Dios tiene un sueño

Dios tiene un sueño

Manifiesto de la Asamblea del Pueblo de Dios


En la Primera Asamblea del Pueblo de Dios, celebrada en Quito, Ecuador, con ocasión de los polémicos 500 años, en 1992, se lanzó este manifiesto. En su utópica sencillez y en su apasionada esperanza, dice lo que esas Asambleas del Pueblo de Dios han querido ser: una movilización macroecuménica; un irse encontrando en diálogo, en solidaridad, en comunes luchas y sueños, las gentes con fe y compromiso de nuestra Patria Grande, la Abya Yala.

Las diferentes iglesias cristianas, las religiones indígenas y las religiones afroamericanas, en un macroecumenismo que respeta las respectivas identidades y suma al mismo tiempo la común conciencia de ser esa Patria Grande y la opción común por los pobres.

Este sueño, que es un deber, que es nuestra vida, es el propio sueño de Dios para nuestra Abya Yala. Es importante volver a este documento.

Aquí, en Ecuador, en la mitad de nuestro Continente, estamos reunidos 486 hermanas y hermanos de 20 países de la Patria Grande -indígenas, negros, mestizos, blancos-, acompañados por hermanas y hermanos de Africa, Norteamérica, Asia y Europa. Es el primer Encuentro Continental de la Asamblea del Pueblo de Dios. Somos creyentes de muchas confesiones cristianas (evangélicos, católicos, moravos), y miembros de religiones indígenas y negras: laicas y laicos, pastores, pastoras, sacerdotes, religiosas, religiosos y obispos. Una humilde pero jubilosa y prometedora confluencia de hermanas y hermanos, que testimonian su fe en el Dios de la Vida y comprometidos con el caminar liberador de nuestros pueblos. En el contexto polémico del V Centenario, sin la menor pretensión de contestar otras voces, queremos contribuir, fortalecidos por el Dios de la Vida, a la memoria y al compromiso alternativos de esta fecha que nos convoca. Este primer encuentro nos ha sorprendido a todos, y se ha desbordado a sí mismo. No podemos escribir un documento final, encerrando en pocas páginas la riqueza de la experiencia de Dios y de los desafíos de una búsqueda común que hemos convivido en estos cinco días luminosos. Queremos simplemente dar testimonio de algunas vivencias mayores, para alegría y estímulo de otras muchas hermanas y hermanos del Continente y del Mundo, con quienes caminamos en solidaridad.

Dios siempre es mayor. Hay verdaderamente un solo Dios, de todos los nombres, y más allá y más acá de todos ellos, Padre y Madre de todos nosotros, vivido en la diversidad de las expresiones religiosas de las diferentes culturas y encontrado en la naturaleza, en el propio corazón y en los procesos de la historia. Este Dios es nuestro Dios. Nuestra fe se nos ha desnudado y queremos proclamar, agradecidos, este descubrimiento.

Dios tiene un sueño. Y este sueño coincide, complementándonos, con los mejores sueños de todas las personas y de todos los Pueblos: la Vida, en el tiempo y más allá de la muerte, la Paz de la Justicia, la Libertad de la diversidad, la Unidad de la familia humana, en un solo Mundo sin primero ni tercero, dentro de la ley suprema del Amor. Y este sueño es nuestro sueño. Y aquí hemos reafirmado el derecho de nuestros Pueblos a tener el sueño de esta utopía que puede y debe convocar a la coherencia cotidiana, a la resistencia y a la organización, incendiando, contra la noche, nuestra esperanza.

El Pueblo de Dios son muchos Pueblos. Todas aquellas personas, comunidades y Pueblos que asumimos ese sueño-proyecto de Dios, somos el Pueblo de Dios. Ninguna religión, ninguna iglesia, pueden arrogarse la exclusividad de ser ese Pueblo. Se excluyen, eso sí, del Pueblo de Dios todos aquellos y aquellas que se niegan a asumir ese sueño de Dios y de su Pueblo, sirviendo a los dioses del capital, del imperialismo, de la corrupción y de la violencia institucionalizada. Por ese culto idolátrico, en nuestra América y en todo el Tercer Mundo, cada vez son más los pobres y cada vez son más empobrecidos. En nuestro Continente, después de tantas condenaciones y prepotencias religiosas, queremos proclamar esta realidad mayoritaria que se expresa, sobre todo, en las religiones indígenas, en las religiones afroamericanas y en las diversas confesiones cristianas. Las cristianas y cristianos presentes en este encuentro nos sentimos profundamente llamados a la conversión. Públicamente, en nombre de millones de hermanos y hermanas que sienten como nosotros, y para suplir, quizás, la omisión oficial de nuestras iglesias, pedimos perdón a los Pueblos Indígenas y a los Pueblos Negros de nuestra misma casa, tantas veces condenados como idólatras y secularmente sometidos al genocidio y a la dominación.

