Arte, comunicación, profecía

Arte, comunicación y profecía

 Siro López


La mayor parte de los animales tienen los ojos a ambos lados de la cabeza proporcionándoles una visión periférica que les facilita estar alerta ante el posible peligro y al mismo tiempo, poder localizar y perseguir a sus presas. Una visión que les posibilita el sobrevivir. En nuestro caso, los que nos llamamos humanos tenemos los ojos frontalmente, dándonos una capacidad contemplativa. De hecho, nuestros ojos han evolucionado para funcionar eficazmente a distancias mucho más grandes de las que hoy en día nos exige la vida virtual o técnica. Los hombres prehistóricos se concentraban sobre todo en imágenes muy distantes. En la actualidad, todavía los músculos de los ojos tienen que hacer más esfuerzo para enfocar un objeto cercano que uno lejano. Aunque nos resistamos a ello, hemos nacido para contemplar y ser contemplados.

En nuestra sociedad actual, el arte colma esa necesidad de perspectiva, de horizonte utópico, de comunicación entre el yo interior y el tú expectante. Somos entes visuales que nos sentimos atrapados por la imagen, sea virtual o real y por la cual, nos sentimos traspasados.

Necesitamos de los artistas para visualizar lo oculto, lo pasado o futuro, lo silenciado. El arte no se entiende si no es en una paleta de expresión, de comunicación y de trascendencia. El arte establece constantes idas y venidas entre la soledad de un yo y la comunión con un tú.

Por eso, tanto el arte como los artistas, cumplen varias funciones. Una de ellas es dar sentido a nuestra existencia, un vivir necesitado de dignidad y de gozo.

El hombre y la mujer expresan la Belleza cuando se realizan como tales, cuando viven desde lo que son, cuando desde su fragilidad y su riqueza logran la realización de sus derechos, cuando en sus creaciones anida el respeto, la sinceridad y la justicia. No hay mejor artista que aquel que potencia la «salida de sí» en su relación con el otro. Comunicarse para proyectarse. El arte en su función expresiva, nos reconcilia, reduce nuestros miedos, nos completa, nos entrelaza. De esta manera, el arte se convierte en una de las herramientas más válidas de intervención pacífica en la marcha de la historia. En nuestro siglo cada vez más globalizado, la creación artística es una de las mejores vías para configurar una red de encuentro, de intercambio, de solidaridad… Se hace imprescindible en toda persona, en todo colectivo, en toda nación, para poder alimentar el respeto, la escucha, el diálogo, la expresión, la interpelación.

Para llevar a cabo este proceso comunicativo y trasformador a través del arte, no podemos hacer de la belleza algo excluyente y elitista. En la medida en que el arte es de aquellos que poseen los medios económicos para la compra y venta, el arte dejará de ser un espacio de encuentro para convertirse en aceras de prostitución mediática. Es entonces cuando el arte se convierte en instrumento camuflado de poder. Hemos de ser rebeldes con la esclavitud de un arte en venta y subastado para unos pocos. La Belleza si es tal, es precisamente porque no es poder, imposición o exigencia, sino comunión, presencia gratuita y gratificante.

El arte que nace de dentro y que siente la necesidad de perpetuarse en lo comunicativo, se hace de difícil asimilación por quienes desean silenciar la grandeza de lo humano. Los sistemas autoritarios y las grandes estructuras dominantes intentarán servirse de todo tipo de estrategias para doblegar todo atisbo de sensibilidad hacia el encuentro, hacia lo multicultural, hacia lo marginal. De ahí que cuando convertimos el arte en una herramienta publicitaria en lugar de comunitaria, en una cuestión de elite en lugar del colectivo, hacemos de la belleza un arma de alienación.

Es necesario un afinamiento de nuestro propio concepto estético que nos impulse a un compromiso humanizador; expresado de forma sencilla pero en su esencia: hacer de nuestro diálogo con este mundo, un espacio más habitable. Siguen molestando aquellas personas, profetas o artistas de la vida, sensibles al grito de la selva amazónica, de las ballenas, de los derechos de una infancia esclavizada y explotada, de la igualdad de las mujeres, del respeto de las conciencias, del reconocimiento de la homosexualidad, de la acogida de los enfermos de sida, de la libertad de expresión y de búsqueda de la verdad. Sigue molestando a unos pocos la belleza de unos muchos silenciados y marginados.

