De Medell?n 68 a Aparecida 07

DE MEDELLÍN’68 A APARECIDA’07
Entre continuidad y rupturas, un viaje sin retorno
 

Jorge PEIXOTO


Con el documento de Medellín se inicia la aventura de renovación de la Iglesia en Latinoamérica. No es un cambio marginal. Es el gran viaje del nuevo modelo eclesial y de reflexión teológica. Un viaje sin retorno.

Ya van casi 40 años de aquel Medellín que representó la recepción creativa del Concilio Vaticano II y el comienzo de otro modo de ser Iglesia para Latinoamérica. El Concilio Vaticano II fue una puesta al día para iniciar el diálogo de la Iglesia con el mundo, abriéndola a una nueva perspectiva pastoral, a cambios estructurales, a una nueva visión de la evangelización y a un nuevo lugar para la construcción de la utopía del Reino.

Pero no todo estaba resuelto, pues permanecían al interno de la Iglesia, grupos de pastores e instituciones sin asimilar las exigencias de tales cambios, con grandes contradicciones y enfrentamientos, aún no resueltos. Estaba comenzando una renovación con un nuevo método pastoral: ver, juzgar y actuar. Se trata de procesos educativos y de aprendizaje, de caminos de crecimiento e integración, que durante estos últimos años han sido recorridos por los empobrecidos de nuestro Continente y el sector de Iglesia comprometida con sus Causas, entre confrontaciones y desencuentros, entre asimilaciones y resistencias, con un importante sector de la Jerarquía de la Iglesia. Medellín nos enseñó a mirar la realidad de otro modo, nos permitió leer las fuentes del cristianismo de otra manera, cambiar nuestra perspectiva y entrar en contradicción con el verticalismo de la institución eclesial si ésta se alejaba del compromiso con las Causas de la liberación y de la justicia. Medellín ‘68 llama al compromiso de toda la Iglesia con los pobres, alentando a la misión evangelizadora y liberadora al proponer una pastoral de conjunto a partir de las Comunidades Eclesiales de Base, en la lógica de una eclesiología de comunión. Esta clave es muy importante, ya que la comunión se expresa a partir de las pequeñas comunidades de base y el encuentro con los movimientos emancipatorios.

Un nuevo modelo de ser Iglesia se hace teología

El proceso de reflexión popular que se ha comenzado a dar en los centros de estudio, en las comunidades de base y en la teología de la liberación ha sido extraordinario. No es sino un fenómeno cultural, que se presenta como alternativa laical a la teología de la dominación, pensada escolásticamente, sin fundamento bíblico y a partir de los centros de poder. Este modo de hacer teología es el lazo de continuidad que testifican las mismas comunidades, enraizadas en la sabiduría y la sensibilidad de los pobres junto a los que luchan por una transformación de la realidad. Nace en la lectura orante de la Palabra, se relaciona con los movimientos sociales y populares, se articula con el caminar de las organizaciones no gubernamentales, es ecuménico y pluralista.

La realidad nos desafía a jugar el partido decisivo

La desigualdad entre ricos y pobres sigue en aumento. Es el continente más violento y de mayor injusticia, con una desigualdad sistemática. La pobreza y la exclusión conforman ese retrato antropológico y sociológico de nuestra Latinoamérica que no ha cambiado de los años 60 a la actualidad. Se verifican situaciones de extrema perversión en la flexibilización laboral que hoy se han instituido como normales. En los hechos, las leyes del mercado funcionan como revocatorias de derechos sociales básicos. El capitalismo realmente existente, en la realidad concreta de la gente más pobre, se sumerge en el imperio de la esclavitud. Ya no hay posibilidades a corto plazo de superar la frontera impuesta por la pobreza y la exclusión. Sigue sobrevolando un debate de fondo: la deuda externa, con la misma injusticia de siempre enmarcada en historias de empobrecimiento y corrupción, neoliberalismo y expropiación cultural.

Pero, ¿cómo modificar la índole de toda esa realidad de sufrimiento y de desigualdad estructural? Hay que afrontar esa racionalidad sin dejarse hechizar por las propuestas económicas y políticas que no se generen en la lógica de la opción por los pobres y su liberación. Es por eso que también se mantiene aguda la crítica, la esperanza y el compromiso en proyectos de transformación hacia una nueva justicia. Hoy más que nunca hay nuevas esperanzas en la vieja utopía de la liberación. No todo está perdido, al contrario, nos quedan experiencias consolidadas en proyectos pastorales y presencias de vida religiosa insertas en las causas populares y emancipatorias, el testimonio martirial, el aprendizaje comunitario. Y no sólo dentro de la Iglesia se mantienen esas reservas proféticas y renovadoras, pues hay mucha utopía en mucha gente, mucho compromiso y mucha participación social en busca de la verdad y hacia la justicia. Y el Evangelio... ¡y no es poca cosa!

