El neoliberalismo: ¿qué significa?

EL NEOLIBERALISMO: ¿QUÉ SIGNIFICA?

Pablo BONAVÍA


Hasta hace poco el tema del Neoliberalismo (NL) parecía un episodio destinado a desaparecer junto con la coyuntura precisa en la que surgió: crisis del petróleo, deuda externa, desgaste del ‘Estado benefactor’, derrumbe del socialismo real, regímenes de derecha en el Norte y dictaduras en el Sur... Para sorpresa de muchos el término NL ha vuelto a resurgir con fuerza en la escena, y con un indisimulado tono polémico. Lo usan políticos y analistas sociales de las más diferentes latitudes, lo estudian académicos de renombre, lo denuncian como un peligro no sólo los líderes sindicales sino también diversas Conferencias Episcopales y los Provinciales Jesuitas de A. Latina.

¿Por qué esta imprevista popularidad de un término tan abstracto, tan poco ‘seductor’? ¿Será realmente útil para comprender la realidad en que hoy vivimos y nuestra ubicación en ella? Muchos políticos y economistas considerados ‘neoliberales’ niegan que siquiera exista eso que se llama “NL”. Para ellos es un mito inventado por algunos con el propósito de atribuirle todos los males económicos y descalificar a sus adversarios políticos. Ahorrándose, de paso, un análisis serio de los complejos problemas sociales y la elaboración de alternativas realistas.

¿Será ésta una discusión mera-mente teórica sin consecuencias reales para nuestra vida cotidiana? De ninguna manera. Creo que la popularidad que ha tenido este concepto no es casual: se debe a que permite identificar y enfrentar un aspecto nuevo y determinante de la situación histórica que hoy vivimos. Más allá de la disputa terminológica (si la palabra NL es o no la más adecua-da para describir el fenómeno de que se trata) el concepto ha mostrado ser una herramienta necesaria a la hora de asumir una posición crítica ante los desafíos que hoy se nos plantean. Eso sí: tratando de evitar un ‘estiramiento’ o generalización tal del concepto que le haga perder su capacidad para ‘morder’ en la realidad inédita que nos toca vivir en esta A.L. de la era de la globalización.

¿Podemos calificar sin más de ‘neoliberal’ la tendencia a adoptar actitudes egoístas en lo personal o lo grupal? ¿Será patrimonio exclusivo de los neoliberales la búsqueda del predominio sobre los demás o la actitud calculadora que subordina todo a la estrategia de la máxima rentabilidad? No parece lógico ni legítimo. Estas actitudes han acompañado la aventura humana desde que tenemos noticia, independiente-mente de regímenes o ideologías predominantes.

Tampoco el mercado ha sido recientemente inventado por el NL. Existía ya en la antigüedad como forma de intercambiar algunos bienes y desde hace un milenio comenzó a ampliar su ámbito de acción hasta convertirse en el centro de toda la actividad económica de la sociedad. Su exaltación ideológica como mercado irrestricto es también vieja: fue hecha por pensadores liberales del siglo XVIII. Con las conocidas secuelas de explotación y miseria que dieron lugar ya en el siglo pasado al intervencionismo estatal en sus diferentes formas.

¿Acaso ha sido el NL el origen de los fenómenos de pobreza, desigualdad y exclusión social en el mundo entero? No. Estas dramáticas realidades no sólo preexisten al NL sino que han crecido y se han profundizado en contextos económico-culturales muy diferentes al que plantean los pensadores neoliberales. La historia de este siglo en nuestra A.L. es elocuente en este sentido.

Si el empobrecimiento, la desigualdad, la exclusión social y aun la teoría del mercado irrestricto ya existían antes del NL ¿porqué insistir hoy en atribuirle una responsabilidad determinante en relación a estos fenómenos? He aquí la respuesta: porque el NL los justifica como efectos “no deseados” pero inevitables en el logro del crecimiento económico de la sociedad. De esta manera se transforma, de hecho, en el sostén ideológico-cultural de actitudes, comportamientos sociales y medidas políticas que refuerzan la exclusión de los más débiles... con una nueva aureola de inocencia. Lo malo es que esta ideología ha logrado penetrar paulatinamente en nuestra manera de sentir, mirar y valorar los hechos que vivimos. Se instala en nosotros, condiciona nuestras decisiones sobre lo que vale o no vale la pena, modi-fica nuestras relaciones personales y nuestras estructuras sociales. Por eso, si no queremos ser sus víctimas, o sus cómplices, hemos de empezar por poner en evidencia su visión unilateral y sus consecuencias deshumanizantes. He aquí algunos puntos para caminar en ese sentido.

