Comunicación liberadora para el otro mundo posible

UNA COMUNICACIÓN LIBERADORA PARA EL OTRO MUNDO POSIBLE
 

Alberto da Silva Moreira


Los medios de comunicación constituyen una característica esencial de la sociedad globalizada. Según J. Thompson, para entender la naturaleza de la modernidad, las sociedades modernas y las condiciones de vida creadas por ellas, es necesario comprender los medios de comunicación y su impacto en la vida social. Sobre todo en las sociedades latinoamericanas, que viven una «modernidad periférica» o subalterna, la producción y la circulación de formas simbólicas por parte de los «medios» (de comunicación social) tienen un papel decisivo en la vida social y en la cotidianidad de las personas. Si entendemos la globalización -según Renato Ortiz- como producción, distribución y consumo de bienes y servicios, organizados a partir de una estrategia mundial de cara a un mercado mundial, ella es nada más que la expansión dinámica de la economía de mercado (tendencia inherente al capitalismo) a todos los ámbitos de la vida social, en todos los países y regiones del mundo, pero de forma y en ritmos diferenciados.

En este sentido, está teniendo lugar: a) una internacionalización del mercado cultural de masas, con la desaparición de las barreras nacionales; b) la aparición de una cultura popular internacional, o sea, la formación en cada país de una masa popular consumidora, sensible a determinados mensajes, estilos y modelos «mundiales»; c) una fuerte concentración y fusión de empresas y capitales actuantes en el campo de la industria cultural en dimensiones mundiales. Eso quiere decir que el dominio de la información y de las tecnologías de la información se convirtió en una fuente alimentadora de los engranajes indispensables a la hegemonía mundial del capital.

La fase neoliberal del capitalismo está basada fuertemente en el uso masivo de la cultura mediática, producida por los grandes conglomerados mundiales de información-publicidad y entretenimiento. La actuación omnipresente, conjugada y omniabarcante de esos conglomerados hace que constituyan un sistema mediático cultural mundial.

Es este sistema mediático-cultural el que produce, distribuye y organiza, a escala mundial, la mayor parte de la información y de las actividades culturales, como música, cine, videos, shows, libros, revistas... así como todo lo que es entretenimiento, deporte, juegos, ocio: el mercado de las artes y la industria de la fantasía. En todas estas modalidades de actividad cultural, las grandes corporaciones marcan su presencia en nuestro día a día, por medio de los productos culturales e informativos que producen, distribuyen o reformatean para uso local. De las diez más grandes corporaciones del sector, sólo tres no tienen su sede en Estados Unidos. La industria de la comunicación pertenece a los sectores más dinámicos del capitalismo mundial, bajo la efectiva hegemonía de EEUU como polo de producción y de distribución de contenidos.

Los oligopolios de la información y entretenimiento producen, reprocesan, almacenan, venden y distribuyen mercancías (bienes simbólicos), y crean un mercado de la cultura. Son hoy las más poderosas instituciones culturales del mundo –contando más historias, cantando más canciones y combinando más metáforas que cualquier otro grupo de instituciones-. No es necesaria mucha imaginación para darse cuenta de que esa colonización del imaginario va a influenciar fuertemente la formación cultural y espiritual de las personas.

Más todavía: los conglomerados de la información, publicidad y entretenimiento se han transformado en una poderosa «institución pedagógica». Compiten con la familia, con la escuela y con las religiones en la tarea de socializar a los individuos, transmitirles los valores y los códigos de funcionamiento del mundo. Sus películas, video-juegos, programas, noticieros, comerciales, periódicos, revistas, textos, músicas, espectáculos, moda, ficción, shows de realidad, novelas y diversiones, pretenden configurar el imaginario de niños, adolescentes y adultos. Esta dominación del capitalismo simbólico tiene serias consecuencias para la vida social.

La cultura discurre y ocurre cada vez más en los «medios», y corre el riesgo de ser padronizada y estandarizada por ellos. La educación formal, que el neoliberalismo intenta transformar en simple productora de «recursos humanos» para las empresas, pierde influencia y autoridad. En efecto, el «currículo» ofrecido por los medios supera en tiempo e intensidad al currículo formal de muchas disciplinas ofrecidas en la escuela y en la universidad. También la política se volvió espectáculo y mercancía para los medios. Muchos líderes políticos se convierten en figuras mediáticas, mientras que los personajes de los «medios» se convierten en políticos, como Reagan y Berlusconi. Invierten millones de dólares en su «imagen», son apoyados por grandes grupos de «medios», lo que representa una amenaza a la democracia. Incluso la religión se transforma a veces en espectáculo y show mediático para el consumo de masas...

¿Por qué y cómo la comunicación puede ser opresora? Los símbolos, iconos, imágenes, marcas, valores y mensajes producidos por la industria de la cultura -con ninguna o poquísima intervención de los receptores- son revestidos de un poder o potencial simbólico enorme. Este poder simbólico tiene una función ideológica, en cuanto que tales productos mediático-culturales contribuyen a crear, reforzar o hacer olvidar las formas de dominación explícita o camuflada. Esa es su gran función: atiborrarnos con tanto espectáculo y entretenimiento, para hacernos olvidar la inmensa cantidad de sufrimiento que el sistema exige para funcionar. Así, muchas estructuras y mecanimos del mundo de la comunicación constituyen una pieza esencial del sistema neoliberal mundial que nos oprime. Son ellos quienes hacen posible que se mantenga esta situación insostenible de concentración de la renta en la élite rica del mundo, mientras millones de pobres son aplastados y silenciados. Los propios pobres, seducidos y desmovilizados por la televisión, no se revuelven contra el sistema; llegan a pensar que «no hay alternativa», o que, «tal vez, éste sea el único mundo posible», y que cada uno sólo debe cuidarse de salvar su propia piel».

