Ecología integral: todo está conectado

Ecología Integral: Todo está conectado

Luis Infanti de la Mora


«Yo nunca me sentí ni fui pobre, mientras vivía en mi comunidad. Vivía en armonía con mi familia, trabajaba la tierra y compartíamos sus frutos y cultivos y nos alcanzaba para todos. Nadie sufría hambre ni botábamos los alimentos. Teníamos tiempo para todo. Cuando fui a vivir a la ciudad me enfrenté a un sistema que me desorientó. No trabajaba la tierra, debía comprar todo, las personas eran indiferentes, competía en el trabajo, otros manejaban mi tiempo, mi vida… En mi idioma (mapudungún) no existe la palabra pobreza, porque en mi tierra no somos pobres. Sí existe la palabra empobrecido, porque fuera de mi tierra hay un sistema que nos somete a ser un objeto más, entre tantos».

Con estas palabras una joven Mapuche (Sur de Chile) analizaba su vida al enfrentarse a un profundo cambio, no sólo de lugar geográfico, sino sobre todo antropológico, lo que le provocó una profunda violencia existencial y muchos cuestionamientos: una crisis. En esta joven se evidencian todas las certeras y agudas reflexiones que el papa Francisco manifiesta proféticamente en la Laudato Si’, al llamarnos al desafío ético de asumir una ecología integral en esta nueva época de la humanidad, en que resplandezca la belleza de una armonía en que nuestro espíritu viva una fecunda comunión con nosotros mismos, con Dios, con las demás personas y con la creación, pues todo está conectado.

La profunda crisis que todos vivimos hoy surge de la ruptura de estas relaciones (Laudato Si’ 66). En estos últimos 50/60 años hemos ido forjando estilos de vida que excluyen, marginan, eliminan, matan. Estilos de vida elevados a “sistemas”, fríamente calculados, planificados y potenciados por algunos, bajo el rostro del anonimato e instaurados en todo el mundo en lo que llamamos sistema neoliberal, socialista, dictatorial… con sus productos: modelo económico, modelo consumista, modelo tecnológico, modelo científico, modelo ateo, modelo empresarial, modelo ideológico… sistemas que conforman una cultura y que inciden profunda y decididamente en nuestra vida personal, social e incluso religiosa.

No al antropocentrismo

El papa Francisco, en la encíclica y en múltiples intervenciones, enfatiza que estos sistemas han querido poner al ser humano como centro y señor de la creación, separándolo de la naturaleza y elevándolo incluso a la categoría de «dios». Para agradar y satisfacer sus necesidades y deseos, incluso los más extremos y caprichosos, el ser humano usa y abusa de los bienes de la creación más allá de lo necesario, explotándolos, depredándolos, destruyéndolos cada día más irracionalmente, respondiendo así a sus instintos CONSUMISTAS, que buscan acumular y amontonar más allá de lo necesario, favoreciendo a algunos (países, multinacionales, nuevos ricos…) que se adueñan de bienes, de plata, de prestigio, de poder... a costa de multitudes (sectores sociales, pueblos, continentes) que resultan excluidos, empobrecidos, sometidos a una vida sub o inhumana, torturados en su dignidad, ninguneados y privados de futuro: ¡se les roba la vida!

Asistimos así a nuevas colonizaciones donde países enteros (y continentes) son asaltados, frecuentemente con amenazas y violencia, y con leyes (y Constituciones) que hacen «legal» este asalto. Algunos datos pueden ilustrar esta tragedia. Entre el año 2010 y 2015 países como EEUU, China, Rusia, Inglaterra, Emiratos Árabes… se han adueñado de tierras, sobre todo en países de África, al ritmo de dos canchas de fútbol al segundo, o sea más de 80 millones de hectáreas, con más de 1.600 contratos de compra de tierras, entre ellos el italiano Benettón, que compró un millón de hectáreas en la Patagonia Argentina. 10 países del mundo controlan el 40% de la riqueza de todo el planeta. 15 empresas transnacionales controlan el 50% de la producción mundial. Con las propiedades de las 10 personas más ricas del mundo se podría alimentar a 1.000 millones de personas que pasan hambre, durante los próximos 250 años. 800 millones de personas sufren hambre entre los habitantes del planeta, y 1.500 millones ni siquiera tienen acceso al agua potable. Cada día mueren 4.000 niños sólo por falta de agua saludable.