El verdadero ecumenismo es mayor que el ecumenismo, porque la Oikoumene es toda la tierra habitada. En este primer encuentro de la Asamblea del Pueblo de Dios hemos experimentado que, además de potenciar cada día más el ecumenismo entre las iglesias cristianas, debemos abrirnos al macroecumenismo. Una palabra nueva para expresar una realidad y una conciencia nuevas. Hilo conductor de todo el encuentro, es el tema central de debates, confluencias, tensiones, búsquedas y esperanzas. Es un ecumenismo que tiene las mismas dimensiones universales del Pueblo de Dios. En este descubrimiento hemos empezado a despojarnos de nuestros prejuicios y hemos abrazado con muchos más brazos y muchos más corazones al Dios Único y Mayor. Muchos lenguajes, cantos, símbolos, gestos -con las almas y los cuerpos en danza y en adoración- lo testimonian y lo celebran.

Dios y su Pueblo hacemos la Historia. Todos nosotros, ya de tiempos, participamos en las luchas y organizaciones indígenas, negras, campesinas, obreras, de mujeres, sindicales, políticas y del movimiento popular en general. Pero en este encuentro y precisamente por reconocernos Pueblo de Dios en esta Abya Yala, nuestra Patria Común, renovamos nuestro compromiso con todas las luchas del Continente: en la afirmación de la identidad indígena, negra y mestiza; en el proyecto popular de la conquista de la tierra y de la vida digna para todos, sin oligarquías privilegiadas y sin mayorías marginales; en la lucha organizada, no sólo de nuestros Pueblos del Tercer Mundo, y en la intersolidaridad con tantos hermanos y hermanas del Primer Mundo, contra el orden mundial del capitalismo neoliberal y de su mercado total; en la creatividad alternativa de los procesos con que nuestros Pueblos están construyendo la otra democracia, la de las hijas e hijos de Dios, hermanados entre sí.

No lanzamos un documento: hacemos una exultante invitación. Con el Popol Vuh, libro sagrado de los Mayas, gritamos: «Que todos se levanten, que todos sean convocados, que nadie se quede atrás. Que amanezca ya». Con la voz negra del pastor Martín Luther King cantamos: «Tengo un sueño: un día todos respetarán la dignidad y el valor de la persona humana». Y por la voz liberadora de Jesús de Nazaret, que la fe cristiana acoge como presencia encarnada de Dios, reconocemos que «estas cosas nuevas ya empiezan a suceder», y por eso, a pesar de tantos signos de miseria y de muerte, nos erguimos unidos y levantamos las cabezas al sol y al viento de la Patria Grande, porque «nuestra liberación está cada vez más próxima».

La Asamblea del Pueblo de Dios prosigue su marcha. Nosotros, voces de América con otras muchas voces, manos de la Afroamerindia con otras muchas manos, sueños del sueño de nuestra Abya Yala, firmamos ahora esta invitación fraterna que tantas hermanas y hermanos han firmado, a lo largo de estos 500 años de invasión y de resistencia, con el sello mayor de su propia sangre.

Cómo estamos de diálogo inter-religioso y de aceptación del pluralismo?

-Nuestro sueño, ¿es el "sueño de Dios", o nos comportamos como "cruzados" de nuestra iglesia, de nuestro movimiento religioso?

-Los que formamos parte de iglesias cristianas, ¿reconocemos el valor de las religiones amerindias, afroamericanas, del Islam, del judaísmo...?

-Cuantos formamos parte de una iglesia cristiana, ¿qué hacemos para que el ecumenismo y la aceptación del pluralismo crezca en el conocimiento, en las celebraciones, en la vida diaria...?