Grandes Causas Indígenas en lo pequeño

Grandes Causas Indígenas en lo pequeño

Tania Ávila Meneses


Ser parte de un pueblo indígena quechua atravesado por distintos encuentros culturales a lo largo de la historia me hace sentipensar la vida de otra manera; porque todo está en unidad no puedo pensar sin sentir y no puedo sentir sin percibir mi cuerpo. Los latidos de mi corazón marcan el ritmo de mi actuar y de mi reflexión que no se despega de mi acción. Nosotros los pueblos indígenas tenemos Grandes Causas que se hacen vida en lo cotidiano, a través de signos pequeños, casi imperceptible para quienes sólo buscan Grandes Causas con impacto estructural. ¿Acaso la estructura no está hecha de pequeños actos, de pequeños pensamientos y cambios que provocan grandes asimetrías?

Sin intención de sobrevalorar las culturas indígenas, sino priorizando su aporte creativo y vital, les invito a ver, con todo el ser tukuy sonqowan como decía mi abuela en idioma quechua, cuatro movimientos cotidianos que cuidan la vida: somos comunidad, la vida entera es sagrada, somos celebración, y soy memoria y soy futuro. Quizá estos movimientos, como la respiración en nuestros cuerpos, aportan desde la pequeñez grandiosa a la ansiada concreción de la ecología integral, que ya viene siendo vida en los pueblos indígenas desde que el tiempo no era tiempo.

• Somos comunidad. Comparto como símbolo La Cancha, el mercado popular de Cochabamba, expresión de un mercado en clave comunitaria dentro de un sistema de mercado competitivo. En La Cancha mujeres y varones construyen relaciones de cuidado entre comerciantes y con los clientes. A pesar de la cantidad de gente entre conocidos y desconocidos, las vendedoras se sienten con la seguridad de dejar sus puestos de venta temporalmente porque sus vecinos van a cuidarlo. En muchas situaciones se ven niños pequeños caminando entre la multitud, pero si alguno está en riesgo alguien gritará ¡la wawa!, usando el artículo «la», no «tu», porque la crianza de la bebé es un acto comunitario, pero al mismo tiempo es una llamada de atención a la responsabilidad concreta de los padres.

Además de co-cuidado entre las vendedoras, también está el cuidado a los clientes, con quienes mutuamente se llaman Caserita. Se establece un vínculo de cercanía, pues la vendedora sabe de los gustos y necesidades de las compradoras; a muchas las encuentra cada sábado de feria, y ya tiene una idea de qué podría faltarles en casa. Y quien compra va con la confianza de que su caserita tendrá lo que necesita, y si no lo tiene, le ayudará a conseguirlo a buen precio y buena calidad.

En última instancia la calidad del producto depende del cuidado, de la salud de la tierra donde se siembra: si hubo el agua necesaria o algún desastre natural, si se han vivenciado los rituales de agradecimiento y permiso. Así, el cuidado de las relaciones entre seres humanos se extiende al cuidado de la naturaleza y al vínculo con la Divinidad... todo desde La Cancha.

Y así, una jornada de trabajo que comienza con una mirada de esperanza al sol que nace y termina con un «hasta mañana si Dios quiere», se mueve como una espiral de hechos comunitarios pequeños, casi insignificantes, que hacen de La Cancha una alternativa de mercado marcada por la comunidad y no sólo por la competencia. Un mercado en el que el otro tiene rostro, y además la caserita me yapa, me aumenta, no sólo con los productos de la Madre Tierra sino con el vínculo de la mirada, la risa que me hace sentipensar que somos comunidad.

• La vida entera es sagrada. Tomo como símbolo la respiración, esa danza vital entre el ser humano y la naturaleza que revela la presencia del Misterio sagrado de la vida. Con el ritmo de tu respiración contemplas los detalles sencillos que hacen la vida, como reunirse para comer. Recuerdo que mi tío Enrique, siempre que alguien llegaba a casa, servía en un plato grande hecho de barro, ch’illami, mote de maíz willkaparu, ese maíz negro que las tías decían que es tan nutritivo, que sustenta la vida del lactante. Este ch’illami de mote estaba acompañado de un quesillo puesto en el piso. Nos convocaba a quienes éramos parte de la familia, a los visitantes, y si algún desconocido entraba por la puerta, mientras comíamos, también estaba invitado a compartir los granos de maíz y el queso, porque la comida es para todos los hijos de Dios, decía la mama Sabia. Comer del mismo plato tomando el maíz en las manos, como signo de respeto, crea un movimiento de escucha corporal que da lugar a una sinergia entre comensales que sacia el hambre de alimento y de diálogo, de escucha atenta, de ese modo de conversar que hace de los momentos de la comida tiempos sagrados de encuentro.

