Democracia y juventud de Nuestra América

DEMOCRACIA Y JUVENTUD DE NUESTRA AMÉRICA

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Es cada vez más difícil la inserción de los jóvenes en el mundo del trabajo dirigido por el capital. El acceso a la educación básica aumenta en cantidad, pero decae en calidad; los jóvenes del campo muchas veces se ven obligados a seguir la vida de sus padres y abuelos, sometidos a la explotación de un latifundista; o tienen que seguir las corrientes migratorias en dirección a los grandes centros urbanos, atraídos y seducidos por el fetiche del consumo y de la «diversión». Se puede decir que cada vez es menor la realización sustantiva de sus derechos sociales, cada vez menos pueden autoconstruirse y actuar en la perspectiva de la construcción democrática.

Ante este escenario, muchos jóvenes de las periferias de América Latina tienen como «primer empleo», trágicamente, el crimen organizado, en el narcotráfico. Otros engrosan las filas de los trabajadores estacionales en los cañaverales, en minas de carbón, en la recolección de la pita... la mayoría de las veces con empleos precarios e informales, o sea, sin sus derechos laborales. Ésa es la lucha diaria de la mayor parte de la juventud de Nuestra América: una lucha por la supervivencia.

De ahí se sigue que los jóvenes quedan afectados por una gran apatía política, como anestesiados, frente a la situación dramática vivida en el Continente. Antes que sentirse desafiados a construir un país democrático, se ven empujados a luchar por las condiciones materiales de la vida. Se puede afirmar que la democracia es muy frágil, y está restringida a los marcos formales, muy limitada como posibilidad de una ciudadanía sustantiva y legítima para las mayorías.

De aquí se deriva una gran dificultad para que el joven se perciba como sujeto histórico, capaz de transformar la realidad y, por tanto, de participar efectivamente en la construcción democrática. La democracia no es un discurso a ser recitado de memoria, sino algo a ser construido a partir de prácticas sociales que deben enraizarse en el tejido social. Como bien dice el compañero argentino Atilio Borón, «no se puede reducir la democracia a un sistema de reglas de juego que hace abstracción de sus contenidos éticos y de la naturaleza profunda de los antagonismos sociales, y que sólo plantea el problema de la gobernabilidad y de la eficacia administrativa».

Los procesos educativos formales y no formales, empobrecidos en forma y contenido democrático, marcan una dificultad en lo que respecta al avance de la construcción democrática. Los jóvenes son educados y formados por aspiraciones individuales, que se refieren a éxito personal en el empleo, en el estudio. Hay en nuestra subjetividad una idea fuerte de competencia, y no de socialización y de compartir. Ésa es una marca que el neoliberalismo procura imprimir en cada persona para que pueda garantizar la lógica de la reproducción del capital, y de esa forma quede legitimado en la vida particular de cada persona. La individualización y la competencia son «ideas-fuerza» para la construcción y el mantenimiento del sistema de explotación del ser humano por el ser humano. Por eso son necesarios nuevos procesos educativos que incentiven el sentido colectivo y la autonomía indispensables para que se construyan nuevas subjetividades, encarnadas con principios nuevos, como la justicia y la solidaridad, base en la cual será enraizado el compromiso ético de inaugurar otra sociedad, en la que recrearemos los procesos de socialización, estimulando relaciones sociales que no se basen en la explotación, sino que abran camino hacia la común-unidad.

La mercantilización de la educación formal también dificulta mucho el involucramiento de los jóvenes en su realidad de forma crítica y participativa. Por ese proceso consumimos la educación como otra mercancía cualquiera, y quedamos sometidos a la propia condición de mercancía. Se forma así un paquete sociocultural e ideológico que imprime en los educandos la lógica del capital. La educación mercantilizada no crea procesos formativos en los que los educandos-educadores se formen como sujetos enraizados en las cuestiones de su cultura, de su comunidad, de su diversidad. Nos desafía entonces la urgencia de dar voz a las manifestaciones engendradas en las culturas de los países de Nuestra América, y de garantizar visibilidad y organización a los procesos que nos singularizan, pues nos fortalecen, oponiendo toda resistencia que podamos a los principios homogeneizantes del neoliberalismo.

Ésas son dimensiones de la lucha por la construcción democrática y por ello, cuestiones que nos afectan a todos, a la juventud latinoamericana, directamente ligada al fortalecimiento de nuestra soberanía económica, política y cultural.

