Balance de una década de resistencia

BALANCE DE UNA DÉCADA DE RESISTENCIA

Osvaldo LEÓN


Al grito de “A 500 años... Aquí estamos”, el 12 de octubre de 1992 culminó en Managua la Campaña Continental 500 Años de Resistencia Indígena, Negra y Popular que se había iniciado tres años atrás en Bogotá, con el propósito de convertir el V Centenario “del inicio de la conquista española, en el inicio del autodescubrimiento de nuestra América y en un motivo de afianzamiento de la unidad de los oprimidos”. Por la forma como se desarrolló, podría decirse que fue una iniciativa pionera de lo que hoy se ha dado en llamar la “globalización de la solidaridad”, cuanto más que al calor de ella se gestaron varios procesos regionales de articulación social.

Aparte de haber sido impulsada por organizaciones indígenas y campesinas con fuerte arraigo nacional pero sin filiación alguna en el plano internacional, la novedad de esta campaña radicó en su concepción, cuya premisa central fue: “unidad en la diversidad”, a partir de la cual logró abrir espacios de confluencia -tanto a nivel nacional como continental- de diferentes sectores sociales. Y esto en un momento cuando precisamente se acrecentaba la tendencia a la dispersión y el aislamiento por el impacto desintegrador de las políticas neoliberales en los procesos organizativos y cuando en muchas organizaciones había comenzado a cundir la sensación de desamparo tras la caída del muro de Berlín.

De modo que, más allá de las repercusiones que tuvo en la coyuntura, esta campaña jugó un rol catalizador porque permitió que se “encontraran” organizaciones de un mismo sector que hasta entonces se habían ignorado y a la vez que se entablara un diálogo intersectorial que dio las pautas para una agenda común. Lo primero se desdobló posteriormente en instancias de coordinación de pueblos indígenas, la conformación de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC), la convergencia de organizaciones afroamericanas -uno de cuyos componentes más dinámicos es la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas-, la reactivación del Frente Continental de Organizaciones Comunales (FCOC), entre otras.

Con relación a lo segundo, vale precisar que los sectores más dinámicos fueron los más excluidos: indígenas, afroamericanos, campesinos, pobladores, mujeres, etc., quienes no sólo dieron cuenta de nuevas formas y métodos organizativos y de expresión sino que además pusieron en el tapete nuevas demandas, con un denominador común: la aspiración de una democracia participativa y deliberativa -tanto en la vida interna de las organizaciones como de la sociedad en su conjunto- como antítesis a la exclusión social que genera el modelo neoliberal.

Una de las principales características de la lucha social en la América Latina de los ’90 es que los puntales de la resistencia a las políticas neoliberales no han sido las expresiones gremialistas del sector obrero como en épocas anteriores, sino los sectores excluidos, y particularmente los excluidos del campo, acaso porque es allí donde tales políticas se han mostrado particularmente perversas.

1994 se presenta como un año emblemático por la fuerza con que se manifestaron la lucha por la tierra y el protagonismo indígena y campesino en la arena de los conflictos socio-políticos. Recordemos brevemente que en la madrugada del 1ro de enero de ese año estos factores aparecieron como telón de fondo de la insurgencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas, México.

Poco después, en Paraguay estallaba la bomba de tiempo que constituye el problema agrario; mientras en Brasil la lucha de los “sin tierra” alcanzaba, una vez más, resonancia nacional con nuevas ocupaciones; en tanto que en Ecuador un “levantamiento” indígena-campesino forzaba al gobierno a negociar los términos de una ley agraria lesiva a sus intereses. Con anterioridad, en junio del 90 los indígenas ecuatorianos habían dado la pauta con el “levantamiento” que les permitió abrir un nuevo capítulo en la lucha social del país.

Pero por igual también Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Colombia, Bolivia, entre otros, fueron escenario de movilizaciones provenientes del campo. Cabe añadir, que fue en ese contexto cuando se conformó la CLOC.

Coincidentemente, el 94 se constituyó también en un referente de las demandas indígenas, pues el 10 de diciembre de ese año las Naciones Unidas declararon el Decenio Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo, que establece compromisos de los Estados y otras instancias para atender los problemas que enfrentan los pueblos indígenas en esferas como los derechos humanos, el medio ambiente, el desarrollo, la educación y la salud.

En ese mismo año, con ocasión del IV encuentro del FCOC, las organizaciones urbano-populares animaron un intenso intercambio de enfoques y propuestas de cara a las nuevas realidades cuyos contenidos posteriormente se han convertido en elementos guías de las luchas populares.

Los pueblos afroamericanos, entre tanto, esperaron que llegara 1995, el aniversario de los 300 años de la muerte de Zumbí -el héroe de la resistencia negra en Brasil, para realizar una cumbre -en São Paulo- que sentó las bases de una articulación organizativa y programática del sector. El dato interesante es que las mujeres, a través de la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, han tomado la iniciativa.

De hecho, de manera general en las organizaciones populares se asiste a un serio afianzamiento de la presencia y participación de la mujer. Es muy significativo, por ejemplo, que entre las resoluciones centrales del 2º congreso de la CLOC constan el compromiso de asumir el enfoque de género en el conjunto de la organización y el establecimiento de pautas para garantizar la participación femenina en un 50% en todos los niveles, y especialmente en los espacios de decisión y dirección.

En el curso de la década, los movimientos sociales han conseguido abrir nuevas perspectivas en la medida que, utilizando diferentes vías y tácticas de acción, se han negado a renunciar a la lucha para reivindicar sus derechos y resistir ante un modelo excluyente. En esta óptica, cuentan cerrar el milenio con un “Grito de los Excluidos” que llegue a los confines del mundo.

 

Osvaldo LEÓN

ALAI, Quito, Ecuador