Nuestra preocupación por la estética no es una cuestión de “adornos bonitos” en fechas navideñas, sino algo mucho más serio y trascendente que afecta a toda nuestra percepción de la vida y de la persona, del mundo y del mismo Dios. Una determinada estética nos llevará a considerar a quienes tienen una piel negra, como seres que no merecen el respeto y la consideración ni a su tierra, ni a su cultura e incluso, ni a su propia vida; una determinada estética hará que en beneficio de la técnica y un mal entendido desarrollo -eso sí, con un buen diseño y pintado de verde- se arrasen selvas, cielos, mares y profundidades; una determinada estética hablará del Dios cristiano como el único, verdadero y Todopoderoso, definido y ya sabido.

Como habitantes de una misma aldea, no podemos ser indiferentes ante un tema tan esencial como es el de la estética, que lo empapa todo y que determina todas nuestras acciones y pensamientos a través de nuestra mirada: una mirada limpia, transparente, brillante, conquistadora, emprendedora, respetuosa, sincera, despierta, acogedora, contemplativa... o por el contrario, una mirada ojerosa, triste, inquisidora, manipuladora, falsa, que no perdona, que adultera la realidad y que en definitiva, divide. Aprender a mirar, a conversar con el mundo fue la genialidad mística de San Juan de la Cruz, de Antonio Machado, de Van Gogh, o del actual fotógrafo Sebastián Salgado. Y es que la Belleza, aquella que permanece incluso en los días de desolación y frío, no es otra cosa que la vida vivida en plenitud, hermanada con el amor, la verdad y la justicia.

La belleza no puede ser tal si para enmarcarse en una pared requiere pisotear al ser humano mismo que la contempla, a aquel con quien desea entrar en comunicación. A la larga, será una mera imagen oscurecida por los barnices de unos pocos (llámense burgueses, técnicos, autoridades, puritanos, eclesiásticos o visionarios), afanados en ocultar su verdadero rostro.

Quizás cueste entenderlo, pero el verdadero arte anida en el corazón y no en la razón. Todos, al nacer, hemos recibido una capacidad para expresarnos, al igual que todos y todas hemos recibido una misma capacidad para amar. El arte ha de estar lleno de silencios y no de ideologías, de escucha y no de discursos, de pasión… de mucha pasión. El arte pertenece al sistema del Don, gratuito y libre que trascurre allí donde no se le espera. El arte es el fundamento de toda comunicación pues nos congrega en la profundidad de la vida. Cuando algo no se puede poseer, se pinta; cuando algo no se puede besar, se hace melodía; cuando algo no se puede hablar, se danza; cuando algo no se puede resucitar se hace verso.

Nuestra capacidad creadora, que nos ha sido regalada, ha de integrase en todo aquello que nos rodea y en nuestro propio ser. En el momento de la creación artística acontece un proceso de búsqueda y de desnudez, de libertad y de respeto, de sinceridad y de perdón. Se constata que la inspiración se da tanto en el insecto como en la gran constelación, en el catedrático como en la madre, en el pintor como en el jardinero. La belleza lo transciende y lo empapa todo. Su espíritu acaricia todo atisbo de vida. Y la vida se da, se hereda, se comunica.

Para comunicarnos a través del arte, no sólo es necesario renovar el concepto de belleza sino también aquello que entendemos por artista. Esas personas especiales besadas por las musas, que al igual que les sucede a los santos, mientras habitan aquí abajo se le desprecia o se le endiosa y llegada la muerte, se les coloca en altares inaccesibles. Pensemos que ni santos ni artistas son modelados con otra arcilla. Todos y todas somos creados por las mismas manos para contagiar por generaciones la labor creadora. Toda persona por el hecho de ser persona está llamada a la interrelación con el otro, a comunicarse mediante la gran diversidad de lenguajes en todos sus ámbitos (literario, musical, corporal, plástico, afectivo, lúdico, y un largo etc.) y a esas manifestaciones las llamamos ARTE. Me atrevería a definir la expresión artística como la plasmación del sentimiento(1). ¿Acaso se puede dar el caso de una persona que se niegue a sí misma la capacidad de expresar lo sentido?