1. El NL empieza por afirmar que la crisis del Estado benefactor y la caída del socialismo han mostrado sin más que toda intervención estatal en el mercado, aun motivada por una voluntad política de estricta justicia, es no sólo inútil sino contraproducente. El NL interpreta en forma unilateral todos los intentos de orientar socialmente la economía como un fracaso y la prueba definitiva de que el hombre debe abandonar la ‘soberbia’ de querer transformar las leyes de la economía y tener la ‘humildad’ de someterse a ellas.

2. Según el NL una de esas leyes inexorables del mercado es que el crecimiento económico implica ineludiblemente la exclusión de los menos competitivos. No es que se desee abandonarlos a su suerte... Es que “no se puede” hacer otra cosa si se quiere el crecimiento económico de la sociedad. Se trata de superar el voluntarismo, por bien intencionado que esté: de nada sirve dar puntapiés contra el aguijón. Cualquier medida que interfiera en el mecanismo de competencia del mercado -considerado como un mecanismo imparcial, transparente, sin imposición de unos sobre otros- provocaría males peores que los que se pretende eliminar.

3. Esta supuesta “necesidad” se proclama no sólo en nombre de la experiencia histórica sino también en el de una ciencia: la economía. La ideología de ‘lo inevitable’ se legitima a sí misma con algo muy prestigioso: el conocimiento científico. Lo que a nivel de opinión pública equivale a conocimiento probado, objetivo, inapelable.

4. Pero atención: el NL trae consigo su propia ‘buena noticia’. Si el abandono de los más débiles es una consecuencia ajena a la voluntad de la sociedad y a la mía; si toda intervención en las exigencias planteadas por el ‘mercado realmente existente’ sería dañino para la sociedad, entonces... ¡somos todos inocentes! Podemos ser indiferentes con toda tranquilidad de conciencia. Empezamos a acostumbrarnos a la idea de que nadie es responsable de nadie. El pobre es pobre por su culpa. El éxito acredita -y justifica- por sí mismo al triunfador. Porque en definitiva... cada uno ocupa en la sociedad el lugar que se merece.

5. Eso sí, para el NL hay un deber de excelencia interpretado en clave individualista: para ser reconocido como valioso en la sociedad cada uno debe ser competitivo, debe explotar al máximo sus recursos. En ese sentido todo es -o puede ser- una ‘mercancía’: conocimientos, habilidad, belleza, energía, oportunismo, audacia, experiencia, relaciones. Todo puede negociarse para aumentar mi valor en el mercado. El mercado y su regla de oro, la rentabilidad, aparecen como el motor de la vida humana, tanto personal como social.

6. Además, en esta perspectiva, no tiene sentido dedicar tiempo a esfuerzos colectivos de carácter solidario: eso es malgastar fuerzas, perder competitividad. Entre otras cosas porque para el NL el “bien común” es un concepto contradictorio en sí mismo. El bien real es individual. Por eso ahora podemos abandonar las organizaciones sociales con un argumento nuevo y tranquilizador: el bien común no existe.

7. El poder seductor de esta ideología radica en que ella se presenta como ventajosa para todos, no sólo para los más fuertes. Porque todos tenemos alguna cuota de poder, por pequeña que sea. Lo novedoso del NL es que -en nombre de lo inevitable- nos habilita a utilizar ese poder exclusivamente en función de nuestro propio interés, eximiéndonos de todo deber social. Nos quita la responsabilidad de ocuparnos de los demás, sobre todo de aquellos que nada pueden darnos a cambio; responsabilidad, obviamente, tanto más gravosa cuanto mayor sea nuestra pobreza. En otras palabras, el NL también le sirve a los pobres. Con el NL... ¡ganamos todos!

...A menos que queramos tomarnos en serio la pregunta que Dios dirige a Caín :

“¿Dónde está tu hermano?” (Gén 4,9).

 

Pablo BONAVÍA

Montevideo, Uruguay