Diez palabras-clave sobre Haití

Diez palabras-clave sobre Haití

Antonio Calvo, España y Ronie Zamor
 


Haití. Uno de los países más empobrecidos de la tierra. Cosiguió la independencia en 1804, y desde entonces, y hasta 1990 nunca tuvo un presidente elegido democráticamente en las urnas. Aristide es el primero. Sus habitantes, algo menos de 7 millones, disponen de 28 US$ al mes de renta media. En Haití más del 85% de la población vive en la pobreza absoluta. En 1992 el PIB descendió en un 10%. Desde el golpe de estado de hace dos años han muerto asesinados cerca de 4.000 desplazados. El embargo está provocando la muerte por desnutrición de 1.000 niños al mes y enfermedades de todo tipo en una población tan debilitada.

Lavalás. La gran mayoría pobre de este país logró organizarse al margen de los partidos en un movimiento denominado lavalás, «la avanlancha». Más del 60% de la población no sabe leer, pero sabe lo que quiere. Las mayorías pobres de Haití, en la primera ocasión que tuvieron de ejercer su desición, y con su voto orientar el país hacia la justicia social, se aglutinaron alrededor del símbolo del Gallo, que representaba a Aristide, y le auparon a la presidencia.

Países amigos de Haití. Grupo de países al que pertenecen Estados Unidos, Francia, Canadá y Venezuela. En algunas ocasiones han demostrado que con amigos así no hacen falta enemigos. Estados Unidos, por ejemplo, ha repatriado a la mayor parte de los fugitivos haitianos por considerarlos refugiados económicos y no políticos. El bloqueo que hicieron después del golpe de 1991 tenía más agujeros que un colador. Sólo tras la resolución 841 del Consejo de Seguridad de la ONU (16.06.93) por la que se aplicaban sanciones económicas en forma de bloqueo comercial y sobre las cuentas de los golpistas en el exterior, R. Cedras aceptaba negociaciones para restablecer el orden constitucional y unos días más tarde se firmaban los acuerdos de la Isla del Gobernador.

Estos acuerdos contienen claúsulas inaceptables como: la amnistía total y el previsible control que ejercerá Estados Unidos, bajo el manto de la ONU, encargándose de profesionalizar el ejército y crear una policía civil. Aristide se resistió a firmar estos acuerdos hasta el último momento a pesar de las enormes presiones internacionales.

Aristide, Jean Bertrand. Presidente elegido por el 67% de los votantes en 1990, fue destituido por un golpe de Estado el 30 de septiembre de 1991. Es un hombre que consiguió esperanzar a la gran mayoría pobre de este país, que logró unirse en un gran movimiento y que, al no contar con el apoyo de la minoría rica, ni del ejécito, ni del capital internacional, representado políticamente por Estados Unidos y Francia, duró en el poder ocho meses, en los que incluso la Casa Blanca reconoce que descendió la corrupción. Es un hombre que después de cinco atentados contra su vida todavía cree en la no-violencia y del que desconfia Estados Unidos porque defiende una democracia participativa y tiene un discurso anti-imperialista.

Cedras, Raoul. Encabezó el golpe de Estado contra el legítimo gobierno de Aristide. Es general del ejército, de la camada de Duvalier. Sólo es la tapadera de extremistas como el coronel M. Francois, que quieren “corregir” el veridicto de las urnas aunque para ello tengan que eliminar a cualquiera que se oponga a sus propósitos. Tras los acuerdos de la Isla del Gobernador, y una vez que el nuevo primer ministro, el empresario Robert Malval, juró su nuevo gabinete civil, las sanciones fueron levantadas y los militares pudieron reabastecerse de combustible y retirar fondos de las cuentas de Estados Unidos. En seguida comenzó el boicot del acuerdo. Muchos funcionarios nunca lograron tomar posesión de sus cargos. El alcalde de Puerto Principe, el popular Evans Paul escapó de morir a pedradas cuando un enfurecido grupo de paramilitares le esperaba frente a sus oficinas. El nuevo director del canal de TV estatal no consiguió entrar en su despacho. Y el ministro de Justicia, Guy Malary, fue asesinado en pleno día el 13 de octubre. Este conocido jurista, abogado de importantes empresas y de la embajada de Estados Unidos, era un hombre clave, porque la nueva policía pasaría bajo su responsabilidad.

