Espiritualidad sin religión

 

Hugo Cáceres cfc Lima, Perú

 

Santiago fue bautizado católico y contrajo matrimonio religioso, pero después de su divorcio dejó de reconocerse como creyente y prefirió definirse con el término «espiritual». Es consciente de que los restos de catolicismo que le quedan son como trozos del naufragio de su vida anterior, y han subsistido dulcemente en esta etapa de su vida, la celebración de la Navidad y una particular atracción por las imágenes de María, tenues sentimientos de aprecio por el poder femenino universal. Santiago insiste en que no profesa ninguna religión, pero se autodefine como un ser espiritual con suficiente libertad para no obedecer ningún precepto religioso, sin considerarse agnóstico. Su divorcio fue no sólo la ruptura con su esposa; también fue el primero de muchos pasos que lo alejaron de la institución eclesial. Algunas veces vienen a su mente algunos recuerdos del orden moral que aprendió en casa y en la escuela católica, y a su corazón ciertas nociones de compasión y cuidado de los necesitados –¿obras de misericordia se llamaban?–.

Sin embargo, Santiago, quien fue voluntario adolescente en una misión de su parroquia, apoya generosamente una ONG que sostiene causas ecológicas. Cada mañana, antes de su exigente trabajo de tecnología informática, Santiago empieza sus ejercicios de respiración guiado por un tutorial de Mindfulness. Reproduce con gran disciplina las posturas que ve en la pantalla, hasta que su maestra virtual anuncia con el sonido de un cuenco tibetano que la sesión ha terminado por hoy. Según la información de la pequeña pantalla auxiliar, los ejercicios fueron seguidos hoy por 245 personas en dieciocho países. Su coach de salud y bienestar le ha propuesto una dieta de granos y yogurt, que Santiago consume orientándose hacia el sol naciente, con un gesto de agradecimiento a la Tierra. Terminada su primera colación, repite una oración dirigida al Yo Universal.

Su espiritualidad sigue siendo personal: ¿restos del Abba de Jesús? Ese Yo Universal es una persona con la que Santiago puede dialogar y con quien mantiene una diaria relación amorosa. Repite interiormente el mantra de siete sílabas que escribió durante un retiro virtual dirigido por un monje cisterciense: Com-pa-sión (inspira), sos-tén-me-hoy (espira). Después de una ducha fría, masajea su cuerpo con aceite de suave olor a lavanda, que adquirió por internet en una feria virtual New Age. Al llegar a sus tobillos y pies recuerda: «Hombre, se te ha enseñado lo que es bueno y lo que espera de ti el Señor, practicar la justicia, amar con ternura y caminar humildemente junto a tu Dios» (Miqueas 6,8), evocación remota de su confirmación.

Mientras conduce su auto, Santiago escucha música gregoriana; no tiene idea del significado de las antiguas melodías, pero lo predisponen a atravesar más tranquilo el tránsito congestionado de la capital sudamericana donde vive. Llegado a su trabajo, Santiago inhala la última bocanada de aire fresco e ingresa a su cubículo de trabajo, donde promociona técnicas de almacenamiento de información en el ciberespacio. Responde correos electrónicos a varios rincones del planeta, al ponerse en contacto con diversidad de personas interesadas en preservar información, documentos, planos, fotos... Personas que están detrás de bibliotecas, colegios, hospitales y facultades universitarias. A cada uno le presta suficiente atención y trata de imaginar sus rostros, que están detrás de cada correo electrónico que responde, despidiéndose con una espontánea palabra amable. Lo aprendió de un maestro budista. Esta gentileza virtual, con diversas personas, en tres idiomas, a las que nunca conocerá cara a cara, le ha permitido sobrellevar con gracia una actividad que la compañía hubiera preferido «robotizar» por medio de una compleja programación de preguntas y respuestas; él insistió ante el directorio de la compañía que un rasgo de humanidad atrae a más clientes y humaniza a los trabajadores. Después de todo, la espiritualidad que Santiago practica se apoya en la plena certeza de que todo el Universo está interconectado por una misteriosa red de dependencia, que va de lo micro a lo macro, sin jerarquías. Al responder a sus amigos sobre sus ideas sobre el origen del Universo, Santiago se remonta al silencio anterior a la Gran Explosión: el amor compasivo estaba listo para iniciar una expansión, de la cual somos sólo el «reflejo de una de sus ondas»… La compasión y gentileza con que Santiago trata diariamente a todas las personas que siente detrás de sus correos electrónicos, está arraigada en esta unidad de la materia «en expansión», de la cual todas las religiones, sus libros sagrados y profetas, son sólo reflejos de su amoroso inicio, que tuvo lugar hace 13.000 millones de años...

