Atahualpa Yupanki

ATAHUALPA YUPANQUI


En toda América Latina su nombre es leyenda y sus canciones son ya parte de la tradición misma del Continente: Atahualpa Yupanqui fue voz, poesía y música de nuestros pueblos.

Cantor del ser humano y de la tierra, amante de la libertad, el músico y poeta argentino Atahualpa Yupanqui, murió poco tiempo después de haber concedido esta entrevista. Su verdadero nombre era Héctor Roberto Chavero y por sus venas corría sangre vasca (por su madre) e india (por su padre). Había decidido firmar sus canciones y sus poemas (nos deja unos 1.500) como “Atahualpa Yupanqui”, en homenaje a los últimos jefes indígenas que combatieron a los conquistadores.

-En América Latina su nombre es casi una leyenda. Sus cancio-nes, su música y sus poemas se confunden con la tradición misma del Continente. ¿Cómo se inicia esta gran obra, bella y excepcio-nal, pura expresión del mestizaje latinoamericano?

-Vengo de ese camino profundo de las tradicio-nes sudamericanas; sobre todo las indígenas no me son extra-ñas, ni la lengua quechua. La gente de mi familia fue muy de ese colorcito. En la adolescencia, cuando tuve que elegir, como la pobreza no me permitía estudiar medicina, que era lo que yo quería, empecé a tocar la guitarra, como cosa provisional, pensando que iba a durar sólo un tiempo. Escribí mis primeros poemas a los 14 años, y desde entonces empecé a firmar “Atahualpa”, sin saber que ése sería mi destino. A los 19 años compuse mi primera canción que se consideró seria: «Caminito del indio». Fue cuando llegué a la capital por primera vez. Por supuesto nadie me escuchó, no pude dar ningún recital. Anduve un tiempo acompañado a otros cantantes como guitarrista. Un día me largué de vuelta al interior, a la sierra, a la pampa, donde viven los gauchos, los paisanos, a las provincias de Entre Ríos, Córdoba, Tucumán. Luego fui a Bolivia y a Perú. De ahí volví nutrido de otras cosas, de los huaynos peruanos, de sus yaravíes, de las cuecas y tonadas de Chile, de las canciones bolivianas. Cuando regresé a Tucumán, después de andar y conocer nuestras tierras, enton-ces si fui escuchado por la gente del pueblo.

-Usted ha sido siempre muy caminador. Del camino, del contacto con el pueblo y de su honda sensibilidad han ido naciendo sus canciones...

-He sido un caminador toda mi vida. He vivido con los ojos abiertos y la oreja alerta. Fui conociendo así todo tipo de gente y toda condición. Cuando me enteraba de que un señor tenía una buena biblioteca, me hacía amigo de él. Ahí tenía todos los libros que yo no hubiera podido comprarme. Un muchacho pobre en ninguna parte del mundo puede comprar libros; esos señores los tenían, yo los leía, los copiaba, anotaba referencias, citas que guardaba cuidadosa-mente: una especie de cultura prestada. Mi universidad fue en realidad el camino: allí me recibí de doctor en soledades y en muchas vivencias...

Caminé mucho por el mundo nuestro, americano, desde el Apure en Venezuela hasta los montes de Colombia. Todo Chile, desde Iquique a Punta Arenas. Cada país, pueblo por pueblo: los fundos, la gente, su manera de ser, sus refranes, sus comidas, sus tradiciones, sus remoliendas, sus dolores, sus velorios, todo. A lo largo de América, siempre me interesó meterme en todos lados, con mucha curiosidad y muy callado. Y puedo decir que conozco América en toda su extensión y a la dimensión del hombre, desde abajo, a caballo...

-Más allá de las fronteras nacionales, étnicas o culturales..?

