El neoliberalismo es la muerte

El neoliberalismo es la muerte

Pedro Casaldáliga


La palabra de orden, hoy, en América Latina, el Caribe y el mundo es «neoliberalismo», con las consecuencias más dramáticas para el Tercer Mundo. No podemos olvidar que el neoliberalismo continúa siendo el capitalismo. A veces se olvida esto.

Me preguntan qué puede decir o hacer la Iglesia ante el neoliberalismo. Yo, recordando los consejos de nuestros antiguos catecismos («contra pereza, diligencia; contra gula, abstinencia...) respondo: «contra el neoliberalismo, la siempre nueva liberación».

El neoliberalismo es el capitalismo transnacional llevado al extremo. El mundo convertido en mercado al servicio del capital hecho dios y razón de ser. En segundo lugar, el neoliberalismo implica la desresponsabilización del Estado, que debería ser el agente representativo de la colectividad nacional, agente de servicios públicos. Al desresponsabilizar al Estado, de hecho se desresponsabiliza la sociedad. Deja de existir la sociedad y pasa a prevalecer lo privado, la competencia de los intereses privados.

La privatización no deja de ser el extremo de la propiedad privada que, de privada, pasa a ser privativa, y de privativa a privadora de la vida de los otros, de las mayorías. La privatización es privilegización, selección de una minoría privilegiada que, ésa sí, merece vivir, y vivir bien...

Esta es doctrina de los teólogos del neoliberalismo: el 15% de la humanidad tiene derecho a vivir y a vivir bien; el resto que se las arregle... Al contrario de lo que dice la Biblia, de que es el “resto de Israel”, resto de pobres, quien debe abrir caminos de vida y esperanza para las mayorías.

El neoliberalismo es la marginación fría de la mayoría sobrante. O sea, salimos de la dominación hacia la exclusión. Y, como se suele decir, hoy ser explotado es un privilegio, porque muchos ni siquiera alcanzan la - condición- de explotados, ya que no tienen ni empleo. Estamos viviendo entonces lo que se llama un «maltusianismo» social, que prohíbe la vida de las mayorías.

El neoliberalismo es también la negación de la utopía y de toda posible alternativa. Es conocida la expresión de Fukuyama: el fin de la historia», el no va más de la historia...

Es también la mentira institucionalizada, con base en la modernidad, de la técnica, de la libertad y de la democracia. Bellos nombres que deberían tener su auténtico valor, pero que son manipulados y tergiversados. Se trata de una modernidad que ya es posmodernidad, en el Primer Mundo, y una técnica que es puesta como valor absoluto, en función del lucro, y una pseudolibertad y una pseudodemocracia.

En América Latina salimos de las dictaduras para caer en las -democraduras-. Es bueno recordarla palabra lúcida del teólogo español González Faus -que ya ha venido varias veces a América Latina- al decir que, así como el colectivismo dictatorial es la degeneración de la colectividad y la negación de la persona, el individualismo neoliberal es la degeneración de la persona y la negación de la comunidad. El individualismo egoísta degenera la persona, que, por definición, debería ser relación y complementación con los otros. Este individualismo neoliberal es, pues, la degeneración de la comunidad, que es participación y compartimiento.

Como Iglesia, como cristianos, delante de esta bestia fiera del neoliberalismo, es necesario que proclamemos y sirvamos del Dios de la Vida.

Hoy, más que nunca, la Teología de la Liberación, la Pastoral de la Liberación y la Espiritualidad de la Liberación, proclaman, afirman y celebran y practican el Dios de la Vida. Se trata también de promoverla responsabilidad y la corresponsabilidad de las personas y de las instituciones sociales y de la propia Iglesia, a todos los niveles. El mandamiento de Jesús vivido en la vida diaria, política e institucionalizada. La opción por los pobres, muy definida por las mayorías. Jesús mismo la formula diciendo: He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».

Y la afirmación de la utopía, que refuerza la esperanza en la acogida y en el servicio, ya, aquí y ahora, estimulando y posibilitando la presencia y la acción de los nuevos sujetos emergentes (el mundo indígena, el mundo negro, la mujer, la juventud), el protagonismo de los laicos, el protagonismo de los pobres. Esta es la política del Evangelio de Jesús.

La verdad nos hace libres y la transparencia de vida debe aparecer como testimonio. En términos de Iglesia, esto se traduce muy bien en la Teología y en la Espiritualidad de la liberación, en las comunidades de base, en las pastorales específicas que actúan en esas fajas más prohibidas y más marginadas, por la Biblia en las manos del pueblo, la Pastoral de la Frontera, la Pastoral de la Consolación y la Pastoral del Acompañamiento. Y también, más recientemente, por la Pastoral de la Sobrevivencia, sin caer en el pragmatismo asistencialista que podría hacer nuevamente que el pueblo olvidase las estructuras, las causas, los derechos...

Por otra parte hay una decepción bastante generalizada con relación a los políticos. Todas las personas conscientes piden otros políticos. Los partidos están desprestigiados, en muchos lugares. Muchos sectores quieren incluso prescindir de los partidos. Piensan más en alianzas de tipo movimiento popular. Tampoco podemos caer en el peligro de diluir la conciencia, la resistencia y la organización, y seguir dominados por fuerzas que tienen en sus manos el dinero, los medios de comunicación y los puestos políticos.

Pero no hay duda de que, bajo el poder del capital neoliberal, representado por el FMI y por el Banco Mundial, la alianza de esos políticos de marketing, al servicio del mismo neoliberalismo y ante la impotencia de amplios sectores de las fuerzas populares, es de temer que se repitan, con algunos retoques, las elecciones de años anteriores y hasta de siglos atrás...

La táctica en todas partes es la misma. Las promesas, los programas... acaban siendo los mismos. Los partidos conocen muy bien las necesidades del pueblo y saben programar soluciones, teóricamente...

Pero la deuda externa continúa siendo la sangría de nuestros pueblos. Sigue siendo el gobierno real de nuestras democracias. No son nuestras Constituciones las que mandan; es la deuda externa. Los presidentes y los ministros de hacienda de nuestros países son representantes del FMI. La deuda externa, con el pago de los intereses, es lo que condiciona los salarios, los servicios públicos...

Mientras no resolvamos este problema, es prácticamente imposible imaginar una economía democrática en nuestros países de tercer mundo. Y, evidentemente, no será el neoliberalismo el que resuelva el problema de la deuda externa...