Democracia: Forma política del capitalismo

DEMOCRACIA: FORMA POLÍTICA DEL CAPITALISMO

Jaume BOTEY


Se dice que la democracia la inventaron los griegos porque allí, en el ágora, el pueblo podía opinar y decidir. Pero no se dice que allí cuatro quintas partes de la población trabajaban «como esclavos» para que la otra quinta parte pudiera opinar y decidir sobre ellos.

Muchos siglos más tarde en Francia los ilustrados Diderot, Montesquieu, Voltaire, Rousseau, padres de los principios de la «Libertad, Igualdad y Fraternidad» y de la Revolución Francesa, escribieron tratados sobre la democracia. Pero la francesa fue una revolución burguesa y de intelectuales, no de las masas. Setenta años más tarde la Comuna, también en Francia, lo intentó y en nombre de la democracia fue aplastada por los mismos que habían hecho la Revolución setenta años antes.

Cuando, a mediados del siglo pasado, la sociedad quiso dar forma política a los cambios producidos por la industrialización, Keynes ideó un modelo de Estado protector que, salvando los intereses de los ricos, permitiera repartir riqueza a los pobres. La democracia siempre ha sido el sistema que, bajo la bandera de la libertad, ha encubierto la riqueza de unos y la pobreza de otros.

Pero esto se agravó a partir de los años setenta del siglo pasado con el neoliberalismo y la teoría del mercado como único mecanismo regulador de la sociedad, y a medida que los países ricos fueron necesitando mayores recursos para seguir creciendo. EEUU, que pretende ser la democracia modelo y referente, para «salvar la democracia», potenció golpes de Estado y dictaduras militares en toda América Latina contra gobiernos elegidos democráticamente y que intentaban reformas a favor del pueblo. Desde Getulio Vargas o Goulart a Torrijos, de Allende a los sandinistas, la cantidad de sangre vertida, de sufrimiento, y la lista de víctimas es inacabable. En 2003 EEUU invade Irak antidemocráticamente, en contra de la ONU y de la opinión publica mundial, causando centenares de miles de muertos, para «instaurar la democracia». Se miente. Pero da igual, porque esta democracia puede incluir mentira y asesinato. Durante los diez años anteriores murieron en Irak un millón cuatrocientos mil niños menores de cinco años a causa sobre todo de los bombardeos con uranio empobrecido. Cuando le preguntaron a Madeleine Albright, Secretaria de Estado de EEUU, si esto merecía la pena, respondió que «el progreso y la democracia exigen sacrificios».

En nombre de la libertad para todos, se impone por la fuerza la libertad sólo para el más fuerte, y cuando el pequeño pide libertad para no morirse es acusado de antidemocrático. Es la libertad del «sálvese quien pueda».

Por eso esta democracia quiere menos Estado protector. Hoy el verdadero enemigo de la libertad de mercado no es ya el socialismo, que se considera derrotado, sino Keynes: hay que descargar al Estado de obligaciones, y hacer la sociedad más libre. ¿Cómo? Desde lo económico, despolitizando las necesidades, y así se proclama que «el Estado no tiene obligaciones con sus ciudadanos». Desde lo cultural, moralizando la sociedad, y así se proclama que «el que se esfuerza gana, el pobre es el culpable de su pobreza». El intervencionismo del Estado se considera una barrera para el desarrollo, incluso en los servicios sociales y personales. Los servicios son un negocio. Quien pueda pagarse el hospital tendrá hospital. Quien no pueda pagárselo no lo tendrá.

Pero tampoco esto es suficiente. Desde lo político es necesario despolitizar la democracia. La política se convierte en gestión al servicio del capital. Y sus gestores, los políticos, en burócratas al servicio del capital. Y lo mismo con la participación de la gente. Cuando las demandas son excesivas acaban provocando una crisis de autoridad. Y así se proclama que si queremos que el sistema funcione es necesario limitar la participación. Los males de la democracia no se curan con más democracia, sino con menos, ha repetido el neoconservador Daniel Bell. En consecuencia las funciones del Estado cambian: de Estado protector de las mayorías, se pasa a Estado represor de las mayorías; en lugar de potenciar el Estado social, se potencia el Estado gendarme. Su principal obligación será garantizar la seguridad de la democracia de los ricos. Y en primer lugar, seguridad contra la mayoría de sus mismos ciudadanos, que piden mayor democracia. A más organización del pueblo más vigilancia.

Nuestra democracia se basa en la poca participación de la gente en la cosa pública. Por eso los capitalistas la defienden con las uñas. La mayoría se limita a votar cada cuatro años, y en 1999 el presidente del país más poderoso del mundo fue elegido «democráticamente», con fraude incluido, con menos del 20% de los votos...