-Con un mismo amor por la tierra, por las tradiciones, con el respeto de la dignidad humana y la no vergüenza de tener cara de indio, que en muchos lugares de nuestro Continente trata de ocultarse para disimular lo que uno tiene de tierra y borrar al abuelo, a los antepasados, en lugar de enorgullecerse y acep-tarlos como parte de nuestro ser y nuestra cultura.

He atravesado un Continente como si fuera un inmenso país con -aquí o allí- unas piedrecitas que indicaban: “hasta aquí se llama Perú”, “hasta aquí se llama Bolivia”, o “Ecuador”, piedrecitas que han sido el origen de luchas y conflictos para los políticos, pero que a nosotros no nos interesaban. El camino y la pobreza, el aire, el buen asado, un buen zapallo, eso era lo nuestro. La naturaleza y los mitos de sabiduría popular. Mi abuelo me contaba que cuando la luna se posaba entre los juncos de la laguna, de sus aguas nacían las garzas blancas de la pampa. Todo lo aprendí así, del pueblo y sus canciones, el sentido de la vida y de la muerte, por mis ganas de ver qué hay debajo de la realidad, debajo de la solapa de la gente. La tradición y la leyenda se mezclan en mi formación.

-El conjunto de su obra es un ejemplo del arte producido por el mestizaje cultural y étnico, fuera de modas y sin complacencias.

-Hace ya treinta años escribí un texto que habla de ese mestizaje del que han nacido nuestra música y nuestros instrumentos: “Cuando la América Latina india abrió su vientre para parir al cholo, el alma de los pueblos andinos vio nacer también un instrumento mestizo: el charango. Acerado cordaje tenso, diapasón breve, caja armónica hecha con el caparazón del armadillo cordillerano -quirquincho-, unida con la arcilla de las cumbres, mezcla de polvo gredoso y mineral azufrero; clavija kenua, manzano o tama-rindo. Ocho cuerdas, también diez, y también doce, según la comarca, según el ingenio del constructor: Como el mestizo que lo tañe, el charango se expresa en español, pero piensa y siente en quechua profundo, en lengua-je de silencio y viento libre, en amanecer dolido y prolongado ocaso. Oro de tarde colonial esparcido sobre cumbres donde mora la Pacha Mama, aconsejan-do a sus hijos de bronce: ¡Runachay, ama conkaichu! (indio mío, no te olvides de mí)”.

Yo no invento una obra, primero la vivo, después la realizo, Mis poemas, mis cancio-nes, mis libros, los he vivido uno a uno en todos sus estadios. No canto ni escribo para engañar al público. Hay que tener mucho cuidado y no caer en lo pintores-co del indio, de su idioma y su poncho. Mi padre viene de una familia muy antigua, de gente muy lejana de los montes de Santiago del Estero, de la selva quechua. De ahí mi relación y la atracción por la lengua y por sus tradiciones indígenas. Soy bilingüe, conozco bastante bien el quechua, esa lengua poética, pero usted no me va a oír cantar en quechua para hacer un show “original”; eso no, muero antes. Hay cosas que exigen un gran respeto y no deben prestarse para esos menesteres baratos.

Prefiero cantarle al paisano la verdad de su noche y de su día, su esperanza, su tristeza y su rebeldía, según como le va en la feria del hombre, desde adentro; pero no hacerme un especializa-do o un “profesional” de las canciones y la poesía de nues-tras tierras.

-Igualmente siempre ha estado muy atento al español que se habla en América Latina...

-Siempre me he interesado por el idioma español y he leído mucho a Cervantes. En América Latina hablamos un español antiguo al que añade nuestro gran caudal de americanismos. Se considera arbitrariamente que las lenguas perfectas y puras son las lenguas del dominador y que los idiomas imperfectos e impu-ros, dialectales, pertenecen a los dominados. En el español que hablamos en América hemos integrado nuestra historia, nuestra naturaleza, nuestra manera de sentir y así lo hemos enriquecido. A partir de un mismo idioma, hemos creado nuestro propio lenguaje, que corresponde a una realidad particular. Revelar esa identidad también es tarea del artista.