En estado permanente de Éxodo

En estado permanente de Éxodo

Fray Carlos Mesters


Uds., todos los que buscan la justicia y buscan a Dios, presten atención:

Miren la roca de donde fueron tallados. Miren la cantera de donde fueron extraídos.

Miren hacia Abraham, su padre, y hacia Sara, su madre.

Cuando les llamé, ellos estaban solos, pero se multiplicaron por mi bendición. (Is 51, 1-2)

Dos cosas marcan el ideal que nos hace caminar: encontrar a Dios y buscar la justicia. Encontrar a Dios, al Absoluto, queda para más allá del horizonte que se mira. La búsqueda de la justicia marca el horizonte de la convivencia entre nosotros. La Agenda registra la búsqueda de la justicia; pero la mirada de la fe descubre en ella la búsqueda de Dios.

Abraham y Sara iniciaron el camino que fue registrado en la Agenda del Pueblo de Dios. Fueron en busca de tierra para construir su casa, crear su pueblo y, así, llevar una vida bendecida (Gn 12, 1-3). ¡Tierra, Pueblo y Bendición! Es lo que, hasta hoy mismo, mueve a los pueblos de América Latina en sus migraciones. Abraham y Sara están vivos, caminando aún, en un éxodo permanente, a la búsqueda de una justicia que les devuelva la tierra, el pueblo y la bendición.

Quinientos años después, Moisés y Miriam continuaron el mismo camino, el mismo éxodo, buscando lo mismo. Salieron de la esclavitud de Egipto y entraron en el desierto. Fueron a la búsqueda de la tierra prometida. Con ellos, el horizonte de la justicia se hizo más cercano, quedó más claro. La Agenda del Pueblo de Dios, la Biblia, registró los hechos, reveló en ellos la presencia liberadora de Dios y, hasta hoy, nos los trae a la memoria en el libro del Éxodo.

Mientras «el Pueblo de Dios en el desierto andaba», algunos murmuraron. Miraron atrás, a las ollas de Egipto (Ex 16, 2-3). Querían volver a lo que era antes. No supieron leer la Agenda. Por eso, no supieron leer los hechos. Entraron en el desierto y se quedaron allá. No llegaron a entrar en la tierra. Murieron antes, de nostalgia. No supieron transformar la nostalgia en esperanza. Otros, orientándose por la memoria del pasado, registrada en la Agenda, miraban adelante y continuaban buscando. Estos llegaron a entrar en la Tierra Prometida.

Nadie se quiere quedar en el desierto. Pero es en el desierto donde todos vivimos. El paso del desierto despierta nostalgia en algunos, desánimo en otros. El desierto fue lugar de tentación para Jesús (Mt 4, 1-11). Es también el lugar para redescubrir el primer amor, y para reencontrar el ideal de la juventud, «donde Dios nos seduce y nos habla al corazón» (Os 2, 16).

Quinientos años después, en el terrible cautiverio de Babilonia, mucha gente miraba hacia atrás. Querían reconstruir la nación y restaurar la vida del pueblo tal como era antes del cautiverio: monarquía, rey, palacio, templo, culto, raza, ley. Leían la Agenda, pero con ojos antiguos, desactualizados. No entendían nada del camino de Abraham y Sara, de Moisés y Miriam, de Zumbí y Antonio Conselheiro, de Oscar Romero, Margarita Alves, María Cristina y tantos otros, cuyas luchas están registradas en la Agenda del Pueblo de Dios.

Otros, sin embargo, leían la Agenda con un mirar renovado, nacido de la búsqueda de Dios y de la búsqueda de la justicia. Éstos y éstas descubrieron dentro del desierto el gran llamado de Dios. Vieron en él el comienzo de una nueva etapa. El viento sacude la flor, esparce la simiente y, así, prepara una nueva floración. Los hechos violentos del cautiverio de Babilonia y las continuas migraciones sacudieron al pueblo, lo diseminaron como una simiente por el mundo entero y, así, lo prepararon para una nueva misión: ser luz de las naciones, ser Siervo de Dios para todos los pueblos (Is 42, 1-4-6; 49,6), fuente de bendición para todas las familias de la tierra (Gn 12,3). Iluminado por la luz de la Agenda del Pueblo de Dios, el cautiverio, que parecía ser un golpe de muerte, se volvió para ellos y ellas un llamado de Dios, el inicio de un nuevo Éxodo. En vez de lamentar el pasado que perdieron, saludaron el futuro que acababa de nacer con tanto dolor. No hicieron ningún esfuerzo para reeditar el pasado -como querían algunos-, sino que se abrieron a su nueva misión como pueblo de Dios. Sus escritos fueron registrados en la Agenda, en los capítulos 40 a 55 del libro de Isaías.

Quinientos años después, una doble esclavitud desintegraba la vida del pueblo de Galilea: la esclavitud de la política de Herodes Antipas, apoyada por el Imperio romano, y la esclavitud de la religión oficial, mantenida por las autoridades religiosas de la época. Con una mirada renovada, recibida de su intimidad con el Padre, Jesús lee la Agenda del Pueblo de Dios y encuentra en ella el programa de su misión. En Jesús, el éxodo continúa y se profundiza. Citando a Isaías, dice: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me consagró con la unción, para anunciar la Buena Noticia a los pobres; me envió a proclamar la liberación a los presos, y a los ciegos la recuperación de la vista; para libertar a los oprimidos y proclamar un año de gracia de parte del Señor» (Lc 4, 18-19). Y concluye: «Hoy se ha cumplido ese pasaje de la Escritura que acaban vds. de oír» (Lc 4, 21). El Hoy de Dios es la hora en que Dios pasa por nuestra vida y nos visita. La Agenda ayudó a Jesús a descubrir la hora de Dios que acontece dentro de nuestro tiempo. La hora de Dios no se mide por nuestro reloj. Jesús la descubría conviviendo con el pueblo y pasando noches en oración en el desierto.

Año 1999: ¡el último antes de la llegada del nuevo milenio! El imperio neoliberal estableció una esclavitud mundial como nunca antes la hubo, un desierto sin igual. La travesía se hizo más pesada. Muchos miran atrás. Se mueren de nostalgia. Otros se desaniman. Otros sufren la tentación de adherirse. Pero los que leen la Agenda con una mirada renovada escuchan la voz de Dios que les habla al corazón. Redescubren el amor primero, reencuentran el ideal de la juventud y retoman el camino de Abraham y Sara, de Moisés y Miriam, de Zumbí y Juana, de Romero y Margarita. Durante este año 1999, la Agenda del Pueblo de Dios, la Agenda Latinoamericana, trae a nuestra memoria las luchas de los que antes que nosotros buscaron a Dios y sufrieron por causa de la Justicia. Nos despierta para la hora de Dios, escondida dentro del tiempo que pasa. Gracias a todos y todas que nos prepararon esta Biblia-Agenda. Ayudados por ella, continuamos a la búsqueda de Dios y de la Justicia para realizar el sueño de Abraham y Sara: ¡Tierra, Pueblo y Bendición!