Así pues, nuestra sociedad actual, consumidora de democracia, no es ninguna garantía de democracia. Sin embargo, con este tan poco presentable bagaje, Occidente tiene todavía la arrogancia de expedir certificados de democracia a otros países: los que pasen por este cedazo electoral, aunque sean gobiernos corruptos, «democráticamente» tiranos o sus poblaciones se mueran de hambre, serán reconocidos como democráticos, pero los que no pasen el cedazo, aunque tengan el apoyo de sus habitantes y haya pan, educación y salud para todos, corren el riesgo de ser catalogados como terroristas.

Nos han hecho creer que éste es el mejor de los mundos posibles, la única alternativa, el final de la historia. Y muchos se lo han creído porque se ha dicho que quien crea lo contrario va contra el progreso. Es la nueva ideología de la imposibilidad de toda ideología que diga lo contrario. Pero una vez más debemos recordar que la derrota del pueblo empieza por la derrota de las mentes, la cultural: convencerse de que no hay nada a hacer. Por el avergonzarse de los principios que fundamentaron las luchas, por el oportunismo de los dirigentes.

Seguimos funcionando con los esquemas de Montesquieu y el modelo de democracia electoral por delegación y representación de partidos sin tener en cuenta los cambios habidos. Por ejemplo en Europa se hacen grandes parafernalias para elegir a los parlamentarios europeos, que en realidad no mandan, o mandan muy poco, y en cambio se tolera el mecanismo antidemocrático de elección del presidente del Banco Central Europeo, que sí que manda, y mucho.

Profundizar la democracia hoy significaría, además, poner remedio al excesivo peso de los medios, a la dificultad de financiamiento de los partidos, a las presiones de los lobbys, a las trabas en la independencia del poder judicial, a la posibilidad de corrupción institucionalizada, al secreto bancario, a las listas cerradas, al bloqueo que los grandes puedan hacer a los pequeños, etc. Pero significa también democracia económica, gestión democrática de los recursos, de la cultura, etc.

Los órganos de gobierno viven en la permanente esquizofrenia administrando un poder que en teoría y en la práctica viene del pueblo, pero del cual el pueblo vive ajeno. El miedo de los gobernantes a la democracia del pueblo genera actitudes autoritarias y las actitudes autoritarias generan crisis de autoridad.

Como dice Hanna Harendt no se trata de crisis de legitimidad sino de crisis de autoridad. El poder constituido tiene legitimidad y los instrumentos necesarios para ejercer el poder, pero puede no tener autoridad moral ni credibilidad. Negar la voz a los sectores excluidos es negarles la esperanza y a la larga estos sectores aparecerán, por ejemplo, en forma de fundamentalismos.

En esta democracia mundial el poder está en muy pocas manos y más centralizado y jerarquizado que nunca. Toni Negri lo llama «Imperio» como «entidad difusa pero intersticialmente presente en todo». Además, los pocos que detentan este poder se sienten nuevo Pueblo Elegido por Dios, nuevo Israel enviado por la providencia para salvar el mundo. Están convencidos de que entre ellos y Dios no hay intermediarios, y por mandato divino deben parecerse al mismo Dios en poder, en inteligencia y en previsión.

Sólo desde esta visión religiosa del poder político y militar puede entenderse la nueva Doctrina de Seguridad Nacional que el emperador Bush proclamó el 20 de septiembre de 2002. Se trata del más puro fundamentalismo y fanatismo. El emperador es la encarnación de la voluntad de Dios y suple la democracia. Y justifica la «guerra preventiva»...

Pero el emperador está desnudo. Resulta cada vez más evidente que estamos al final de un sistema que se aguanta sólo por la fuerza, en un mundo a la deriva y en un cambio de civilización. Hoy surgen por doquier Nuevos Movimientos Sociales que cuestionan el sistema, que reclaman la participación de las mayorías y de una sociedad civil hoy todavía sin rostro ni configuración institucional. El actual llamado del movimiento zapatista y quienes luchan por «otro mundo posible» van en esta dirección. En el fondo éstos nos están preguntando quién es el sujeto de la democracia, el sujeto productor de la política.

Van en esta dirección, por ejemplo, el movimiento zapatista que con el eslogan «mandar obedeciendo» cuestiona los mecanismos de corrupción de esta democracia, el movimiento por otra mundialización que desde los Foros Sociales proclama que «otro mundo es posible», el movimiento indígena que resurge de las cenizas, el movimiento de mujeres, el movimiento de diálogo interreligioso que cuestiona las estructuras jerárquicas de las iglesias, etc.

En el fondo estos movimientos nos están preguntando quién es el sujeto de la democracia, el sujeto productor de la política. Y nos están diciendo que la democracia no es nada hecho, no es una receta, se construye continuamente. Que la democracia política debe ser también democracia en lo social, en lo económico, en lo cultural.

Por eso, con su sola existencia, estos movimientos cuestionan el núcleo esencial de esta palabra tan antigua. Sus preguntas van a la raíz de los problemas, y sus propuestas, en libertad irreversible, serán siempre conflictivas.

Son los buscadores de nuevas utopías.

 

Jaume BOTEY

Cistianos por el Socialismo, Barcelona.