Respirar nos hace sentipensarnos parte de un todo sagrado que nos hace inspirar confianza y espirar cuidado, sí, cuidado a una misma, a la comunidad, al entorno natural, cuidando así nuestra espiritualidad que busca armonía y equilibrio. Un equilibrio que no significa ausencia de conflicto, sino el arte de lograr que las tensiones sean creativas. Así con gestos simbólicos serenos, acogedores, se gesta en los pueblos quechuas el Misk’y Kausay, la vida dulce (en aymara Sumaj Qamaña, el Buen Vivir) como un estilo de vida cotidiana, sencilla, que se da aquí y ahora con la participación de todos… de todo. Y no se reduce a reflexiones racionales que discursivamente la plantean como una búsqueda a futuro.

• Somos celebración. Comparto como símbolos la imagen de varones y mujeres danzando morenada en el tiempo ritual del Carnaval de Oruro. Dicen que los pueblos andinos bolivianos vivimos en fiesta. Algunos juzgan este hecho como la causa de la falta de desarrollo. Pues sí, somos celebración porque nuestra danza y canto es asumir nuestra propia situación vital, es cuidar cotidianamente nuestro cuerpo para poder recorrer, con salud estable, las calles, los mercados y las plazas cuando llegue el tiempo de celebrar. La danza exige atención a quienes danzan al lado, delante y detrás de tí, lo que implica que además de estar atento a ti mismo, a tu respiración, a tu movimiento, necesitas entrar en diálogo de gestos, de cuerpos, con otras personas que, siendo tan diferentes, se mueven al mismo ritmo, creando armonía. No se puede bailar solos: necesitamos de los artistas que hacen la ropa, de la banda de músicos que marca el ritmo, y de las voces y ánimo de la gente que está al borde las calles. Necesitamos de la sincronía de la comunidad, que sustenta sin crear dependencia. Me pregunto si danzar en comunidad no será un prototipo de «otro desarrollo posible»...

Celebrar en las calles es reapropiarse simbólicamente de los espacios públicos a través de la danza y el canto, como espacios sagrados de encuentros entre diferentes. Somos celebración que agradece los ritmos de la vida-muerte irrumpiendo calles, mercados y plazas, afirmando que son y somos parte de la comunidad, frente a una sociedad competitiva que busca más dinero para pagar lugares exclusivos con grandes muros que excluyen a la comunidad. La tierra, no es de nadie, todos somos parte de esta Casa Común.

• Soy memoria… soy futuro. Este último movimiento tiene un énfasis en la persona: es respirar y hacer memoria del propio camino de vida. La tradición oral es fundamental entre los pueblos indígenas: un itinerario que narra diversas historias con lenguaje simbólico, ameno, fluido y diverso. Así con tantas voces contando no nos quedamos con sólo una historia, lineal, sino con un tejido histórico diverso, colorido y hasta contradictorio, que permite que las nuevas generaciones puedan discernir aquello que hace a su propio momento histórico y que se hagan críticos co-constructores de este tejido ancestral.

Contar mi vida es un modo de transmitir experiencias de aprendizaje sin juzgar la vida de quien me escucha y sin juzgar la mía propia; es un modo de mutuo aprendizaje, dejando a los oyentes tomar de mi experiencia lo que necesiten para su camino. Las personas y comunidades optan por convertir en canción los hechos o sentipensares claves para la comunidad actual y de posible impacto en el futuro. Un ejemplo es este estribillo de una morenada escrita en los años 90 por José Flores, en medio de la confusión que creaban los medios entre coca y cocaína:

“Coca no es cocaína, coca es la hoja sagrada.

Jallalla Bolivia, Jallalla Oruro,

soy de los cocanis alma, vida y corazón” .

Estas diferencias explícitas en las canciones hacen que las generaciones del futuro tomen conciencia de su identidad y compromiso con el cuidado integral de la vida, no sólo de su cultura. Así cada persona andina es memoria, es futuro, porque lo que hoy hagas o no hagas será la urdimbre del tejido vital del futuro.

«Esito sería», solemos decir cuando terminamos una intervención hecha desde nuestra vida.

Les he dado testimonio de algunas Grandes Causas que los pueblos indígenas vivimos cotidianamente en lo pequeño, sea en nuestras comunidades o en las ciudades… ¡Esito sería!

 

Tania Ávila Meneses

Oruro-Cochabamba, Bolivia