Feminismo y espiritualidad macroecuménica

Feminismo y espiritualidad macroecuménica

Marcelo Barros


Pues, no sois Vos desagradecido, Criador mío, para que piense yo que daréis menos de lo que os suplican (estas siervas vuestras), sino mucho más; ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabas por el mundo, a las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad, y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres...

¿No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas e incapaces para que hagamos cosa que valga por Vos en público, ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habíais de oír petición tan justa?

No lo creo, Señor, de vuestra Bondad y Justicia, que sois justo Juez, y no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán, y en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa... que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres”

Teresa de Jesús

Este texto de una de las más importantes místicas cristianas de toda la historia de la Iglesia muestra el esbozo de una espiritualidad feminista o, al menos, una apertura para ello ya en el siglo XVI. Revela que desconsiderar la igualdad entre hombre y mujer y romper con la justa relación de género no sólo es una cuestión social y cultural, sino que toca el centro de la espiritualidad cristiana. No es eso lo que hizo Jesús, que, precisamente, siempre privilegiaba la relación de géneros. En realidad, lo que importa es testimoniar la forma de ser del proprio Dios Amor. Por eso, ya en los años 80 Leonardo Boff afirmaba: «Cada vez que la mujer es marginada en la Iglesia, nuestra experiencia de Dios resulta perjudicada; nos empobrecemos, y nos cerramos a un sacramento radical de Dios».

Según eso, una justa y liberadora relación de géneros es camino y método de espiritualidad cristiana. Todavía en el siglo XVI, en el Libro de su Vida, Teresa revela lo que, en aquel tiempo sonaba extraño y que ella expresa como un secreto: «que, a mi parecer, oración mental no es otra cosa sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama» (Vida 8,5). Eso significa que santa Teresa comprende la oración como una relación de amistad. Se refiere ahí a «amistad con Dios, o con Jesús». En esa relación, ella usa algunas imágenes afectivas, incluso eróticas. Su lenguaje es tal que mereció que la Inquisición se ocupara de ella y le practicara siete investigaciones del Tribunal. ¿Por qué? Por expresar su feminidad en la oración. En el mundo antiguo, las abadesas del desierto y muchas santas eran educadas para que se expresaran en masculino y usaran imágenes masculinas para la espiritualidad. En la oración, Teresa osó proponer una relación de géneros. Por otra parte, vivió una amistad afectuosa con san Juan de la Cruz y otros hermanos, como Graciano. Esa corriente de mística nupcial e incluso erótica se encuentra en las místicas beguinas del norte de Europa (siglo XIII y XIV), mal vistas por la jerarquía, algunas de ellas perseguidas y hasta martirizadas. Es un elemento central en la espiritualidad de mujeres como Hildegarda de Bingen (siglo XI) y Catalina de Siena (siglo XIV), mujeres hoy reconocidas por los papas como «doctoras de la Iglesia».

En el Islam fue una mujer, la mística medieval Rabbia Al Adawiya (701-801) quien dio a la espiritualidad musulmana una dimensión de relación de intimidad nupcial con el amor divino. Ella hizo que los musulmanes se acordaran de un dicho atribuido al profeta Mahoma: «Tres cosas en el mundo me fueron dadas por ti y se volvieron dignas de amor: las mujeres, el perfume y la oración». Es importante observar que, en ese dicho del profeta, la oración es citada en tercer lugar en la relación con Alá.

Para nosotros, del siglo XXI, esta comprensión humana de la espiritualidad es importante. Va más allá del mundo cristiano. Se expresa en la propuesta de autores como Marià Corbí, que denomina la espiritualidad, como la «calidad humana profunda». También Ken Wilber, filósofo estadounidense, comprende la espiritualidad como «visión integral». Es un proceso existencial que nos hace pasar de un estado egoico a otro más etnocéntrico y finalmente a una postura de tipo cosmocéntrica. Si esa forma de comprender la espiritualidad humana y ecuménica es correcta, uno de los criterios básicos y esenciales para que ese proceso sea vivido es justamente «el reconocimiento y la valorización de la plena humanidad, tanto del ser humano, como, en una cultura patriarcal, de la mujer».