Hemos intentado hacer un breve recorte de la realidad con la intención de percibir algunas de las limitaciones que existen para la construcción de una sociedad verdaderamente democrática. Esas limitaciones deben ser repensadas y transformadas, para consolidar la democracia, entendida en tres aspectos básicos, a partir de la formulación de la compañera chileno-cubana Marta Harnecker: el aspecto sustancial, cuyo propósito fundamental es la búsqueda de soluciones para los problemas más sentidos por la población –pan, tierra, trabajo, educación, vivienda-, conquistas que permiten avanzar hacia una sociedad más igualitaria; el aspecto representativo, que se refiere fundamentalmente al régimen político y pone el acento en la libertad, para elegir gobernantes, y en los derechos civiles de todo ciudadano; y el aspecto participativo, que hace de la organización y la movilización del pueblo el fundamento de los gobiernos. Estas tres dimensiones, pueden orientar el proceso democrático para aquellas que son sus principales vocaciones, como régimen político de las mayorías.

En definitiva, ¿hacia dónde vamos?

Es necesario que digamos aquí que está teniendo lugar un conjunto de luchas protagonizadas por jóvenes, organizados o no en movimientos. Jóvenes que procuran actuar de formas diferentes de aquellas que la lógica de la competición y del individualismo capitalista quiere diseminar y naturalizar en nuestras sociedades. Tratan de resignificar las relaciones interpersonales, amalgamando en el ámbito de la intimidad nuevas formas de interacción, participación y reconocimiento. Experimentan nuevas formas de organización, en las que los espacios de ejercicio del poder son ocupados colectivamente según criterios éticos, comunitarios y de servicio al conjunto de la población. Esas nuevas experiencias asumen un carácter pedagógico, una vez que los espacios de poder son ocupados de forma colectiva, crítica y consciente, cualificando y haciendo real el ejercicio de mandatos representativos de la voluntad de la mayoría, que participa activamente en los rumbos que el representante va a asumir. Eso viene siendo vivido por algunos movimientos culturales protagonizados por jóvenes. En éstos, valores como la solidaridad, el compartir y la cooperación, son indispensables para la producción de estas nuevas formas de sociedad.

Podemos percibir también que sus luchas hoy asumen un carácter internacionalista y ampliado a la sociedad en su conjunto. Más allá de imprimir el carácter y las urgencias de la juventud, estos movimientos están comprometiéndose en las luchas de las mujeres, de los negros, de los homosexuales, entre otros, y de esa forma protagonizan nuevos procesos de educabilidad y de socialización que fortalecen la construcción democrática en la sociedad. Otros movimientos por la vía cultural buscan aludir a las características singulares de sus naciones y de Nuestra América, contribuyendo a la construcción de la «Patria Grande» soñada por Bolívar. Jóvenes que fortalecen los diversos movimientos sociales que se alzan en Nuestra América, procurando, por diversos caminos –sean la reforma agraria, o los escenarios de resistencia urbana, o en tantos otros- transformar la sociedad en una perspectiva democrática y socialista.

Podríamos citar nuevamente a la compañera Marta Harnecker, cuando afirma que «la lucha por la democracia es inseparable de la lucha por el socialismo». De hecho lo es, pues el contenido democrático que aquí depositamos es inconciliable con los valores individuales y competitivos que el capitalismo necesita para legitimarse. Según Borón, el carácter formal, que reduce la democracia a una cuestión de método disociado completamente de los fines, valores e intereses que animan la lucha de los actores colectivos», es lo que posibilita la acción de los opresores, la acción de los que detentan el capital y los medios de producción (incluso de la información), que monopolizan el ejercicio del poder político. Es una democracia burguesa, en la que las necesidades e intereses colectivos, o sea, de los pobres, oprimidos y desarrapados del mundo, son suprimidos o radicalmente reducidos por la acción de los opresores.

Nuestra lucha es por la transformación de ese escenario, repleto de piedras en el camino, que dificultan su construcción. Así, la democracia exige defensores apasionados que entiendan que ella sólo puede hacerse palpable para todos/as si vivimos una nueva praxis, en los tres aspectos que propone Harnecker, sustancial, representativo y participativo. De esa manera, miramos la vía democrática como un importante instrumento en la construcción del camino para la Revolución, superando esa situación de dominación y de sumisión. Es preciso inaugurar un nueva democracia que a partir de su significado literal sea actualizada y superada, y sea anunciada y vivida como condición necesaria para todo Ser Humano, que busca construir una común-unidad de mujeres y hombres. Debemos cultivar, en la organización de cada microespacio, valores y prácticas que busquen una transformación estructural de la sociedad en que vivimos, tanto en la esfera productiva cuanto en la esfera cultural y política, o, según las palabras de Rosa Luxemburgo: mediante la democratización de la escuela, de la familia, la fábrica, la iglesia... en fin, del conjunto de la sociedad. Es una lucha antisistémica, en la que esos nuevos y necesarios valores que aquí exponemos coadyuvarán a que alcancemos una nueva perspectiva de vida en sociedad, una sociedad socialista.

 

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Movimiento Juvenil «Mística y Revolución»,

Brasil