Esto no significa que todos los programas sean malos, o que todo sea negativo... Las personas tampoco se tragan todo lo que ven, escuchan o leen. También seleccionan, critican, repiensan y reinterpretan. Los medios pueden contribuir –y no pocas veces de hecho contribuyen- a denunciar las injusticias, a desenmascarar el autoritarismo, la violencia y la corrupción. Pero no se puede olvidar que el primer mandamiento de las empresas de los «medios» y del entretenimiento es la necesidad de vender: vender mercancías simbólicas, noticias, imágenes de felicidad, estilos de vida, simplemente como productos de consumo. A fin de cuentas, se trata de grandes conglomerados capitalisas que defienden sus intereses, que están luchando por conquistar sectores de mercado y de poder. Sus socios son las multinacionales y el capital financiero; y esta gente no busca precisamente mayor democracia, libertad y valores humanos...

El complejo mediático-cultural necesita ser analizado y criticado por eso justamente: porque ayuda a fabricar el consenso de las masas, porque reproduce el consentimiento soccial necesario al funcionamiento del capitalismo. La Humanidad no podrá liberarse de la opresión sin liberarse de esa comunicación opresora, sin crear otra comunicación liberadora, que muestre que «otro mundo es posible» y que forman parte de él la transparencia, la crítica, la solidaridad, el acceso democrático a la cultura y a la información.

Afortunadamente, esa comunicación liberadora ya existe, y lucha por mantenerse viva. En muchos lugares han surgido los centros de medios independientes, formados por voluntarios, casi siempre estudiantes de comunicación y periodismo. Producen imágenes, textos, reportajes y filmes de forma independiente y crítica. Los/as estudiantes se dan cuenta de que necesitan ir tras las noticias y tras la vedad. No basta comprar la información vendida por los grandes medios, televisiones o periódicos, pues el compromiso de éstos es, en primer lugar, con el mantenimiento del sistema. También surgen organizaciones populares, observatorios de prensa, grupos críticos que luchan por la democratización de los medios, por el acceso de los sectores marginados a los programas, por el control mínimo de calidad de aquello que es vehiculado. Necesitamos dar un «basta ya» a la avalancha de «basura cultural», violencia y banalización a la que nuestros hijos son expuestos por los medios comerciales.

En las universidades y escuelas, alumnos y profesores se rebelan contra la diactadura neoliberal en el campo de la cultura y de la información. Por todas partes ellos organizan grupos de estudio y de discusión, crean iniciativas y entidades estudiantiles, hacen campañas para recoger fondos, asumen causas sociales, participan en marchas, demostraciones y caminatas; no aceptan ser reducidos a meros vendedores o consumidores de información. Muchos movimientos sociales, como el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, han creado sus propias escuelas y academias, sus profesores, currículos y medios de comunicación. Saben que las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante, y que para derrotarlas es necesario crear un instrumento propio para que estudien los hijos, invertir en la formación de la conciencia crítica, huir de la banalización, y tener fe en las propias fuerzas.

El neoliberalismo quiere infundir en todos un temor religioso ante su dogma: «adaptarse o morir». Pero la cultura política de solidaridad de los grupos de base y de los sectores comprometidos con la justicia social y la transparencia, todavía es fuerte y resiste. Por eso, los estudiantes van a las calles a protestar, se unen a los movimientos sociales y se afirman como sujetos de las luchas colectivas. En Bolivia, Ecuador, Argentina, Uruguay, Brasil, Venezuela, México y Guatemala, pero también en Seattle, Nueva York, Génova, Davos, Bombay y Porto Alegre: cuando hace falta los jóvenes salen a las calles, interrumpen el tránsito en las carreteras, hacen vigilias, recogen firmas o alimentos, denuncian la violación de los derechos humanos o sociales, hacen sugerencias, denuncian al capital financiero o la destrucción del medio ambiente, recuperan los símbolos y desenmascaran las falsas promesas de felicidad del sistema.

Por todo eso, la información destaca cada vez más como un campo de lucha decisivo en el embate contra la dominación neoliberal. Más que nunca necesitamos de una comunicación y una educación liberadoras, que ayuden a quebar la dictadura del «pensamiento único», a criticar la mentalidad afirmativa de la cultura mediática y a formar personas en la autonomía y el rigor del pensamiento. La comunicación será liberadora si expone las fisuras y las contradicciones, los costos humanos y ambientales, las exclusiones y el dolor que la máquina capitalista arrastra consigo. Pero también será liberadora si divulga las experiencias de lucha y de fiesta, si estimula la creatividad de los pobres, si socializa las soluciones y las propuestas, si rescata la memoria de la resistencia y a los desanimados les devuelve la esperanza de que otro mundo continúa siendo posible.

Alberto da Silva Moreira

Teólogo y Profesor

de la Universidad Católica de Goiás,

Goiânia, Brasil