Hablando de cultura patriarcal, la religión siempre es un elemento de la cultura. Por eso, a lo largo de la historia, por siglos, las jerarquías religiosas ignoraron o negaron conscientemente esa preocupación de justicia de reconocer la dignidad de la mujer y una justa relación de géneros. Todavía hoy no hemos superado esto en la Iglesia Católica y en algunas otras Iglesias Cristianas. Al mantener los ministerios ordenados como privilegio masculino, y al ejercerlos de forma patriarcal, las Iglesias no sólo hacen una lectura fundamentalista de los textos bíblicos; cometen también un pecado que es social (contra la justicia), pero principalmente adoptan una postura anti-espiritual y anulan «lo que el Espíritu dice hoy a las Iglesias» (Ap 2,5).

En varios países de América Latina, como Brasil, Cuba, Colombia, en la costa de Ecuador y algunas regiones de Venezuela, las poblaciones más pobres están muy impregnadas por las culturas negras e indígenas. En ese caso, la postura clerical machista de las Iglesias tradicionales incomoda y en cierto modo dificulta la vivencia de la relación ecuménica con las religiones y tradiciones populares. En el caso de culturas indígenas de tradición patriarcal, las Iglesias que podrían dar un testimonio evangélico de liberación y justicia ayudan a reforzar el machismo. A pesar de todo, en las culturas negras y algunas indígenas, la bendición es un carisma de las mujeres, y la curación, de las curanderas. En la mayoría de las comunidades afrodescendientes, la dimensión sacerdotal es ejercida por Ialorixás (las madres de santo). Algunas comunidades tienen un babalaorixá (sacerdote), pero no es lo mismo ser orientado o recibir el Axé de un hombre (babalaorixá) que de una mujer. Hay una forma propria de relación con los Orixás que depende de la dimensión femenina y de esa relación de géneros. Tanto es así que, no raramente, los babalaorixás (hombres) acaban desarrollando tanto, espiritualmente, una dimensión femenina que, aunque son siempre muy respetados por su comunidad religiosa, son vistos por la sociedad dominante como gays o incluso travestis. Algunos lo son, otros no. Viven en la carne el conflicto de un diálogo interior que la sociedad no ayuda a explicitar, y reciben Orixás que son, al mismo tiempo, masculinos y femeninos sin ser necesariamente homoeróticos (con todo respeto hacia ellos y con profundo aprecio por su dimensión espiritual). Para nuestras vidas, la espiritualidad basada en la relación de géneros nos lleva a valorizar más la corporeidad y la dimensión afectuosa e incluso erótica de la vida como camino de intimidad con el Misterio. Nos ayuda a unir ética y estética en el camino espiritual, visión coherente y profunda de las cosas con una sensibilidad agudizada y, sobre todo, nos lleva a testimoniar a Dios como Misterio de Amor y de Pasión.

En el siglo XX, una testigo que vivió eso profundamente fue una joven judía holandesa, Etty Hillesum. Al inicio de los años 40, con 25 y 26 años, tuvo el coraje de asumir una relación amorosa sin casamiento y sin compromiso estable con un oficial alemán y después con un compositor holandés. Sin que nadie le enseñara, en medio de esas relaciones, vivió una profunda relación de intimidad con Dios, de modo muy secular. El 12 de julio de 1942, escribía en su diario: “Voy a ayudarte, Dios mío, a no apagarte en mí, pero no puedo garantizar nada. Lo que veo con claridad es que no eres Tú quien puede ayudarnos, sino que somos nosotros (los judíos) quienes podemos ayudarte a Ti y, al hacerlo, podemos ayudarnos a nosotros mismos. Eso es todo lo que en este momento podemos salvar, y también lo único que cuenta: un poco de Ti en nosotros, Dios mío. Tal vez, podamos también hacer que aparezca tu presencia en los corazones devastados de los otros”.

 

Marcelo Barros
Recife, Brasil