Bodas con árboles

Bodas con árboles

Un gesto simbólico que se extiende y conciencia

Diego Bermejo


Trajes nupciales, música, padrinos, testigos y hasta anillo de boda. Así de solemnes son los cada vez más frecuentes matrimonios arbóreos, que se multiplican en distintos puntos del planeta de un tiempo a esta parte. Una suerte de ritos que se iniciaban de la mano de uno de los grandes activistas ecologistas de América Latina, Richard Torres, un artista plástico nacido en la amazonia peruana, que en 2014 decidía poner en marcha el movimiento Cásate con un árbol.

Cuenta Torres a FCINCO que el proyecto nació como fruto de la necesidad de «generar conciencia sobre la importancia del cuidado del medio ambiente y de advertir sobre la crisis ecológica» que azota al planeta. Al igual que su ideario, la forma escogida por el peruano para hacer llegar este mensaje no tardó en calar en gentes de todo el mundo.

Los activistas de este movimiento llaman la atención para expandir sus ideales organizando lo que denominan «bodas ecológicas», nupcias entre humanos y árboles que, en lugar de iglesias o catedrales, se celebran, lógicamente, en bosques o parques arbolados. Uno de los actos más emotivos y recordados por los defensores de los enlaces con estos seres de tallo leñoso tuvo lugar en Ciudad de Guatemala. Allí, Torres se comprometió ante una multitud a «amar, respetar y seguir llevando un mensaje de paz por todo el mundo, en la salud y en la enfermedad», uniendo su vida a la de un enorme árbol.

El rito, a pesar de no tener validez legal, es todo un ritual para los seguidores de Torres, y termina con el oficiante enunciando entre aplausos aquello de «entonces, en nombre de la naturaleza, yo os declaro compañeros de vida y de amor puro, para siempre. Puedes amarlo, abrazarlo y darle un beso».

A modo de colofón, los presentes, en lugar de arroz, lanzaban a los recién enlazados azúcar, sal, pan, frijoles, granos de maíz, bananos y agua, en representación de la fecundidad de la tierra.

La noticia no tardó en suscitar simpatía en otros países. No había pasado ni un año cuando la organización Corazones verdes por la naturaleza y los niños ya estaba organizando la primera gran boda ecológica colectiva en la ciudad mexicana de Oaxaca. Un acto multitudinario al que acudieron 30 contrayentes con el objetivo de formalizar su unión eterna con la Pachamama. Mujeres, hombres y niños que se comprometían ante Dios y la naturaleza a amar, respetar y cuidar a su árbol hasta su último día.

Justo un mes después de esta macroceremonia, y conmovida por todas estas historias de amor profundo por nuestro planeta, una estadunidense, Karen Cooper, decidía hacer lo propio convirtiéndose en la primera mujer de su país en casarse con un árbol. Además de su amor por la naturaleza, lo que le empujó a organizar un ritual de este tipo en Fort Myers, costa suroeste de Florida, fue la necesidad de hacer visible un asunto que le tocaba muy de cerca. En el centro de esta ciudad un emblemático ficus centenario corría serio peligro de ser talado. El nuevo propietario de la tierra planteaba a las autoridades la posibilidad de deshacerse de él, por miedo a que, con el tiempo, cayera encima de su casa. Con su «sí, quiero» al ficus, Cooper consiguió poner el foco mediático en este asunto y lanzar al mundo el mensaje de que todos los seres vivos, tengan la forma que tengan, merecen el mismo respeto.

Tras una docena matrimonios verdes contraídos en Guatemala, Chile, Argentina, México, Cuba, Colombia, Bolivia, Venezuela y Perú, Richard Torres, el primer humano en contraer matrimonio con un árbol, tiene previsto seguir sumando enlaces ecológicos a su libro de familia en Honduras, Costa Rica y España, donde llegará a formalizar sus decimoterceras nupcias.

Espera que esa «sensación inexplicable de felicidad, paz, veneración, gratitud, fortaleza y respeto» que experimenta cada vez que se casa con un árbol, le vuelva a acompañar también en Europa. No tiene intención de echar el freno a tanta boda. Según él, hay al menos 13 millones de razones para continuar poniéndose anillos: las mismas que hectáreas de bosque desaparecen cada año en la tierra.

 

Diego Bermejo

Madrid, España