Análisis de coyuntura de la ética

ANÁLISIS DE COYUNTURA DE LA ÉTICA

José COMBLIN


El ethos es la organización inconsciente de un grupo o de una sociedad. Es el elemento básico de la cultura. Es el fondo de donde proceden las normas, los valores. Es todo lo que se observa inconscientemente, el conjunto de modos de actuar que no se discute y se transmite espontáneamente. Se expresa en dichos, proverbios, símbolos, mitos, sentencias de sabiduría popular. Es lo evidente en la conducta social. No es una moral natural porque la naturaleza no existe, pero es lo que hace la unidad de una cultura. Es lo que mantiene unida a una sociedad porque integra a todos sus miembros en un conjunto.

El ethos es la base de toda ética, sería inútil enseñar una ética que no estuviera inspirada en el ethos de la sociedad. Sería hablar en el aire sin ser escuchado.

El problema actual de la ética en la sociedad occidental es que se está destruyendo el ethos. Ya no hay fundamento para una ética. Hoy toda ética permanece teórica o despierta emociones, pero no penetra en los comportamientos, porque estos obedecen cada vez más a la dinámica del mercado, lo que significa que los comportamientos ya no son éticos, no tienen referencia ética.

Violencia, criminalidad, drogas, sexualidad desenfrenada: no son los verdaderos problemas, son señales de un problema más radical y más amplio. El problema es la ruptura del ethos que es la base del consenso ético de la sociedad. Ruptura que procede de la ruptura del pacto social por las nuevas élites de la sociedad occidental.

Por eso, el problema no se soluciona con más policía, más leyes represivas, más cárceles. En muchos países la misma policía, la misma represión y la misma vida carcelaria generan más violencia y más desorden social y contribuyen a destruir aún más todavía el ethos básico de la sociedad.

Por la misma razón, la predicación moral de las Iglesias, de los educadores o de las autoridades sociales se revela tan ineficiente. Los discursos moralizantes no tienen absolutamente ningún efecto, porque no alcanzan el nivel en donde se ubica el problema.

El problema ético de nuestro tiempo no es un residuo del pasa-do que la misma evolución histórica podría solucionar. No es un problema de subdesarrollo. Al contrario, el problema tiene su origen en las naciones más desarrolladas. EEUU, que es el modelo escogido por las élites de América Latina, ha entrado en una profunda crisis ética en los años 70, y hoy la crisis ética en América Latina viene de allá. Las naciones que más sufren de la crisis ética son las que con más entusiasmo adoptaron el modelo de sociedad de EEUU y del Primer Mundo en general. Por eso, la actual evolución histórica no tiende a solucionar el problema, sino más bien a acelerarlo. El “desarrollo”, la “modernización” o el “ajuste” no solucionan el problema, lo están creando.

Las élites y las masas urbanas

Desde los años 70 se ha iniciado la edad de la economía del saber, del conocimiento, en la que el capital humano se hace más importante que el capital financiero. Con tales cambios económicos, tantas veces descritos, ha cambiado la configuración de la sociedad. Entran en declive clases o grupos sociales que fueron poderosos en la época anterior -declive de la burguesía burocrática, de los servicios personales, de la función pública- y naturalmente se acentúa el declive de las clases anteriores: agricultores o mineros. La producción ocupa mucho menos gente que la comunicación. La manipulación del mercado se hace más importante que la manipulación de la materia.

Un nuevo grupo social concentra el poder y la riqueza: el grupo de los “analistas simbólicos”, que manejan símbolos y no tienen ningún contacto directo con la producción material. En los EEUU constituirían el 20% de la población activa. En los países subdesarrollados son menos, pero pueden asumir un poder aún mayor.

Estas élites concentran la riqueza mucho más que la burguesía de la anterior sociedad industrial. Según sondeos, en la sociedad norteamericana la clase superior que dirige la economía pasó, en sólo una generación, de un sueldo 12 veces superior al sueldo medio de un obrero a un sueldo 70 veces mayor a ese sueldo.

Refugiadas en sus islas, las élites nada conocen de los males de las grandes ciudades. No se ensucian en contacto con el otro pueblo que vive en su mismo país. No quieren pagar impuestos. Quieren un Estado más débil que sólo sirva para reprimir el desorden de las masas y les garantice los privilegios. No se interesan ni por la educación pública ni por la salud. No tienen ni idea de cómo viven las personas que están acampadas en las megalópolis ni quieren saberlo porque viven en otro mundo.