A mediodía, Santiago se encuentra con su pareja para almorzar juntos. Comparten algunas prácticas dietéticas e intereses por la protección de la Creación; discuten la necesidad de convertirse en veganos, reducir el consumo de plásticos y cómo vivir más amigablemente sobre la Tierra. No se animan a vivir juntos, aunque disfrutan de fines de semana en convivencia sin mayores compromisos. Ambos iniciarán pronto su década de los cuarenta, pero prefieren preservar su libertad, controlar sus propias cuentas bancarias y vivir en una independencia que Santiago llama «una amorosa y libre interconexión».

Tal libertad también permite a Santiago pasar uno que otro día con su hija, con quien le encanta salir al campo o al mar. Su responsabilidad paterna también transita por su espiritualidad de la interdependencia, expresada en cercanía emocional a su hija de doce años. Juntos la pasan muy bien, conversan bastante y Santiago ve en el resplandor de los ojos de Camila, la misma chispa que arrojó toda la materia original e indiferenciada en su ruta hacia la complejidad y la constante evolución. Recogen restos de moluscos de la playa y después comparan sus formas para identificarlas con las guías que aparecen en las pantallas de sus tablets en la app Learnig the new history of the Universe.

La espiritualidad de Santiago no lo mantiene alejado de la búsqueda por la justicia y la equidad en cualquier rincón del planeta. Se informa de situaciones de derechos humanos y de la Tierra, en Sudán o Nicaragua; promueve causas de defensoría y es activo en la recolección de firmas virtuales para aumentar la conciencia sobre temas donde su compasión lo guía. Bastante pesimista respecto de los políticos, Santiago se resiste a llevar una etiqueta partidaria; su corazón y su mente están centrados en asuntos más universales, y se aburre cuando sus amigos, con quienes toma unas cervezas semanalmente, se enfrascan en temas políticos. Sus buenos compañeros suelen animarlo a intervenir con preguntas como «A ver, ¿qué piensa el monje cósmico…».

En su tiempo libre, Santiago mantiene dos blogs: Espiritualidad sin religión y Oraciones para navegar por la web. Sus seguidores, de origen variopinto responden a su comunicación; o, con pulgares levantados, monosílabos y, algunos pocos con preguntas, frases de agradecimiento o rechazo. Las entradas que han suscitado más interrogantes se titulan: Soy uno con el Todo, y Toda la materia es sagrada… Santiago suele responderles con otras preguntas: -

Seguidor 1: ¿No crees en la salvación por medio de Jesucristo?

Santiago: ¿No te parece que todo el Universo ya está salvado desde su primer impulso? -

Seguidor 2: ¿Estás afirmando que toda la materia es igual al Pan Eucarístico?

Santiago: ¿Piensas que hay algo no-sagrado en el Universo?

Nuestro ser-espiritual sin religión no está exento de dudas y miedos, como el más común de los mortales. Al visitar a su madre con Alzheimer, internada en una clínica en el pabellón de demencia severa, la pena y la aparente solidez de sus convicciones sobre una vida más allá de la presente se ven agitadamente desafiadas. Mientras acaricia la mano de su madre, no sabe qué mantra repetir, su corazón se encoje en el pecho y una sombra cubre su visión de la eternidad. Su espiritualidad personal postmoderna no encuentra consuelos en esta visita semanal.

Por la noche, después de su austera cena, Santiago colorea un mandala propuesto por su coach de habilidades blandas para un día de trabajo con más de treinta clientes. Con el mouse selecciona los colores, arrastrándolos desde una paleta virtual, para llenar de tonos pasteles los pétalos en blanco de una flor de loto. Cierra los ojos y desconecta su tablet, mientras recuerda los distantes rostros de las personas que lo contactaron hoy por medio de su blog, un empresario de Singapur, una estudiante de teología de El Salvador, un anciano de Inglaterra, las arrugas de su madre y los besos de su hija y su amada. Así, se queda dormido mientras coloca sus manos sobre el pecho.