De cara al cambio epocal, nuestra mirada ahora es más amplia, más plural, más ecuménica. Se va superando el activismo y el inmediatismo. Se reafirma la opción por los pobres. Se releva un cambio generacional con una acentuación en la subjetividad. No es una ruptura ni una negación de Medellín y su propuesta metodológica, sino un nuevo momento en el desarrollo de su caminar con la historia de la liberación de los pobres, dentro de un compromiso cada vez más preciso y profundo en los diversos campos socio-eclesiales latinoamericanos.

Podemos decir, de modo sintético, que en el momento actual, al pretender redecir la teología de la liberación, ella misma se redescubre articulada entre educación liberadora, praxis política y reflexión teológica, una nueva frontera de profundización, crecimiento y compromiso. Atravesar desde la educación liberadora las prácticas pastorales para recuperarlas como lugares del aprendizaje, producción de conocimiento crítico y constitución de la espiritualidad liberadora y recreación del pensamiento teológico. No es tiempo de retraimientos ni alejamientos de la construcción cultural de nuestros pueblos. Es el tiempo de afianzar y consolidar prácticas impregnadas de renovación que mantengan el espíritu y las opciones de Medellín ’68. Porque los pobres y los excluidos esperan algo más que anatemas, censuras, desconfianzas, discriminaciones internas para conquistar espacios eclesiales. Esperan el dinamismo evangelizador, la dimensión profética y la lucha por la justicia.

Más recientemente se vienen dando explícitos deseos de cambios en expresiones electorales y democráticas que proyectan nuevas esperanzas. Foros y encuentros internacionales que buscan otro mundo posible, necesario e inaplazable. Está naciendo otra América, sin imperios que controlen el mercado y la soberanía de los pueblos; sin pobreza ni exclusión y sin hipotecar el futuro de los niños y de la naturaleza. Y en este caminar vamos y queremos ser otra Iglesia, que no se ajusta al modelo neoliberal y vuelve a recuperar la profecía de Medellín y su opción por los pobres. Una Iglesia al lado de los que luchan por la vida y la paz, una y plural, centralizada en la construcción del Reino junto a tantos otros y apoyada en el Evangelio. No se puede entender la Iglesia que soñó Medellín ‘68 sin estar a la par de tanta gente que sigue comprometida en los movimientos sociales, en la lucha por la verdad y la justicia, en la defensa de la vida.

No todo será igual

Es importante escuchar las críticas. Tendríamos que haber mantenido abierta mucho más nuestra espiritualidad liberadora a los canales de comunicación con las movilizaciones sociales, con la organización de los pobres, en una actitud de educación evangélica y popular, en lugar de dar tanta atención a la relación intra-institucional para garantizar la estabilidad. La continuidad del espíritu renovador iniciado en el Vaticano II depende del potencial transformador de nuestra espiritualidad y compromiso con un nuevo modelo de iglesia. El espíritu renovador es una herencia de esa Iglesia de los pobres, inserta en las prácticas libertarias del Continente que continúa encarnando el dinamismo de renovación perseverante a la que nos convocó el Concilio y Medellín.

Vale la pena hacer memoria, ya que nos impide ser complacientes e interrumpir nuestro compromiso con el camino iniciado hacia ese nuevo modelo de Iglesia construida con los pobres. Vale la pena hacer memoria cuando no se calla y cuando no se olvida, y además se es capaz de abrir nuevas esperanzas.

Desde la teología latinoamericana que continúa activa en su pensamiento y producción, los que trabajamos por la liberación reiteramos nuestro compromiso por mantener la fidelidad al espíritu de renovación emprendido por Medellín (una renovación hacia adelante y sin retorno) y a los pobres, sujetos teológicos de cualquier cambio, esperando con ellos el amanecer. Más aún, hay que asumir esa inspiración y traducirla hoy en la realidad. No nos conformamos con recordarlo, reafirmamos su validez para hacerlo factible.

Porque sigue resonando el llamado de Medellín -a pesar de los avances neoconservadores de parte de la conducción institucional- a consolidar la opción por los pobres y a testificar la pobreza de la Iglesia. Con los aportes de la reflexión teológica comprometida en el horizonte de la liberación, se está buscando afianzar una Iglesia más fraternal y participativa, solidaria con los pobres y cada vez más desde los últimos y excluidos, más ecuménica e interreligiosa, más esperanzada y creativa, más liberadora junto a tantas organizaciones populares y transformadora de la sociedad.

En definitiva la propuesta es así de simple: sin aplacar los argumentos y polémicas, reforzar nuestro compromiso ya asumido. Creer en nosotros mismos, progresar en coherencia y responsabilidad como comunidad evangélica junto al caminar de nuestros pueblos, compartiendo un destino, los mismos sueños y la misma esperanza. No nos cansamos de creer en el amor que lleva a la justicia. Por eso, como los enamorados, nos acordamos del primer beso, llamado Medellín. Este es quizás el desafío ético-evangélico más sugestivo.

 

Jorge PEIXOTO

Roma – Buenos Aires