C.I.A. se ha comprobado que entre el año de 1980 y hasta el 1991 la CIA ha estado pagando a militares de la cúpula del ejército de Haití por información política y del contrabando. Pocos días antes de la fecha fijada para la vuelta de Aristide a Haiti, el 30 de octubre de 1993, destapó un informe secreto en el Senado, que era la institución que tenía que aprobar los fondos de la ayuda en favor de Aristide. El informe afirmaba que Aristide era un desequilibrado y un cruel instigador de asesinatos mediante primitivos métodos africanos. El hedor fue tan grande que la Casa Blanca se apresuró a reconocer públicamente que el Aristide que ellos conocen nada tiene que ver con el descrito en el informe.

ejército y de la policía; quieren dar un golpe institucional y poner a su candidato el titular del Tribunal Contitucional, Emile Jonabaint. Están dispuestos a sacrificar a R. Cedras, como hicieron en el 86 con Duvalier, para conseguir credibilidad internacional.

Cinismo. Lo que tienen los golpistas de Haití. Acusados de más de cuatro mil asesinatos después del golpe militar, el alto mando del ejército afirmó en un comunicado que no había peligro para los parlamentarios, el ejército garantizaría la seguridad en todo el país “tal como lo había hecho en el pasado”. Cuando se levantaron las sanciones, comenzó un hostigamiento sistemético a todo lo que representaba una vuelta a la democracia. El día 15 de octubre el general Cedras declaró que no estaban dadas las condiciones para su renuncia, prevista para quince días antes del regreso de Aristide. No podía renunciar porque el parlamento no había decretado una amnistía total. El parlamento nunca pudo reunirse porque los militares boicoteaban las sesiones. Mientras tanto, el mismo Pentágono que organizó la “Tormenta del Desierto” ordenó el retiro de los doscientos soldados enviados para el entrenamiento de la policía ante la actitud hostil de los golpistas.

Hipocresía. Lo que tenemos en abundancia los países que nos escondemos bajo las siglas de la ONU. La utilización de distintas varas de medir y de esfuerzos tan diferentes, según se trate de defender intereses de los poderosos o de los pobres de la tierra, han vaciado de contenido organizaciones que podrían ser utilizadas para hacer un mundo mejor, en el que todos pudiéramos vivir dignametne. Haití es una pequeña acidez en el enorme proceso digestivo del gigante. A estos pueblos sin nada que ofrecer, analfabetos, hambrientos, sedientos y con enfermedades, sólo les queda no ser, desaparecer. Sin embargo ese pueblo tan destrozado, tan masacrado por los bandidos de turno, ha sido capaz de construir con su pretendida ignorancia, desde su miseria y a pesar de estar aplastado bajo las horribles botas de militares y mercaderes sin escrúpulos, la enorme utopía de creer en el futuro construyéndolo en el presente del movimiento Lavalás. Sin intentar vivir la fraternidad, la democracia es un globo, y la humanidad... ya lo estamos viendo. Amar al otro es decirle: “ mientras yo viva, tú no morirás”. Pues eso: si Haití se muere es porque lo dejamos morir; en buena lógica, porque lo matamos.

Esperanza. En 1804 se acabó la esclavitud oficialmente, pero los haitianos seguimos siendo explotados. Con las elecciones de 1990 tuvimos una experiencia de libertad con un compañero, sacerdote e hijo de los pobres. Aprendimos que nuestras miserias no nos impiden ser hombres con dignidad. Empezamos a soñar de otra manera, a tener ilusiones. Con Aristide la generosidad se hizo vivencia en los pobres. Con el golpe de estado la minoría rica quiere sofocar nuestra esperanza. Pero, ¿puede una nube tapar la luz del sol? Ahora más que nunca queremos vivir libres, poder soñar, seguir luchando para construir fraternidad. Derrocar a Aristide es solamente «cortar el árbol, pero retoñará, porque sus raíces son profundas, numerosas y no pueden morir». La sangre de las víctimas de los militares va a germinar en el futuro en miles de hombres y mujeres como Aristide, para que el Reino se vaya acercando. La esperanza es lo único que nos queda. Pero es el arma que da miedo a los militares y a los imperialistas. Seguimos esperando activamente. La victoria final es de los pobres.