En este proceso, es lógico que destaquen determinadas personas que por su sensibilidad especial o formación artística, nos cautivan en su poder de comunicación, de trascender lo real. A estos seres de corazón abierto, de pupilas dilatadas, de manos creadoras, les solemos llamar artistas; pero me parece importante destacar que en esta labor no queda nadie excluido, nadie queda apartado en este arte de la vida. Ni mujeres, ni homosexuales, ni pobres, ni africanos, ni siberianos... ni tan siquiera los niños o los enfermos psíquicos (Ver las obras del llamado Arte bruto). ¿Dónde quedan las risas irónicas e insultantes hacia toda manifestación artística que procedía de otras culturas llamadas “primitivas” y que hemos tenido que silenciar con cierto rubor ante el descubrimiento y la influencia masiva en el arte contemporáneo?

Desde una visión mucho más amplia, todos hemos de considerarnos artistas, no existe quien no se exprese de un modo u otro. Creamos al comunicarnos, nos comunicamos al rehacer de nuestros sentimientos. Tanto el que, en un determinado momento, plasma una obra artística como el que la contempla en su profundidad, son artistas. Ese es el gran misterio de la fecundación artística que en su desvelamiento requiere de la excitación de todo el ser. Ambos se necesitan. La obra de arte no se consuma hasta que no es contemplada. Por eso, tenemos que participar de la vida de nuestro tiempo. El artista no puede esperar pasivamente a que el mundo, gobernado por los hilos de los intereses, le dicte. Y sin embargo, tampoco puede vivir fuera de la aldea global. Al igual que se dice de los monjes, el artista no puede danzar o pintar sin tener al lado el periódico y su propio espacio de silencio. Eso le sitúa en un lugar complejo y al mismo tiempo, crucial. Tiene que formar parte de este movimiento global, un movimiento que no tiene organización, que no tiene nombre y que en definitiva, en más de una ocasión, se encuentra a la deriva.

En todo artista se ha de dar un proceso de toma tierra. Son esenciales la reflexión independiente y la libertad. Necesita de la libertad para comunicarse con el mundo al igual que el pez, que sin extraviarse, nada por un mar cuyo fondo prescinde de caminos y senderos marcados. La libertad vive hermanada con la creación. Se necesitan mutuamente. Esto hace que el artista sea esencialmente un crítico, un interlocutor incómodo en medio del desierto neoliberal del consumo. Sin la crítica, el artista es un pseudoservidor del intellectus en función de una ideología faraónica. El verdadero artista ha de romper esa imagen de ente perdido entre las nubes. Es un actor social que participa de la composición de las diferentes fuerzas sociales, es un interlocutor imprescindible. Es aquí donde se sitúa su compromiso histórico con el hombre o la mujer actual. Preguntémonos si no, por qué el Guernica de Picasso es una de las obras más representativas del siglo XX. No es precisamente por sus grandes dimensiones, ni por los tres únicos colores empleados (blanco, azul y negro), sino ante todo por su gesto desesperado de ser escuchado. Un ejemplo de un arte comunicador, de un lienzo colmado de silencios llenos de dolor. Un arte para trascender, un arte para comunicar.

Siro López

www.sirolopez.com

Nota 1:

Aunque repetidas veces se intente racionalizar el arte, en un ánimo de discurso y catalogación, se trata sobre todo de sentir lo sentido. Por poner un ejemplo: Kant centró sus estudios y enseñanzas en la Filosofía, Matemáticas, Física, Geografía física, Metafísica, Lógica... pero apenas se ocupó de elaborar una estética. Y el pequeño tratado que tiene, deja mucho que desear en expresiones como: “este tipo era completamente negro desde la cabeza hasta los pies, prueba manifiesta de que cuanto dijera, era estúpido” (o. cit., p.106). No digamos de las insultantes referencias hacia las mujeres. Sin valerse de su definición de belleza como símbolo de la moralidad, hay que decir que el intelecto no siempre se corresponde con la sensibilidad.