Frente a este desenfreno y escándalo depredador, frente a estos signos de muerte, el papa Francisco detecta las causas más profundas en la ruptura de la comunión con la naturaleza y con los seres humanos, clamando al principio ético del destino universal de los bienes por encima de la propiedad privada, especialmente de los bienes esenciales para la VIDA de todo ser vivo (tierra, agua, alimentos, aire, energía…), lo cual es doctrina de la Iglesia.

Este modelo consumista que desangra al planeta produce además grandes cantidades de desechos, que plantean nuevos y desafiantes problemas, y que han creado una «cultura del descarte», no sólo de bienes, sino incluso de personas (reduciéndolas a objetos); se descarta a los que no «producen» para el modelo (ancianos, enfermos, discapacitados, culturas…).

No al cosmocentrismo

Otros sistemas ven al ser humano como una especie más de la naturaleza, ya que apareció millones de años después que la naturaleza ya existiera. El cosmos siempre había existido en armonía y belleza en su proceso evolutivo, y la presencia del ser humano empezó a deteriorar, a destruir, a violentar la naturaleza hasta llevarla al caos (crisis) actual (contaminación, eliminación de especies animales y vegetales, deforestación, incendios, sequías e inundaciones…). Con tanta violencia, el ser humano, causante de estos flagelos, llega a ser un estorbo para que la naturaleza, como organismo vivo, crezca por sí misma en paz, por lo que el ser humano merecería ser eliminado, para privilegiar la naturaleza. En una «cultura del descarte» se buscaría reducir la población, eliminando la más «inútil e improductiva».

Sí a una ecología integral

En la Casa Común, el papa Francisco, sintonizando con el gran Santo de Asís, nos llama a vivir una ecología integral, en la que todo está conectado y en cada creatura (caricia de Dios, LS 84), hay una presencia del Creador, una huella de comunión que integra lo humano y lo divino (LS 9), un misterio de relación entre todos los seres, un signo sacramental que nos habla de Dios. En las creaturas heridas o crucificadas percibimos un clamor de liberación, de salvación, de vida y resurrección. El grito de la hermana Madre Tierra y el grito de los pobres (empobrecidos y excluidos) es un mismo grito.

Desde la fe se abren grandes, profundas y convincentes motivaciones para una conversión ecológica y caminos de responsabilidad para el amor y el cuidado de cada creatura (LS 64), proyectando nuevos estilos de vida y una valiente revolución cultural (LS 114) que se plasme incluso en nuevas políticas locales e internacionales. Para ello será indispensable tomar conciencia de la realidad y promover un fecundo diálogo a todo nivel (entre grupos, ciencias, religiones… sin excluir a los pobres, indígenas…) y replanteando el ejercicio y los estilos de poder.

Desde la fe de los orígenes, confesamos que la Tierra es de Dios. Él es el Creador, es el Señor, es el Dueño, y el ser humano, «creado a imagen y semejanza de Dios», está llamado a la responsabilidad de cuidar con solidaridad a cada creatura para llevarla a su crecimiento hacia su plenitud o perfección, que es la finalidad por la cual el Creador la creó con amor. Cada creatura es un signo de la presencia de Dios y herir a una creatura es herir al mismo Creador. Este es el pecado, el signo y el fruto de una ofensa al Creador.

Hoy estamos viviendo en una creación que aún sufre y gime dolores como de parto (Rom 8,22), que espera nuestro compromiso decidido para instaurar el Reinado del Dios de la Vida. Un compromiso que nos exige conversión en nuestros estilos de vida, para que sean más de comunión, de cuidado, de respeto con cada creatura, superando las grandes inequidades con una nueva solidaridad. Tendremos entonces que replantear la incisividad de nuestras catequesis, de nuestras liturgias y de nuestra oración, para que no vivamos la esquizofrenia de alabar y adorar a Dios en los templos, y por otro lado ofenderlo en nuestras relaciones con los hermanos y con las demás creaturas.

Es el tiempo de los profetas para encaminar una valiente revolución cultural, desafío más urgente y apremiante para los creyentes en el Dios de la Vida. El Papa Francisco nos llama a un profundo y sabio diálogo a todo nivel, para que nadie sea excluido de esta noble tarea, y para que las políticas locales e internacionales y organismos competentes encaminen a nuestra hermana Madre Tierra hacia una plenitud que refleje más plenamente el Amor, la Misericordia, la Paz y la Comunión de Dios.

 

Luis Infanti de la Mora

Obispo de Aysén, Chile