Historia de la teoría feminista

Historia de la teoría feminista

Rosa Cobo


El feminismo es una tradición intelectual y un movimiento social que tiene tres siglos de historia. Desde su origen hasta los años ochenta del siglo XX se ha articulado alrededor del principio ético y político de la igualdad. En efecto, el paradigma de la igualdad es la respuesta a la rígida sociedad estamental de la Baja Edad Media. Esta potente idea ética y política, de inmediato es asumida por algunas mujeres en sus discursos intelectuales y en sus prácticas políticas. El feminismo surge en Europa, en el contexto de las tres grandes ilustraciones, la francesa, la inglesa y la alemana, y en el marco político del estado-nación.

En 1792, la inglesa Mary Wollstonecraft publicó Vindicación de los Derechos de la Mujer, donde denunciaba que la sujeción de las mujeres no era el resultado de una naturaleza inferior a la masculina sino de prejuicios y tradiciones que se remontaban a la noche de los tiempos. Esta obra de Mary Wollstonecraft inaugura una tradición intelectual de impugnación moral de la sujeción de las mujeres y de lucha contra el prejuicio, y se inscribe en un discurso más amplio a favor de la igualdad.

El fin de la Revolución Francesa marca el inicio de un silencio que se romperá a mediados del siglo XIX. En efecto, en EEUU e Inglaterra surge el movimiento sufragista. El acta fundacional de este movimiento se produce con la Declaración de Seneca Falls en 1848. En este pequeño pueblecito del estado de Nueva York un grupo de mujeres feministas norteamericanas exigieron que las mujeres pudiesen ejercer los derechos que tenían los varones. En este emocionante texto las mujeres norteamericanas reclamaron aquellos derechos formulados como universales por los teóricos de la Ilustración, que habían sido usurpados y negados a las mujeres. Sin embargo, para comprender mejor el movimiento sufragista hay que tener en consideración dos hechos que lo precedieron. El primero de ellos es que una parte de las mujeres que militaron activamente en la lucha sufragista, previamente participaron en el segundo gran despertar, un movimiento de renacimiento religioso que hizo posible que tomasen la palabra en las comunidades religiosas y que leyesen las Sagradas Escrituras. La participación de estas mujeres en la lectura y la reinterpretación de las Escrituras se convirtió en una fuente de ensanchamiento de su subjetividad. El segundo hecho es que aquellas primeras mujeres sufragistas que proclamaron el decálogo de derechos de Seneca Falls habían ejercido el activismo político junto a los varones negros en su lucha por el voto. Llevaron ambas experiencias, la de la militancia política en el movimiento por el voto de los negros y la de hablar en público, a su militancia sufragista, y pusieron las bases de un movimiento de marcado carácter político.

El movimiento sufragista arraiga en aquellas sociedades en las que se había desarrollado la revolución industrial, en espacios urbanos, de religión protestante y en sociedades firmemente asentadas sobre la ideología liberal, aunque otra parte del sufragismo tuvo una ideología radical y socialista. Este movimiento se articulará políticamente en torno al derecho al voto, pero el cuerpo central de sus reivindicaciones son el derecho a la propiedad, a la educación, al acceso a las profesiones o a la libertad para organizarse y hablar en público. También la crítica al matrimonio, en la medida en que significa la ‘muerte civil’ de las mujeres, la crítica a las leyes discriminatorias que regulan la patria potestad o la exigencia del divorcio, son otras reclamaciones sufragistas. En definitiva, el feminismo del siglo XIX se torna más abiertamente político y sus conquistas ensancharán la democracia de aquellas sociedades en que se desarrolló el sufragismo.

El movimiento sufragista termina con la primera guerra mundial, tras la cual sobreviene otra época de silencio hasta que Simone de Beauvoir publica en Francia, en 1949, El Segundo Sexo. En este texto, la filósofa francesa retoma la idea radical de igualdad de la Ilustración y se convierte en una de las grandes teóricas feministas del siglo XX. Poco después, en EEUU y en el marco de la tradición liberal, Betty Friedan escribirá otra célebre obra, La mística de la feminidad, en la que señala que el malestar de las mujeres norteamericanas de su época se originaba en la presión social que las empujaba a desempeñar en exclusiva un papel no elegido por ellas: el de esposas y madres.