La consecuencia es que las grandes masas viven en inmensas aglomeraciones urbanas sin recursos, sin estructura, sin proyectos de porvenir. Están en una sociedad informal que ni siquiera es una sociedad. Se sienten abandonados: sienten que ya no son miembros de nada, son rechazados, son los excluidos. No se sienten solidarios de nada ni de nadie. No existe solidaridad nacional cuando las élítes abandonan la nación y viven lejos de sus problemas.

Instrucción, pero no educación

La meta de la educación ha sido siempre la transmisión del ethos de la comunidad. La educación tradicional comunicaba los valores tradicionales de la familia. En la época burguesa, la educación pública, republicana, transmitía el respeto a la nación y al traba-jo. La escuela era preparación para entrar como trabajador en un puesto de trabajo, y como ciudadano en la nación democrática.

En la economía del saber, ya no hay ethos común, no hay valores comunes y todo el ethos antiguo se disipa, se disuelve. Ya no hay “educación”. La familia ha dejado de educar en la inmensa mayoría de los casos porque los padres de familia no saben qué es lo que pueden o deben transmitir a sus hijos. Los abandonan a sí mismos. Les dan bienes materiales e instrucción, pero no les dan valores y sus comportamientos no comunican ethos.

Las escuelas son cada vez más centros de preparación para el mercado. Preparan a los jóvenes para vencer en el mercado. Sin embargo, la gran mayoría ya sabe desde el comienzo que en esa competencia son los perdedores. A ellos, la educación no les ofrece nada. La escuela sólo ayuda a los que van a vencer en el mercado del trabajo. Para los otros es inútil todo lo que se les enseña, porque nunca lo usarán. Los alumnos aprenden ciencias y técnicas que nunca podrán aplicar. Y no reciben ninguna preparación para la vida verdadera que tendrán que vivir.

La sociedad ha dejado de comunicar valores porque ya no tiene valores fuera del mercado. No existe educación pública. Los Estados dejan que la enseñanza pública entre en decadencia porque la ven sin objeto. La tarea de preparar buenos técnicos del saber será mejor asumida por instituciones privadas más integradas en el mercado.

La economía del saber o del conocimiento sólo valora un conocimiento: el del mercado. Las nuevas técnicas de información y de comunicación permiten acumular y usar millones de informaciones, pero todo lo que se comunica se refiere al mercado. Son informaciones para seleccionar y orientar la producción, para crear u orientar el mercado, para dar a los capitales los mejores rendimientos. Las nuevas técnicas y las invenciones científicas benefician a los que saben aprovecharlas económicamente: a los que saben hacer de un descubrimiento una nueva mercancía. Este es el saber de la nueva era económica. La educación prepara para usar las técnicas de comunicación y para saber competir en el mercado. No enseña valores que sólo podrían perturbar el juego del mercado.

“Etica” de la TV

Es verdad que en las escuelas se hacen todavía exhortaciones moralizantes. pero sin efecto, porque no tienen raíces en un ethos presente en la juventud. Son puras palabras sin efecto en la práctica, porque en la práctica ya no hay estructura social fija, y los jóvenes siguen las solicitudes del mercado. Actúan en la lógica del mercado y no en la lógica ética.

Todos saben que para la juventud mucho más importantes que los mensajes de la escuela son los mensajes de la TV. Pasan más tiempo mirando la TV que en la escuela y lo que difunde la TV les resulta mucho más interesante.

La TV difunde el modo de vivir de la clase alta. El ethos de la clase alta es el narcisismo y esto significa que las personas no tienen referencias en sí mismas sino en la imagen que proyectan. De ahí la necesidad de poder consumir para poder existir. Su necesidad de consumo responde a la necesidad de la economía, que debe producir siempre mercancías de más alto valor, más sofisticadas y más caras. Ante la TV, las masas introyectan el ideal de las élites, que quedan para ellas a nivel de sueño. Los sueños despertados por la TV -lo más importante de la TV es la publicidad- despiertan el deseo de consumir, lo que explica los robos de los jóvenes.