desarrollo de la legislación internacional que es ampliamente aceptada por su valor y legitimidad democrática –Carta de Naciones Unidas, Declaración Universal de los Derechos Humanos, Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, sociales y culturales, etc.-. Institucionalmente, es urgente fortalecer la Asamblea General de las Naciones Unidas y poner bajo su autoridad todos los órganos, agencias y organizaciones multilaterales mundiales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial del Comercio, etc.).

Es primordial dotar al sistema judicial internacional de los medios humanos y financieros exigibles, para asegurar el cumplimiento de la legislación internacional.

La reforma del ECOSOC, como Consejo de Seguridad Económica y Social, debería promover el desarrollo de los países más rezagados y empobrecidos. De igual modo, establecer un Consejo de Seguridad Medioambiental permitiría garantizar un desarrollo humano sostenible y contrarrestar las tendencias más negativas. Las “nuevas” Naciones Unidas debería propiciar modelos de convivencia coherentes y respetuosos con la diversidad cultural, nuestra gran riqueza común.

Una reforma, en suma, que fortalezca la democracia representativa, participativa y anticipativa del sistema de instituciones internacionales. De la misma manera que los Estados son insuficientes para gobernar la “globalización”, las instituciones internacionales también lo serán si no se incrementan las posibilidades de participación real de los ciudadanos tanto en la toma de decisiones como en la puesta en práctica de las mismas, mediante mecanismos de representación directa de la ciudadanía mundial y de participación de la sociedad civil organizada.

El futuro no tiene por qué ser necesariamente igual que el presente y el pasado. Me gusta repetir que lo fundamental es “la memoria del futuro” todavía intacto, para que pueda escribirse con líneas menos torcidas, todas las manos juntas. Memoria para saber que la integración nunca se consigue por el interés y el dinero sino por el hilo conductor de la cultura, por el tejido denso de las hebras distintas. Memoria del pasado para saber que todas las transformaciones nunca se hicieron por la fuerza de las armas, sino por la fuerza de las ideas, de los ideales.

Pongámonos todos a favor de la vida, todos al lado de la “paz preventiva”. Pongámonos en pie de paz para reforzar rápidamente a las Naciones Unidas, dotándolas de los recursos necesarios para establecer los códigos de conducta mundiales que sean precisos, para asegurar, en nombre de todos, su cumplimiento y contribuir a hacer posible la transición de una cultura de fuerza, imposición y violencia a una cultura de diálogo, compresión y paz