A partir de los años sesenta del siglo XX, algunas mujeres feministas y marxistas plantearán la insuficiencia del marxismo para entender ‘la cuestión de la mujer’ y subrayarán la ceguera del feminismo para comprender la opresión de clase. El resultado, en palabras de Heidi Hartman, es el de un desgraciado matrimonio entre feminismo y marxismo. Estas teóricas propondrán un sistema dual para analizar la condición de las mujeres y reivindicarán el aparato conceptual del marxismo y el del feminismo para dar cuenta de la subordinación y explotación de las mujeres en las sociedades capitalistas. Esta corriente, la feminista marxista, se ha desarrollado en el último tercio del siglo XX y aún perdura.

En los años setenta, el siglo XX fue testigo de una nueva ola feminista de marcado carácter político cuando el feminismo radical hace su aparición en todo el continente americano, en Europa y en otras partes del mundo, en el contexto de mayo del 68. En este marco, el feminismo se convertirá en un movimiento de masas. El feminismo radical marca el inicio de un proceso de conquista de derechos que hoy están en retroceso. Este feminismo se articulará nuevamente alrededor del principio ético y político de la igualdad. Su relevancia fue mostrar el carácter político de las relaciones que tienen lugar en el ámbito doméstico-familiar. El libro más célebre del feminismo radical, ya un clásico indiscutible de la literatura feminista, es Política sexual de Kate Millett. Su tesis central es que lo personal es político. Dicho en otros términos, la subordinación de las mujeres no se sostiene sólo en su exclusión de las instituciones políticas o en la explotación económica que tiene lugar en el mercado laboral sino que tiene raíces muy profundas y aparentemente invisibles. Estas hondas raíces se encuentran en la familia patriarcal, en las relaciones de pareja y en todas las tareas de cuidados y reproductivas que desarrollan las mujeres gratuitamente en el ámbito familiar. En otras palabras, la familia es una institución patriarcal en la que se asienta la división sexual del trabajo, se esconden las relaciones de poder entre hombres y mujeres detrás del amor y de los cuidados, y en muchos casos se desarrolla la violencia y el abuso sexual masculino contra las mujeres.

En los años ochenta aparece una nueva conceptualización feminista, el feminismo de la diferencia, que pone el acento en la diferencia sexual entre hombres y mujeres y se aparta de la idea de igualdad. Para este feminismo, la diferencia sexual es constitutiva de la especie humana.

Poco después, a partir de la última década del siglo XX, surgirán otras reflexiones feministas que enfatizarán el acento en las diferencias entre las mujeres. El feminismo postmoderno, los feminismos de color y la teoría decolonial entran en la agenda feminista reclamando análisis interseccionales entre el género y la sexualidad, la raza o la pertenencia étnico-cultural. La teoría queer pondrá encima de la mesa la necesidad de normalizar las sexualidades disidentes. Y el feminismo decolonial, por su parte, mostrará el vínculo entre los colonialismos europeos y la opresión de las mujeres de los países colonizados. La obra de Mohanty se configura como una reflexión central del feminismo decolonial, pero, además, entraña una propuesta de pactos políticos feministas a partir de la lucha común contra el capitalismo.

Los aspectos más relevantes del feminismo del siglo XXI son su diversidad intelectual y política y su globalización. Los feminismos que se articulan en torno a la igualdad coexisten con otros feminismos que enfatizan las ideas de libertad y de reconocimiento cultural. Sin embargo, la característica más significativa de todos ellos en este momento histórico es la conciencia de que el capitalismo es una fuente de opresión inagotable para las mujeres. Por otra parte, también ésta es la primera vez en la historia en que el feminismo se ha extendido a todo el planeta sin períodos de silencio.

El feminismo, en su compleja diversidad, está vivo y goza de muy buena salud, pero, además, es un test fundamental de democracia. La democracia y la izquierda tienen una deuda con el feminismo porque la teoría y la práctica política feministas han democratizado tanto a las organizaciones de la izquierda como a los sistemas políticos.

 

Rosa Cobo

Universidad de la Coruña, España